lunes, 18 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 21

Paula volvió al dormitorio y vió que alguien había dejado sobre la cama la maleta con ropa nueva que le habían llevado al hospital. La abrió, tomó un conjunto de cachemira rosa y suspiró. Parecía carísimo y era muy suave. Fue increíble poder darse una larga ducha caliente en el baño de su dormitorio. Se peinó cuando salió y se puso la ropa sobre una camiseta de algodón blanca. Bajó entonces las escaleras. Era el ático más lujoso que había visto nunca, como una mansión en el cielo. Había un gran salón en la primera planta, con chimenea y grandes ventanales.

–¿Qué te parece?

Se sobresaltó al oír la voz de Pedro. Se giró y lo miró.

–Es increíble –reconoció ella–. No he visto nada parecido.

–Me alegra que te guste, porque es tuyo –repuso Pedro.

Pero era imposible, sabía que estaba bromeando. Además, teniéndolo tan cerca, no podía pensar en nada más.

–Toma –le dijo Pedro ofreciéndole una de las copas.

–No puedo beber alcohol, le estoy dando el pecho –repuso ella.

–Lo sé, tu copa tiene zumo de frutas.

–Gracias.

Tomó la copa y se la terminó de un trago. Estaba muerta de sed y también tenía hambre.

–Huele muy bien –comentó ella.

–He hecho quesadillas y arroz. No sé si te gustará –repuso él más serio–. Como me has recordado antes, soy un inútil en la cocina.

Paula frunció el ceño, le extrañó que se mostrara de repente tan taciturno.

–¿Pasa algo? –le preguntó ella–. ¿Estás bien?

–Claro, estoy bien. ¿Cenamos?

Suspiró al ver que no le iba a contar qué le pasaba y miró a su alrededor.

–¿Has visto mi bolso? Tengo que hacer una llamada.

–¿A tu familia?

–No, ya los llamé desde el hospital, quería hablar con Fernando.

–No –repuso Pedro.

–Supongo que habrá vuelto a Fern y estará preocupado por mí. Me gustaría saber cómo…

–Fernando está bien –la interrumpió Pedro con frialdad–. Acabo de hablar con él.

Lo miró fijamente.

–¿En serio?

 –No dejaba de llamar y me cansé. Contesté su llamada de hace diez minutos y le dije que dejara de llamar.

–¿Qué te ha dicho?

 –Me ha llamado de todo –repuso Pedro–. ¿Qué le has contado de mí?

Sintió que sus mejillas se ruborizaban.

–Me enfadé mucho cuando me despediste, supongo que te llamé de todo. Le dije que eras un imbécil, que eras adicto al trabajo, que no tenías corazón, que cada día te acostabas con una mujer distinta… – susurró avergonzada–. Lo siento. No debería haber hablado así de tí.

Pedro le dedicó una fría sonrisa.

–Bueno, te limitaste a decirle la verdad. Soy todas esas cosas. Y tú eres reservada, ingenua y demasiado sentimental.

Paula abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.

–Pero supongo que nos tendremos que soportar por el bien de Olivia.

Sintió un profundo dolor en su corazón. Un momento antes, había estado llena de esperanza, pero acababa de ver que estaba sola. No tenía a nadie de su lado.

–Dame mi teléfono –le pidió con firmeza.

–No.

–Muy bien. Lo buscaré yo.

Salió del salón y entró en una gran cocina. Vió su bolso en la encimera de granito, fue por él y rebuscó en su interior.

–No está ahí –le dijo Pedro mientras la miraba.
–¿Dónde está?

 –Lo tiré a la basura.

Dejó entonces de buscarlo y lo miró a los ojos.

–¿Me estás tomando el pelo?

–No voy a dejar que lo llames – replicó Pedro.

–¡No puedes hacer eso! –exclamó indignada–. ¡No tienes derecho!

–Soy tu marido, tengo todo el derecho del mundo.

–Entonces, ¡Me compraré otro teléfono!

–Inténtalo –le provocó Pedro con los ojos brillantes.

–Esto es ridículo. ¡No soy tu prisionera!

–No, pero estamos casados y espero que me seas leal.

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