miércoles, 16 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 22

Nicolás se apresuró a terminarse la galleta y luego se enderezó. Parecía sorprendido y complacido de ver a la chica.

–Eh, Jimena –dijo.

–Hola, Nicolás –dijo ella con una sonrisa tímida.

Paula se dijo a sí misma que se alegraba de que su hijo tuviera a alguien de su edad con quien pasar el día, aunque no estaba segura de si podría soportar ver sus interacciones adolescentes con un miembro del otro sexo.

–Esta es Jimena Summers, la hija de Daniel y de Lorena –dijo Brenda–. Es mi salvadora, pues cuida de los niños algunas tardes para que yo pueda trabajar algo.

Diana, su eterna fuente de información, le había dicho a Paula que Brenda escribía libros de autoayuda y también era una terapeuta de éxito. Se preguntó si Brenda tendría algún consejo para una mujer que parecía destinada a que le gustara el tipo equivocado de hombre.

–Nos encantó saber que Pedro los había invitado a venir hoy –dijo Brenda con una sonrisa encantadora que hizo que Paula olvidara sus preocupaciones ante la idea de estar interfiriendo en esa familia–. Qué maravillosa idea y qué oportunidad de llegar a conocernos. Me alegra que hayan venido.

–Tu cuñado puede ser muy… –«molesto, mandón, manipulador»– persuasivo.

–Eso es quedarse corto –dijo Brenda riéndose.

–¿Qué puedo decir? Es un don –dijo Pedro metiéndose una galleta en la boca–. Estoy lleno de dones.

–Desde luego, estás lleno de algo –dijo Brenda.

Pedro se rió y le acarició la tripa a Brenda con una familiaridad que indicaba que estaban muy unidos.

–No la escuches, chico –dijo él en dirección a la tripa de Brenda–. Unos meses más y podrás decidir por tí mismo quién es tu tío favorito.

Brenda sacudió la cabeza con tal afecto que Paula se preguntó por su relación. En ese momento, se abrió la puerta y apareció Federico Alfonso, quitándose la nieve de las botas y colgando el sombrero en un gancho de la puerta. Su mirada se dirigió inmediatamente a su esposa, que le dirigió una sonrisa de tal felicidad, que se sintió ridícula por haber pensado en la relación de Pedro y Brenda.

–¿A qué estamos esperando? Los trineos están listos y el sol brilla. Deberíamos irnos.

–Mariana y Leandro todavía no han llegado –dijo Brenda–. Llamaron hace un poco diciendo que estaban de camino.

–Pero podemos empezar a abrigarnos –dijo, y el veterinario y su esposa se pusieron en pie y comenzaron a ponerse los abrigos.

Paula consiguió apartar a Nicolás de Jimena lo suficiente para arrastrarlo a la sala de estar, donde estaban sus abrigos. Durante los minutos siguientes, todos estuvieron poniéndose sus abrigos y sus guantes. Acababa de terminar de abrocharle a Melina el abrigo cuando se abrió la puerta principal, anunciando a los recién llegados.

–Lo habéis conseguido –dijo Pedro con una sonrisa–. Íbamos a marcharnos sin ustedes.

–Lo habríamos superado –le dijo su hermano Leandro.

La mujer que iba con él, pequeña, morena y con muletas, le dirigió una mirada de reprobación.

–Tú puedes quedarte aquí y jugar a las cartas con los padres, pero yo me subo con los demás. Me encanta cortar mi propio árbol.

–Tenemos un pino escocés en el jardín. ¿Por qué no habremos cortado ese para poder pasar el día frente al fuego?

–Paula, este que se queja tanto es mi hermano Leandro y esta maravillosa criatura es un mujer, Mariana –dijo Pedro, dándole un beso en la mejilla a su cuñada–. Esta es Paula Chaves, la nueva directora de la escuela de Pine Gulch.

–Ya conozco al doctor Alfonso –dijo Paula–. Hola otra vez. Y encantada de conocerte –le dijo a Mariana, preguntándose por las muletas, que los demás parecían no advertir.

–Hola –dijo Leandro–. Y hola, señorita Melina. ¿Qué tal va la respiración hoy?

–Bien. Mamá me hizo una prueba antes de salir y dice que mi nivel respiratorio es del noventa y cinco por ciento.

–¡Excelente! –Leandro estiró la mano hacia Melina para chocar los cinco, cosa que la niña hizo entre risas–. Mariana, siéntate ahora que tienes la oportunidad –le dijo a su mujer.

–Estoy bien –dijo ella con firmeza.

–¿Qué haces con esas muletas? –preguntó Pedro.

Antes de que Mariana pudiera contestar, los demás llegaron a la sala de estar, Viviana Cruz vió a su hija y corrió hacia ella. El parecido entre ellas era asombroso, pensó Paula al verlas juntas.

–Mariana, ¿Qué pasa? –le preguntó a su hija–. ¿Por qué llevas muletas hoy?

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