miércoles, 30 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 55

–Le he dicho la verdad –dijo Pedro encogiéndose de hombros–. Que recibiste un puñetazo dirigido a mí. No le ha parecido difícil de creer.

–Supongo que habrás mencionado a la ex vengativa.

–Sí. Por alguna razón, eso le pareció aún menos difícil de creer.

A pesar de su intención de no dejar que la encandilara, Paula no pudo evitar sonreír ante aquel comentario.

–Paula, tengo que decirte otra vez lo mucho que siento todo esto. Carla, la tormenta, todo. Quería que el día fuese perfecto para tí, pero, como de costumbre, lo he fastidiado.

–¿Por qué querías que todo fuese perfecto? –preguntó ella.

–No quería que dejaras de verme –contestó Pedro tras una pausa–. Eso es lo que planeabas decirme anoche, ¿Verdad?

Paula se quedó mirándolo. ¿Cómo lo había averiguado?

–Eres demasiado bueno leyendo la mente de las mujeres.

–No. Solo la tuya. ¿Pero por qué? Eso es lo que no entiendo. ¿Por qué estabas decidida a mandarme a paseo? Podría entender que no quisieras verme más después de lo de hoy. Cualquier mujer se sentiría igual. Pero, antes de esto, pensé que las cosas iban bien. Parecías feliz. Sé que eras feliz. ¿Acaso lo malinterpreté todo?

¿Cómo podía Paula decirle que todas las razones que había visto para cortar con él se habían materializado en la chica del restaurante? Carla Mendenhall era Paula, con un poco más de tiempo y unas cuantas copas de más. Quería pensar que ella nunca montaría una escena borracha en un restaurante, pero querría montarla, y eso era igual de desmoralizador.

–Las cosas iban bien –dijo finalmente.

–¿Y por qué pensabas echar el freno?

No podía decirle la verdad, de modo que evitó el tema.

–No puedes decirme que se te habría roto el corazón si hubieras dejado de verme, Pedro.

–¿No puedo? –murmuró él.

–Tu reputación no te hace justicia –dijo Paula forzando una sonrisa–. Casi habías conseguido que me lo creyera.

–¡Al infierno con mi reputación! –exclamó Pedro poniéndose en pie– . Al infierno con mi reputación –repitió–. Por un segundo, olvídate de todo lo que hayas oído de mí de gente que debería mantener la boca cerrada. Si no hubiera ocurrido lo de hoy con Carla y no hubieras oído los cotilleos, si tuvieras que juzgarme solo por el hombre que has conocido este último mes, ¿Seguirías siendo tan cínica? ¿O te abrirías ante la posibilidad de que puede que me importes?

–No sé –admitió Paula finalmente–. No se me da bien juzgar a los hombres.

–¿Crees que no puedes confiar en tu instinto solo porque tu ex era un cerdo que te engañó?

–¿Quién te ha dicho eso?

La furia desapareció de su rostro tan rápido como había aparecido, y volvió a sentarse a su lado con aspecto cansado.

–Nicolás. Un día, cuando estábamos trabajando con el coche, me dijo que su padre te abandonó por una chica de veintiún años. Os abandonó a todos para irse a Europa con ella. No guarda muy buen recuerdo de él.

–Hasta que Fernando no me dijo que se marchaba, no tenía ni idea de que estaba engañándome. Era completamente ajena. Pensé que tenía la vida perfecta, el matrimonio perfecto. ¡Incluso solía darles consejos sentimentales a mis amigas! Y, mientras tanto, mi marido se acostaba con otra.

–¿Y crees que eso hace que seas mala juzgando a los hombres? ¿Porque cometiste un error? ¿Porque no sabías que tu marido te engañaba? Tal vez él fuera un gran manipulador.

Obviamente, ya se había dado cuenta de eso, pero había sido completamente ajena en su momento. ¿Y si Pedro estaba haciendo lo mismo y ella estaba demasiado ciega para verlo?

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