viernes, 4 de octubre de 2019

Deseo: Capítulo 69

De hecho, la tortilla de hierbas aromáticas le había sabido de maravilla. Después, habían visto la televisión un rato. Sorprendentemente, se habían encontrado a gusto el uno con el otro. Preocupada por los problemas de embarazo, Rebekah apenas pegó ojo aquella noche. Y, a la mañana siguiente, tumbada en la camilla del hospital para la ecografía, estaba tensa y pálida. Diego Burton la trató con suma amabilidad durante la prueba, pero ella no lograba controlar el miedo.

–Hay problemas, ¿Verdad? –comentó ella presa del pánico al ver que el médico, muy concentrado en su trabajo, no decía nada.

–Sí, eso me temo –contestó Diego con voz suave.

Aterrorizada, Paula agarró la mano de Pedro y él le dió un apretón cariñoso.

–¿Cuál es el problema? –preguntó Pedro.

–El corazón. Se trata de una deficiencia del septum que resulta en una libre comunicación entre el lado derecho e izquierdo de las aurículas, la condición se demoniza «comunicación interauricular». Tiene tratamiento, pero a los pocos meses de nacer, lo más probable es que haya que operar al bebé –el cardiólogo hizo una pausa–. Quizá incluso al poco de que nazca, eso dependerá de cómo esté.

Paula tragó saliva.

–¿Podría... podría morir?

–Mi equipo y yo haremos todo lo posible para que eso no ocurra –contestó Diego con expresión seria, pero comprensiva–. Mentiría si dijera que no hay riesgos.

Entonces, al ver la extrema palidez de Puala, lanzó una mirada a Pedro y añadió:

–Mientras Paula se viste, ¿Por qué no vienes conmigo a mi despacho? Ahí te daré toda la información que pueda darte de momento.

Pedro se sentía vacío. Moviéndose como un autómata, se sentó en un sillón en el despacho de Diego y se cubrió el rostro con las manos. El dolor que sentía era agonizante. Bebió de un trago el coñac que Diego le había dado y trató de asimilar la información que el médico le proporcionó respecto al problema del feto para poder explicárselo a Paula después. Por fin, se puso en pie.

–Me voy a buscar a Paula. Me necesita.

–Tranquilízate, amigo –Diego le puso una mano en el hombro y le acompañó hasta una puerta de cristal que daba a un pequeño jardín privado–. Vas a tener que ser fuerte para poder apoyarla.

Paula todavía tenía la llave de la casa de Pedro, así que la introdujo en la cerradura y entró. Él no estaba en casa, pero tampoco había esperado que estuviera. Después de la ecografía, tras cambiarse de ropa, había ido a buscarle, pero no le había encontrado. Al cabo de un rato, había vuelto para preguntarle a la secretaria de Diego Burton si sabía dónde estaba.

–Le he visto salir hace diez minutos –le había respondido la secretaria.

¡Se había marchado del hospital! La había dejado ahí sin avisarle de que se iba. Solo se le ocurría una explicación: Pedro debía haber decidido que no podía exponerse al dolor de poder perder otro hijo. Paula bajó al apartamento y se puso a recoger la poca ropa que había dejado allí. De repente, ya no pudo seguir controlándose, se dejó caer en la cama y rompió en sollozos. Tenía miedo y se sentía desesperadamente sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario