viernes, 29 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 46

Podía oír el agua de una fuente cercana. Levantó la vista para contemplar mejor la impresionante casa y vió una sombra en movimiento tras unas cortinas.

–¿Está aquí? –susurró ella algo asustada.


Pedro asintió con la cabeza y ella se estremeció. Entró en la casa con la niña apoyada en su cadera. La seguían su marido y los guardaespaldas. El diseño de la casa por dentro era de inspiración árabe, con techos planos y mosaicos en las paredes. Había arcos en vez de puertas y decoraciones florales y geométricas en muebles y techos. Era impresionante. Vió un patio interior con muchas plantas y flores. Respiró profundamente al atravesarlo. Era maravilloso estar allí y escuchar el agua de la fuente mezclada con el canto de los pájaros. Oyó entonces un grito de mujer. Se giró deprisa e instintivamente levantó el brazo para proteger a su hija de un peligro invisible. Pero no había ningún peligro, sino su hermana, que corría hacia ella.

–¡Delfi! –exclamó Paula.

Vió entonces que también estaban sus padres.

–¡Mamá! ¡Papá!

–Paula, mi Pau… –susurró su madre llorando mientras la abrazaba–. ¿Es tu bebé? ¿Mi nieta?

 –Sí, es Olivia – respondió Paula con la voz cargada por la emoción del momento.

Su madre no dejaba de llorar mientras abrazaba a Delfina, a Olivia y a ella. Su padre se les acercó entonces y las abrazó a todas con sus largos brazos. Le sorprendió ver que él también estaba llorando. Era la primera vez que lo veía así.

–¡Los he echado tanto de menos! –les dijo Paula.

Miró a Pedro por el rabillo del ojo. Estaba a cierta distancia, observándolos.

–Ha sido culpa mía –le dijo su padre–. No debería haberte escrito esa carta tan desagradable, pero estaba muy enfadado. Tu madre no dejaba de llorar y ya sabes que no puedo pensar con claridad cuando está llorando. No me extraña que no hayas querido saber de nosotros…

A su padre se le quebró la voz y no pudo seguir hablando. No sabía a qué se refería, pero estaba tan feliz en esos instantes que no quiso preguntárselo. Olivia, al ver a todos esos adultos llorando a su alrededor, gimió con una mueca algo asustada y miró a su madre de reojo.

–Todo está bien, cariño –le dijo Paula sonriendo–. Por fin está todo bien, no te preocupes.

Alejandra Chaves tendió los brazos hacia su nieta con lágrimas rodando por sus mejillas regordetas. Vió entonces cuánto se parecía Olivia a su abuela.

–¿Puedo? –le preguntó a Paula su madre.

Le entregó a Olivia para que la sostuviera. La niña se quedó unos segundos algo asustada, pero Alejandra no tardó en ganarse su confianza. Unos minutos más tarde, fue su tía Delfina la que quiso sostenerla y después, el abuelo Miguel.  Olivia se había acostumbrado enseguida a ellos y no tardó en reír.

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