viernes, 1 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 56

–Tal vez tú también lo seas. ¿Cómo sé que no estás cortado por el mismo patrón, que no harías o dirías cualquier cosa para meterte en la cama de una mujer?

–¿Es eso lo que piensas realmente?

–No quiero pensar eso –susurró Paula–. Cuando estoy contigo, quiero creerme cada palabra de lo que dices. Pero, cuando me alejo, aparecen las dudas y no entiendo lo que estamos haciendo. ¿Por qué iba un hombre como tú a querer estar conmigo?

–No tienes ni idea de cómo me haces sentir, ¿Verdad?

Paula parpadeó y sintió un vuelco en el corazón cuando Pedro se levantó y la levantó a ella también.

–De acuerdo –añadió–. Te lo enseñaré.

Entonces la besó, haciéndole sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

–Te deseo, Paula –dijo–, pero, si se tratara solo de sexo, habría hecho algo al respecto hace semanas.

A pesar de sentirse débil a causa del beso, Paula consiguió encontrar la fuerza suficiente para dirigirle una mirada de incredulidad.

–¿Tan seguro estás de eso?

En respuesta, Pedro volvió a besarla, haciendo que ella le rodeara el cuello con las manos y se agarrase a él para no derretirse sobre la alfombra.

–Muy seguro, sí –murmuró con una seguridad que no podía ocultar, dada la evidencia que Paula le acababa de proporcionar–. Tiemblas cada vez que te toco, ¿Lo sabías? Incluso si te rozo por casualidad mientras andamos. Eso es increíblemente excitante para un hombre, saber que provoca ese efecto en una mujer. No sabes lo difícil que ha sido mantener las manos quietas estas semanas. Si se hubiera tratado solo de llevarte a la cama, hace tiempo que lo habríamos hecho. Y eso debería hacerte ver que significas más que eso para mí. No te he presionado. He sido paciente, a pesar de estar consumiéndome por dentro.

–Pedro…

Fuera lo que fuera lo que iba a decir, se perdió en un nuevo beso, mucho más tierno y lento, que hizo que los ojos le escocieran por la emoción.

–Me importas, Paula. No solo tú, sino también Melina y Nicolás. Hay algo entre nosotros. Algo que no había experimentado antes, algo a lo que no sé cómo enfrentarme. Me asustas, y eso debería demostrarte que no he sentido esto nunca. Nunca he tenido miedo de una mujer. Bueno, no desde Alicia Arbuckle, mi profesora de lengua del instituto.

–Tú también me asustas –murmuró Paula, pero acompañó sus palabras acercándose más a él y besándolo.

Se quedaron durante un largo rato abrazados mientras el fuego crepitaba. Todas esas emociones de la noche en el garaje regresaron y se sintió impotente ante ellas. No supo cómo, pero, de algún modo, acabaron en el dormitorio de la suite.

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