miércoles, 27 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 41

–De acuerdo –repuso sonriendo.

Pedro tiró de ella para que se levantara y se metieron en el agua. Era agradable refrescarse después de haber estado tomando el sol. Nadaron unos minutos. Después, él la tomó en sus brazos y la besó. Se aferró a él con todas sus fuerzas, saboreando la increíble sensación de tener su musculoso cuerpo contra el suyo. Lo amaba con todo su corazón. Y, aunque él no se lo había dicho aún, estaba convencida de que era solo una cuestión de tiempo.

–Querida, te voy a echar mucho de menos –le susurró Pedro entonces.

–¿Por qué? –repuso ella–. ¿A dónde te vas?

 –A Marrakech, tengo pendiente un negocio importante.

–¿A Marruecos? ¿Cuánto tiempo estarás allí?

 –Eso es lo malo, tengo que tratar con un empresario que es bastante impredecible. Las negociaciones podrían durar un día o una semana.

–¿Una semana? ¿Una semana en la casa sin tí? No voy a soportarlo…

–Yo también te echaré de menos.

Respiró profundamente y decidió contarle su plan.

–Pero sería el momento perfecto para visitar a mis padres. Podría ir en el otro avión y…

–¿Cómo? –repuso Pedro frunciendo el ceño.

–He estado escribiendo a mi familia cada semana durante cuatro meses, pero no ha servido de nada, tengo que ir a verlos.

Pedro la miró fijamente y le dió la impresión de que estaba más pálido.

–No, no puedes ir –le dijo con firmeza.

–¿Por qué? –repuso indignada.

Ya había supuesto que iba a tener que pelearse con él y estaba preparada para ello.

–¿Qué más te da que nos vayamos? Tú estarás en Marruecos.

–Iba a proponerte que vengan Olivia y tú conmigo. Marrakech es precioso en abril.

–Ese no era el plan que me explicaste hace unos minutos –le dijo ella con suspicacia.

–Los planes cambian.

Se miraron a los ojos. El agua de la piscina los mecía ligeramente. La brisa era algo más fuerte y agitaba las palmeras. Les llegaba hasta allí el rugido del mar y los sonidos de las aves marinas. Estaba rodeada de belleza, pero no podía seguir ignorando el vacío que tenía en su corazón.

–Los echo mucho de menos, Pedro –le dijo con lágrimas en los ojos–. No sé qué más puedo hacer para conseguir que me perdonen.

–Pensé que eras feliz aquí –repuso él con un tono de reproche.

–Y lo soy, pero los echo de menos a cada hora, todos los días. Es como un agujero en mi corazón –reconoció con las lágrimas rodando por sus mejillas–. No puedo soportar su silencio. Me siento perdida sin ellos.

Pedro la miró durante un buen rato. Después, cerró los ojos y exhaló.

–De acuerdo –le dijo en voz baja.

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