lunes, 11 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 8

Paula se quedó sin aliento al oírlo. Le parecía surrealista casarse con Pedro. Era el padre de su bebé, pero también su ex jefe, el hombre al que más despreciaba en ese mundo. Lo miró fijamente, esperando que se explicara.

–No entiendo la broma –le dijo.

–No es ninguna broma.

–¡Por supuesto que lo es!

Pedro tomó su mano izquierda y miró su anillo de compromiso. Tenía un diamante microscópico.

–No, Paula, este anillo sí que es una broma.

–El anillo es un símbolo de fidelidad, no me extraña que no te guste.

–Tendrás uno de verdad.

–¡No me pienso casar!

–Claro, se me olvidó que eras una romántica. Tendré que hacer las cosas bien –le dijo con sorna.

Se quedó horrorizada al ver que tomaba su mano y se ponía de rodillas en el coche.

–Querida, querida mía, ¿Me harías el gran honor de convertirte en mi esposa?

 Aunque estaba furiosa, sintió una oleada de calor por todo su cuerpo y se le aceleró el pulso.

–¡Déjame en paz! –exclamó mientras apartaba sus manos.

–Me tomaré eso como un sí –repuso él.

La lluvia repiqueteaba sobre el techo del coche y los rodeaban las bocinas de otros vehículos y el ruido de la ciudad. Acababa de darse cuenta de que Pedro le hablaba en serio, quería casarse con ella.

–¡Pero tú no te quieres casar! ¡Se lo has dicho a todas las mujeres con las que has estado!

 –Siempre he tenido la intención de casarme con la madre de mis hijos.

–Sí, pero tu idea había sido casarte con esa rica duquesa española.

–Los planes cambian –repuso Pedro–. Estás embarazada de mí y tenemos que casarnos.

Lo dijo como si fuera un castigo para él y le dolió. Levantó la barbilla con orgullo.

–Vaya, gracias –le dijo con sarcasmo–. Estoy conmovida. Hace cinco minutos, me acusaste de no saber quién era el padre y me llamaste «mentirosa». ¿Y ahora quieres casarte conmigo?

–Me he dado cuenta de que ni siquiera alguien como tú me mentiría en algo así. Me ha quedado muy claro que la verdad te repugna.

–Es cierto, es tu hija, pero no pienso convertirme en tu esposa.

–¡Qué raro! Cuando te encontré frente a tu casa estabas dispuesta a casarte.

–¡Con Fernando! Alguien a quien quiero mucho y en quien confío plenamente.

–No quiero oír hablar más de él –repuso Pedro algo aburrido–. Tu amor te ciega.

–No es un hombre rico, pero es bueno y sería un padre maravilloso. Mucho mejor que…

Se quedó callada cuando sintió una dolorosa contracción que arqueó todo su cuerpo.

–¿Es mucho mejor que yo? –terminó Pedro por ella–. Yo no soy lo suficientemente bueno para ser su padre. Esa fue tu excusa para mentirme y casarte con tu amante.

–¡No es mi amante!

–A lo mejor no lo es físicamente, pero lo amas y estabas a punto de robarme a mi hija. ¿Cómo puedes acusarme de ser despiadado, de no tener corazón? –le preguntó con desprecio.

Paula contuvo la respiración cuando sintió un nuevo dolor en el vientre. Faltaban dos semanas y media para que saliera de cuentas, pero empezaba a darse cuenta de que esas contracciones eran demasiado seguidas y fuertes, no se parecían a las Braxton-Hicks de la semana anterior. Se le pasó por la cabeza que pudiera estar de parto, pero no le parecía posible. Respiró profundamente para calmarse. Creía que estaba así por culpa del estrés del momento.

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