viernes, 18 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 30

A pesar de que quedaban horas para la puesta de sol, el cielo ya había comenzado a teñirse de lavanda y había empezado a nevar de nuevo; dándole ganas de abrir la boca y atrapar un copo con la lengua, como hacían los niños en el patio del colegio. Tras unos segundos, se rindió a la tentación y sacó la lengua. Por supuesto, en ese momento Pedro salió del establo. Paula cerró la boca rápidamente y la mantuvo así mientras él la observaba desde la puerta. Ella esperaba que no la hubiese visto, pero tenía la sensación de que era una esperanza en vano. Tras unos instantes, Pedro cerró la puerta tras él y se aproximó a ella. Paula se odió a sí misma por el pequeño vuelco en el estómago, pero no podía controlarlo.

–Parece que se lo están pasando bien –dijo Pedro sentándose junto a ella en el banco–. Esta era la mejor colina para deslizarse cuando éramos pequeños. Es mucho más divertido con más nieve. Tienes que traer a Nicolás y a Melina dentro de un mes, cuando las condiciones sean mejores.

–No puedo creer que aún quede una semana para Acción de Gracias y que las montañas ya estén cubiertas de nieve –dijo ella.

–Será mejor que te acostumbres. Probablemente no volvamos a ver la tierra hasta marzo o abril. Y en las partes más altas, hasta dos o tres meses después.

Paula se estremeció, haciendo que Pedro se riera.

–¿Es que tu padre no te advirtió de nuestros inviernos antes de que te mudaras desde Seattle? – preguntó él.

–Me dijo que eran duros, pero me ha prometido que los veranos lo compensan.

–Eso es cierto. Mi madre siempre dice que, si te quejas del invierno, no te mereces el verano.

–Supongo que entonces debería controlar lo que digo.

–Busca un deporte de invierno que te guste, como la escalada sobre el hielo o el esquí de fondo. Eso te da otra perspectiva del invierno.

La idea no le parecía muy atrayente, pues se consideraba la persona menos atlética del pueblo.

–¿Cuenta acurrucarse frente al fuego con un buen libro? –preguntó ella.

–Claro –contestó él con una sonrisa–. Y ganas puntos si al menos es un libro sobre deportes de invierno.

–Tendré que rebuscar entre los libros de mi padre, a ver qué encuentro sobre hockey o pesca en el hielo –dijo ella riéndose–. Estoy dispuesta a cualquier cosa con tal de que el invierno pase más deprisa.

–Si no te gusta el mal tiempo, ¿Qué te trae por Pine Gulch? – preguntó él–. Pensaba que una directora de escuela podría encontrar trabajo en cualquier parte.

–Quizá. Pero mi padre solo estaba aquí. Él adora Pine Gulch. Tras el divorcio, él se ofreció a irse a Seattle a vivir con nosotros, pero yo sabía que no lo soportaría. Todos los amigos que hizo tras la jubilación están aquí, y tiene una vida muy satisfactoria. La pesca, la fotografía, su partida de póquer mensual con sus amigos en Jackson. No podía apartarlo de todo eso. Por otra parte, sabía que mis hijos lo necesitaban. Sobre todo Nicolás. Dado que su padre ya no estaba, yo tenía que hacer algo. Cuando salió el puesto de directora en la escuela, me pareció una oportunidad que no podía dejar pasar.

–¿Por eso aceptaste el puesto y te mudaste al pueblo? –preguntó Pedro–. ¿Para estar cerca de tu padre?

–Tenía que hacer algo. Nico se metía en problemas a todas horas en Seattle. Pensé que, trayéndolo aquí, se centraría. Pero seis semanas después consigue robar y estrellar un coche.

–Pero está haciendo un gran trabajo tratando de arreglarlo.

–¿Sabes? Al primer mes de mudarnos aquí, pensé que había cometido un terrible error. Estas últimas semanas han sido mucho mejores. Gracias por lo que estás haciendo con Nico.

–No he hecho nada más que ponerlo a trabajar –dijo él.

–Quizá fuese eso lo que necesitaba. Un proyecto en el que centrarse. O quizá alguien que se interesara por él. No sé lo que es, solo sé que las cosas han comenzado a mejorar desde que empezó a venir aquí. Ya no parece odiarme tanto a mí y a Idaho.

–Me alegro.

Se quedaron en silencio durante unos segundos. Solo se oían las risas de los niños a lo lejos y el crepitar del fuego. A Paula le parecía agradable. Demasiado agradable. Sentía cómo volvía a caer en el embrujo de Pedro; y, en esa ocasión, no podía culparlo realmente, dado que no había hecho nada más que sentarse a su lado.

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