miércoles, 23 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 39

Una hora después, Paula estaba sentada junto a la cama de su hija en una de las salas de la clínica, apretándole la mano a Melina y leyéndole una revista que Pedro había encontrado en la sala de espera mientras Leandro comprobaba sus constantes vitales.

–Parece que lo peor ya ha pasado –dijo Leandro quitándose el estetoscopio de los oídos.

–¿Así que crees que ha sido el resfriado lo que lo ha desencadenado? –preguntó Paula.

–Hay rastro de bronquitis, y no creo que eso ayude. Mi instinto me dice que es viral, pero voy a darte antibióticos de todas formas, por si acaso me equivoco.

–De acuerdo.

–Y vamos a tener que continuar con el tratamiento de mascarilla con esteroides cada cuatro horas.

–Bien.

–Ahora tenemos que tomar una decisión y voy a dejarlo en tus manos –le dijo Leandro–. Puedo enviaros al hospital de Idaho Falls si te sientes mejor pasando la noche allí.

–¿O?

–Puedo enviarte a casa con un monitor para que puedas vigilar sus niveles de oxígeno durante la noche y realizarle el tratamiento tú misma. No podrás dormir de ninguna de las maneras, pero tal vez ella se sienta mejor en su cama. Si tienes algún problema, puedo estar en tu casa en cinco minutos.

–¿Estás seguro de que eso es seguro? –preguntó Pedro desde una esquina.

–No lo habría sugerido si no pensara que podría estar bien en casa. Dado que el ataque está bajo control, creo que será más seguro que esté en su propia cama que hacer que la trasladen al hospital con la tormenta.

–Quiero irme a casa –dijo Melina con voz débil.

Paula le apretó la mano, sabiendo lo mucho que su hija odiaba los hospitales.

–Creo que abriremos la puerta número dos –dijo ella finalmente–. Tengo que pensar que lo peor ha pasado.

–Estoy de acuerdo. Pero solo estoy dispuesto a dejarte ir a casa si prometes que me llamarás si tienes algún problema durante la noche.

Paula asintió y les dirigió a Mariana y a él una sonrisa cansada, pero de agradecimiento.

–Gracias a los dos por recibirnos aquí. Tengo que confesar que una de mis mayores preocupaciones de mudarme a un pueblo pequeño tan alejado de un centro médico importante era encontrar un buen cuidado para el asma de Melina. Nunca esperé encontrar unos profesionales tan buenos en Pine Gulch. No saben lo tranquilizador que es tenerlos cerca.

–No encontrarás mejor servicio médico en ninguna parte –dijo Pedro–. Pine Gulch tiene suerte de que Leandro decidiera volver a casa y no aceptara las ofertas de las grandes ciudades que le llovieron cuando terminó de estudiar. Tener una enfermera experimentada como Mariana es maravilloso.

Su hermano pareció sorprendido por el cumplido, aunque a Paula le dió la impresión de que Pedro parecía un poco avergonzado después de hablar.

–Bueno, siento haberos sacado en mitad de la noche de este modo –dijo Paula.

–Es parte del trabajo –le aseguró Mariana–. No le des importancia.

Después de que Leandro preparara el monitor para controlar el oxígeno, Mariana llevó una silla de ruedas para transportar a Melina a la furgoneta, pero Pedro negó con la cabeza.

–Yo me encargo –dijo, envolvió a la niña con una manta y la tomó en brazos de nuevo.

La llevó a la furgoneta y Paula observó cómo Melina le dirigía una sonrisa somnolienta mientras le abrochaba el cinturón de seguridad. Su hija ya estaba loca por Pedro. Aquel episodio no iba a ayudar a mermar la imagen de héroe que tenía de él. Esperaba sinceramente que a su hija no le rompiera el corazón otro hombre más después de su padre. Agotada después del ataque, Melina se quedó dormida antes de que salieran del estacionamiento. Pedro condujo con una soltura increíble bajo las tremendas condiciones climáticas. Al menos habían caído treinta centímetros de nieve desde que comenzara la tormenta aquella tarde, y casi toda estaba en la carretera, aunque él no parecía inmutarse.  Al llegar a casa de su padre, Paula se sorprendió al ver que la nieve había desaparecido de la entrada. ¿Quién podría haberla quitado? Solo esperaba que Miguel no hubiera conducido desde Jackson Hole en esas condiciones. Tal vez hubiera sido un vecino, pensó mientras seguía a Melina y a Pedro dentro.

–¿Adónde voy? –preguntó Pedro susurrando cuando entró. Melina seguía dormida.

–A su habitación –respondió ella con otro susurro–. Te mostraré el camino.

Lo condujo a la habitación de Melina, situada frente a la suya, y Pedro la dejó sobre la cama.

–Gracias –murmuró Paula mientras colocaba el monitor y tapaba a Melina con una manta.

En el salón, encontraron a Nicolás esperándolos, tratando de no parecer preocupado.

–¿Cómo está? –preguntó.

–Mejor. Por suerte el doctor Alfonso ha considerado que estaría mejor en casa esta noche –dijo Paula.

–Has hecho un buen trabajo limpiando la acera de nieve –dijo Pedro.

–¿Has sido tú? –le preguntó Paula a su hijo.

–Sí. ¿Por qué?

–Gracias –contestó ella dándole un abrazo.

–Tienes que llamar al abuelo –añadió Nicolás–. Dijo que podía venir a casa si lo necesitabas.

–No quiero que conduzca con esta tormenta. Pero tampoco quiero quedarme atrapada aquí sin un medio de transporte por si Melina tiene una recaída.

–No estarás sin medio de transporte –dijo Pedro–. Tendrás mi furgoneta.

–¿Si dejas tu furgoneta, cómo regresarás a Cold Creek?

–No me iré. Al menos esta noche. Me quedaré en tu sofá.

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