viernes, 15 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 18

Paula se enderezó en la cama y miró algo desorientada a su alrededor. Estaba mareada. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado a esa cama. Le dolían los pechos y vio que seguía vestida con la ropa que había llevado en el hospital. Se dió cuenta entonces de que el llanto de su bebé la había despertado y comenzó a latirle el corazón con fuerza al ver que no estaba allí.

–¡Silvia! –la llamó desesperada mientras se ponía en pie–. ¡Silvia!

Se llenó de luz la habitación cuando alguien abrió la puerta. No tardó en sentir los brazos de Pedro a su alrededor.

–¿Dónde está? –le preguntó asustada mientras trataba de escapar–. ¿Adónde la has llevado?

–Está aquí –repuso Pedro mientras iba a otra puerta y la abría–. ¡Aquí mismo!

El llanto del bebé se hizo más fuerte. Fue hasta ella corriendo. Vió la cuna y lloró de alegría mientras la tomaba en sus brazos. La pequeña dejó de llorar casi al instante, tenía hambre. Se sentó en una mecedora y empezó a levantar su camiseta, pero se detuvo a tiempo.

–Tengo que darle de comer –le dijo algo avergonzada–. No me mires.

–Ya he visto tus pechos –repuso Pedro.

–¡Date la vuelta! –le ordenó con impaciencia.

Pedro levantó con resignación las cejas y se alejó de ella. Paula se giró un poco más para que no la viera y se preparó para darle el pecho. Se sobresaltó al notar cómo se aferraba a ella.

–Por lo que oigo, parece que estaba muerta de hambre –comentó Pedro.

–¡No escuches!

–Lo siento –repuso él sin poder contener la risa.

Pasaron unos minutos en silencio y Paula se dió cuenta de que debía disculparse.

–Siento lo que ha pasado. Me desperté y no sabía dónde estaba –le dijo ella.

–Te quedaste dormida en el coche de camino a casa y te subí en brazos. ¿No lo recuerdas?

Lo último que recordaba era que habían estado discutiendo sobre el nombre de la niña.

–Supongo que estaba muy cansada –le confesó ella.

–No te preocupes.

Pedro estaba siendo amable con ella y no sabía cómo reaccionar. Llevaba meses odiándolo, criticándolo ante cualquiera de su familia que quisiera escucharla. Creía que era un imbécil y un insensible, que no merecía ser padre. Pero se había dado cuenta de que ella había estado a punto de robarle el derecho que tenía de conocer a su hija.

–Fue un error no decirte lo del bebé –le dijo entonces–. Lo siento mucho. ¿Podrás perdonarme?

 –Olvídalo –repuso él con dureza–. Los dos cometimos errores, pero forman parte del pasado. Nuestro matrimonio es un nuevo comienzo.

–Gracias –susurró ella agradecida.

Miró entonces a su alrededor. El dormitorio era precioso. Las paredes eran de un amarillo muy suave, había animales de peluche en una estantería y una preciosa cuna.

–Es muy bonita.

–Me encargué de que redecoraran mi despacho mientras estábamos en el hospital.

–¿Quién lo hizo?

–La señora McAuliffe –le contestó Pedro.

–Siempre me gustó mucho esa mujer –repuso ella con una sonrisa– . ¿La habitación de al lado es la de invitados?

 –No, es el dormitorio principal.

–Entonces, ¿Estaba durmiendo en tu cama? –preguntó algo decepcionada.

–Sí.

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