lunes, 4 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 62

Con aquella única palabra, Pedro advirtió la vacilación en su voz y supo que sus sospechas eran ciertas. A pesar de todo, Paula seguía avergonzándose de él. Se sentía herido y furioso. Quería discutir con ella, atacarla y hacerle daño como ella se lo había hecho a él. En ese momento, la furgoneta pasó sobre una placa de hielo y tuvo que concentrarse en no salirse de la carretera. Tras solucionar el problema, el dolor casi había sobrepasado a la ira.

–Ahora lo entiendo –dijo él–. Alguien como yo es apropiado para una noche de sexo, pero, cuando se trata de algo más profundo, ya no estás interesada.

–Eso no es cierto.

–¿No?

–Sabes que las cosas son complicadas para mí ahora mismo.

–Tu preciada reputación. Claro.

–No tengo nada más que mi reputación en este momento, en lo que respecta a mi equipo. Sería diferente si llevase aquí un año o dos, si me conocieran y supieran que soy responsable. Pero, en este momento, todos mis movimientos son diseccionados y analizados al microscopio.

–Y claro, no queremos que nadie sospeche que tienes pulso.

–¡Es más que eso! No puedo permitir que se cuestione mi buen juicio.

–Y que te vean conmigo demostraría que tu juicio es pésimo. Lo entiendo.

Solo era una fiesta. Pedro sabía que estaba exagerando. Pero no podía controlar el dolor que sentía. Todo el asunto le resultaba familiar. Fue casi llegando a casa de Paula cuando se dió cuenta de por qué. Le resultaba familiar porque ya lo había vivido antes. Muchas veces. Había pasado los primeros doce años de su vida tratando de ganarse la aprobación y la aceptación de alguien que parecía decidido a rechazarlo a cada oportunidad. Horacio Alfonso había sido un cerdo que había tratado a sus tres hijos con diversos niveles de crueldad. Mucho antes de cumplir los doce años, cuando Horacio había muerto, Pedro ya había dejado de intentar que su padre lo viera como algo más que un debilucho que no servía para nada. Pero había madurado mucho desde entones, tanto que pensaba que lo había dejado atrás. Entonces, ¿Por qué le resultaba tan familiar la actitud de Paula?

–Entiendo –repitió cuando se sintió capaz de volver a hablar–. No es para tanto. Tengo muchas cosas que puedo hacer esta noche.

–Lo siento, Pedro. Pero, por favor, trata de ver esto desde mi perspectiva.

–Oh, lo hago –le aseguró él–. No habría nada peor que dejar que el personal de la escuela viera a su nueva y respetable directora con el bribón del pueblo. Sería toda una pesadilla para tí.

–No tienes por qué ser sarcástico.

–Sí, sí que tengo. Maldita sea, Paula. ¿Cómo puede importarte lo que piense la gente después de lo que hemos compartido?

–¿Qué hemos compartido? Me he acostado contigo, pero eso no me convierte en una mujer única entre la población femenina de Pine Gulch.

–Ha sido más que eso y lo sabes.

–Ha sido un error –dijo ella–. Un fallo por mi parte producido por la tormenta y la intimidad de la situación. Algo que no volverá a ocurrir. No puedo seguir viéndote, Pedro.

No había nada que Pedro pudiera decir, nada para arreglar aquello, y simplemente se sentía aliviado por haber llegado ya a casa de Paula. Estacionó frente al garaje y se quedó sentado con las manos en el volante.

–Probablemente sea lo mejor –dijo finalmente, aunque lo único que quería era protestar–. No seré tu secreto culpable, Paula. Un semental al que recurras cuando te aburras o te sientas sola. Me importas. Dios, incluso creo que puedo estar enamorado de tí.

Paula lo miró sorprendida, pero él siguió hablando.

–No sé. Todo esto es nuevo para mí. ¿Puedes creerlo? El bribón de Pine Gulch nunca ha estado enamorado. Pero, si es así, no lo quiero. Al menos, no contigo. No se puede amar a una mujer que no tieneagallas para lanzarse a algo que podría ser maravilloso.

–O un desastre –susurró ella.

–O un desastre –convino Seth–. Pero nunca lo sabremos, ¿Verdad? Porque has decidido que no soy lo suficientemente bueno para tí.

–¡Eso no es cierto!

–¿No? –de pronto se sentía viejo, cansado y terriblemente triste. Salió de la furgoneta y se acercó a la puerta de ella para abrirla–. Adiós, Paula. Tienes muchas cosas que hacer antes de tu gran fiesta, así que supongo que me perdonarás por no entrar.

Paula se quedó quieta durante unos segundos. Finalmente se bajó y vaciló por un momento; el tiempo justo para hacerle desear que se lanzara a sus brazos, lo besara y olvidara todo aquello. Pero no lo hizo. Ni siquiera volvió a mirarlo. Simplemente estiró los hombros y se alejó.

Pedro esperó a que abriera la puerta de casa, luego se montó en la furgoneta y se alejó hacia la tristeza que, sabía, inundaría el resto de su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario