lunes, 25 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 36

–Fernando McLinn está enamorado de tí –le dijo entonces–. Lo ví en sus ojos.

–No, estaría tratando de protegerme –protestó Paula.

–Puede que tú estés ciega y no veas sus verdaderos sentimientos, pero yo no lo estoy –repuso él con firmeza–. No volverás a hablar con él ni con tu familia.

–¿Qué? –exclamó Paula–. ¿Qué tiene que ver mi familia con todo esto?

No podía explicárselo sin descubrir lo que había estado escondiéndole por su propio bien.

–Soy tu marido y tienes que confiar en mí y obedecerme.

–¿Obedecerte? –repuso Paula cruzándose de brazos–. ¿En qué siglo vives? ¡Puede que seas mi marido, pero ya no eres mi jefe!

– Estoy tratando de proteger a nuestra familia. Tengo mis razones, Paula. Créeme –le pidió él mientras acariciaba con suavidad su mejilla.

Ella cerró los ojos y sintió que se estremecía, pero dió un paso atrás.

–No –repuso Paula–. Quiero ser tu esposa. Pero tengo que ver a mi familia y a Fernando.

–Podría llevarte a los tribunales –le amenazó él–. El acuerdo prenupcial…

–Muy bien, hazlo. Denúnciame –repuso ella.

Paula se había dado cuenta de que era un farol, no iba a denunciar a su propia esposa, a la madre de su bebé. Los dos lo sabían.

–No voy a permitir que…

–No te he pedido permiso. Simplemente, te lo estoy diciendo. Necesito tener relación con mi familia y también con Fernando. Y quiero que conozcan a Olivia. Voy a ir a casa a visitar a mi familia y, si quieres, puedes divorciarte de mí o denunciarme.

Se dió cuenta de que le había ganado la partida. Pero seguía sin poder olvidar ni perdonar la manera en la que sus padres habían tratado a Paula cuando los llamó para anunciarles el nacimiento de su nieta. Tras la llamada, se había quedado llorando y rota de dolor. No podía olvidarlo. Siempre había soñado con tener una familia propia, una en la que reinara el amor y no podía permitir que nadie le hiciera sufrir a Paula como lo habían hecho sus propios padres. La miró y se le ocurrió una idea. Sabía que era algo reprobable, pero era por su bien.

–¿No has pensado que tal vez no quieran verte? –le preguntó–. Fernando McLinn no te ha llamado durante los últimos tres meses y tu familia no te devolvió la llamada que le hiciste.

Vio que había conseguido sembrar la duda en su mente.

–No puedo culparlos –le dijo Paula–. Lo que hice fue una gran decepción para mis padres…

–No digas eso. Has tenido un bebé y te has casado. Son buenas noticias y, cuando trataste de compartirlas con ellos, te lo hicieron pasar muy mal.

–Sé que te parecerá que fueron crueles conmigo, pero conseguiré que me perdonen –le dijo Paula con los ojos humedecidos por las lágrimas–. Tengo que intentarlo.

–¿Por qué no les escribes una carta antes de llamarlos? Si te presentas sin avisarlos, ¿cómo puedes saber si van a reaccionar bien? ¿Y si te dan con la puerta en las narices? ¿De verdad quieres correr ese riesgo?

Paula estaba pálida y lo miraba fijamente.

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