lunes, 4 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 63

Era difícil agarrarse una borrachera a la una de la tarde. Lo intentó, pero lo único que tenía en su casa era cerveza, y no le apetecía regresar al pueblo a comprar algo más fuerte. Tras dos Sam Adams, Pedro decidió que era patético sentarse allí en compañía de Lucía desperdiciando una buena cerveza cuando no estaba de humor. Llevado por emociones a las que no sabía enfrentarse, finalmente decidió ponerse al día con el trabajo que había dejado de lado para llevar a Paula de compras. Se puso el abrigo y el sombrero y salió de casa. Una hora después, montado en una yegua que estaba entrenando para un cliente, decidió que no había ayudado mucho. Un poco, pero no demasiado. Estaba intentando echarle el lazo a una de las cabezas de ganado que usaba para el entrenamiento cuando Lucía emitió un ladrido de bienvenida. La lazada aterrizó varios metros más allá de su objetivo mientras se giraba sobre la silla para ver quién había llegado. La esperanza desapareció al ver que se trataba de su hermano mayor, que estaba apoyado contra la barandilla. Recogió la cuerda y se acercó a la verja montado en la yegua.

–Tiene buen aspecto –dijo Federico cuando se acercó.

–Sí. Supongo que Juan Harding estará contento con ella cuando acabe mi trabajo.

–Por lo que te paga por entrenarla, debería ser capaz de levantarse sobre sus patas traseras y hacer el saludo a la bandera.

–¿Estás insinuando que Harding no va a sacar partido a su dinero?

–En absoluto –dijo Federico tras ver la botella de cerveza medio vacía que Pedro había dejado sobre la verja–. Solo me preguntaba si tu método habitual de trabajo implica trabajar con caballos cuando estás medio borracho.

–¡Me he tomado exactamente dos cervezas y media! ¿Acaso trabajas para la comisión anti alcohol?

–No. Solo soy un hermano preocupado.

–Que debería aprender a meterse en sus propios asuntos –dijo Pedro mientras guiaba a la yegua hacia el establo.

–¿Quieres hablar de ello?

–¿De qué?

–De lo que te preocupa.

–No es nada.

–¿Estás seguro?

–La verdad, sí –contestó Pedro–.  Al contrario de lo que cree la gente, me parece que conozco mi cerebro.

–Nunca he dicho lo contrario. Pero me parece que no conoces tu fuerza. Porque, si sigues cepillando a la yegua de ese modo, Juan Harding quedará raro montado sobre su caballo calvo.

–¿Quieres que hable de lo que me preocupa? –dijo Pedro finalmente tras dejar al caballo en su cuadra–. Pues hablaré. ¿Qué te parece esto? Tengo un hermano que tiene una hermosa mujer y tres hijos maravillosos, más otro que viene en camino. Su vida es perfecta, lo cual hace que sea insoportable estar a su lado, sobre todo porque se cree que lo sabe todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario