miércoles, 6 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 67

–¿Estás de broma? Cualquier mujer que esté con él debería considerarse afortunada.

–¡Va de mujer en mujer! Todo el mundo lo dice. Cada día sale con una.

–No es cierto. Quizá fuese verdad hace unos años, pero, desde que comenzó a trabajar con caballos, se ha convertido en un hombre diferente. Le sigue gustando la fiesta, pero se ha calmado un poco ahora que tiene algo en lo que centrarse.

–Te oí hablar con Vanina Barnes aquel día en el despacho, cuando ella estaba deprimida porque no le había devuelto la llamada. Le hablaste de la escuela de rodeo de Pedro Alfonso. Le dijiste que era unperro.

–No. Vanina dijo que era un perro. Por si no te acuerdas, yo dije que era un buen tipo, y lo es. Puede que sea un poco salvaje, pero eso no es tan malo, si quieres saberlo, siempre y cuando encuentre a la mujer apropiada para canalizar ese salvajismo.

–¡Yo no soy esa mujer!

–No sé. Daniela dijo que parecía encantado en el restaurante antes de que apareciese la otra chica. Dijo que estabais agarrados de la mano y todo.

Antes de que Paula pudiera contestar, Leonardo Tyler asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

–¿Diana, por qué te escondes aquí? ¿Vas a dejarme bailando con la señora Christopher toda la noche?

–Lo siento. Ya voy –dijo Diana, abrazó a Paula y le susurró una última cosa al oído antes de marcharse–. ¿Sabes? En alguna parte hay un jinete capaz de domar al toro más salvaje. Nunca lo sabrás si no te subes.

Después de que se marchara, Paula se apoyó en la encimera y sintió que la cabeza le daba vueltas. «No puedo amar a una mujer que no tiene las agallas para lanzarse a algo que podría ser maravilloso». Las palabras de Pedro retumbaban en sus oídos con más fuerza que la música del salón. Era una tonta. Una estúpida con miedo. Lo amaba. Lo amaba con toda su alma y estaba tirando por la borda cualquier posibilidad que pudiera tener con él porque tenía miedo de confiar en Pedro y en sus propios instintos. Era un buen hombre. Un hombre amable, decente y maravilloso que le había abierto su corazón a ella y a su familia. Paula se apartó de la encimera con una confianza renovada. Tenía que encontrarlo, en ese momento, para ver si lo había arruinado todo o si todavía tenía la oportunidad de salvar la situación del desastre absoluto. Salió corriendo de la cocina y parpadeó, un poco desorientada al encontrarse con las luces, la música y la gente. La fiesta continuaba, su fiesta, la que había considerado tan importante. ¿Cómo podía marcharse a la mitad? No, iba a confiar en su instinto. Tenía que encontrar a Pedro esa noche, antes de perder los nervios.

Diana y Leonardo pasaron bailando junto a ella en ese momento, y Paula agarró a su ayudante del brazo antes de que se alejara.

–Diana, tengo que irme. Lo siento. Te lo explicaré más tarde.

–No creo que tengas que explicármelo –dijo su amiga con una sonrisa.

–Tenías razón –dijo Paula–. Quiero mis ocho segundos. No. Más que eso. Quiero el resto de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario