lunes, 18 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 23

Tres meses más tarde.


 Habían sido tres meses muy duros durante los que Paula había tenido que ver cómo Pedro se comportaba como un padre perfecto y cariñoso. Olivia había ganado mucho peso y dormía mejor por las noches. Durante tres meses, la había tratado con cortesía pero también con cierta frialdad y ella había tenido que aprender a vivir con sus dolorosos recuerdos, que la llenaban de rabia durante el día y la impedían dormir por la noche.  Pero por fin habían terminado esos tres meses. Se miró en el espejo de la habitación mientras se subía la cremallera de su vestido. Era ceñido y plateado y tenía un escote en forma de corazón que resaltaba su busto. Se puso los pendientes de diamantes que hacían juego con su anillo. Se acercó después un poco más para ponerse rímel en las pestañas y pintarse de rojo los labios. Dió un paso atrás cuando terminó para ver el resultado. No se reconocía. Siempre se había visto como una joven no demasiado agraciada y Siempre se había visto como una joven no demasiado agraciada y algo rellenita, pero el espejo le decía lo contrario. Nunca había tenido tan bien cuidada su melena castaña. Brillaba y tenía un aspecto sano y lustroso gracias a los tratamientos que se hacía dos veces a la semana en la mejor peluquería del Upper West Side de Nueva York.

Después de un largo otoño de paseos con Olivia, Paula tenía los brazos y las piernas tonificados y estaba en buena forma. Iba al parque casi todos los días, aunque estuviera lloviendo o hiciera frío. Su afán era escapar del ático, donde se sentía inútil y atrapada con un marido que no sentía nada por ella. Le daba la impresión de que ya no quedaba apenas nada de la sencilla chica de campo que había sido. Era la señora de Pedro Alfonso, el magnate del petróleo, pero no por mucho tiempo. Al día siguiente, terminaría su sentencia de tres meses. Olivia y ella serían por fin libres.

Había dormido sola cada noche en esa enorme cama mientras Pedro dormía en la habitación de invitados. Este había cambiado su rutina y volvía antes del trabajo para poder pasar más tiempo con la niña. Había visto cómo se iluminaba su cara cuanto tomaba a Olivia en sus brazos. Por la noche, cuando el bebé no podía dormir, le oía caminar con ella por los pasillos mientras le cantaba una nana. Pedro había sido muy educado y nunca había vuelto a hablarle de Fernando, de su familia o de cualquier otro tema que pudiera provocar una discusión. Mientras cenaban, él solía leer el periódico y hablaba muy poco. Ella, en cambio, se distraía contemplando sus sensuales labios y tratando de que no le afectara demasiado su cálido y masculino aroma.

Pedro no la había tocado durante esos tres meses. Solo esperaba de ella que cuidara de su hija y que lo acompañara alguna vez a galas benéficas, como iba a hacer esa noche. En la alta sociedad neoyorquina, la temporada de Navidad empezaba a principios de diciembre con el Baile de Invierno, que recaudaba dinero para hospitales infantiles de la región. Era la última vez que iba a vestirse de manera tan elegante para acompañar a Pedro. Después de esa noche, ya no iba a tener que seguir fingiendo que eran un matrimonio feliz. Le parecía paradójico que su relación terminara tal y como había empezado, con una fiesta de Navidad. Al día siguiente, tal y como indicaba el acuerdo prenupcial, ella se mudaría y él comenzaría el proceso del divorcio. Tenía muy claro que su marido le había sido infiel durante esos tres meses, lo conocía demasiado bien. No era el tipo de hombre que pudiera resistir tanto tiempo sin acostarse con alguien. Por otro lado, no era asunto suyo lo que hiciera o dejara de hacer. Iba a hacer las maletas al día siguiente y volver a su granja en Dakota del Norte. Había echado mucho de menos a Delfina, a su madre, a Fernando e incluso a su padre.

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