viernes, 25 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 42

Suspiró aliviada y quitó unos cuantos animales de peluche de la mecedora que había junto a la cama para poder sentarse. Su hija tenía que recibir el tratamiento otra vez y, aunque Paula odiaba despertarla, sabía que no le quedaba otra opción.

–Lo siento, cariño, pero tienes que ponerte la mascarilla –dijo mientras la despertaba.

Melina gimió, pero abrió los ojos con rapidez, el tiempo suficiente para que Paula le pusiera la mascarilla y encendiera la máquina. La niña odiaba esa parte.

–¿Quieres que te abrace? –le preguntó.

Melina asintió, de modo que Paula se metió en la cama con ella y la abrazó con fuerza, cantándole suavemente hasta que terminó de inhalar la medicina. La dejó en la cama y se sintió aliviada al ver que cerraba los ojos y se quedaba dormida casi al instante. Cuando abandonó la habitación, no pudo evitar recordar la velada que había pasado con Nicolás y con Pedro y sonreír. No sabía cómo Pedro lo había hecho, pero, de algún modo mientras jugaban a las cartas, le había devuelto a su hijo alegre y dulce. Sabía que probablemente fuese algo fugaz, que por la mañana Nicolás volvería a su personalidad malhumorada. Pero, durante unas horas, se había reído y había bromeado con ella, disfrutando de su compañía. Alrededor de medianoche, se caía de sueño, de modo que lo había enviado a la cama. No había querido despedirse de su hijo, no solo porque había disfrutado de su compañía, sino también porque necesitaba la barrera que representaba entre Pedro y ella. Pero no tenía por qué haberse preocupado. Mientras ella despertaba a Melina para su tratamiento de las doce, Pedro había comenzado a rebuscar entre la colección de DVDs de su padre hasta encontrar una antigua película de Alfred Hitchcock, una de sus favoritas.

–No he visto esta película en años –exclamó él cuando Paula regresó al estudio después de darle la medicación a su hija–. ¿Qué te parece? ¿Te apetece ver una película?

Paula había accedido y había tratado de mantenerse despierta, pero no lo había conseguido. Ni siquiera creía que hubiese llegado muy lejos en la película. Ahora, la televisión estaba apagada y su invitado no estaba por ninguna parte. ¿Se habría ido a casa? Corrió hacia la ventana, pero la furgoneta seguía allí. Debía de haber decidido irse a la cama. No habría pasado mucho tiempo antes de que ella se despertara, pues el leño en la chimenea seguía casi entero. Se sentía vulnerable sabiendo que debía de haberse quedado dormida delante de él. Era algo desconcertante darse cuenta de que otra persona la había visto dormir, sobre todo cuando esa persona era un hombre al que encontraba sumamente atractivo. ¿Dónde se habría metido? Tal vez hubiese encontrado una cama vacía, la suya o la de su padre. Como buena anfitriona, debía asegurarse de si su invitado necesitaba algo. El pulso se le aceleró al pensar en besos apasionados y piernas enredadas. ¡No!, simplemente se refería a una toalla limpia o a un cepillo de dientes. Trató de sacar de su cabeza esas imágenes, pero la perseguían mientras se detenía frente al dormitorio de su padre. No salía luz por debajo de la puerta, pero la abrió de todas formas y respiró aliviada al ver que no había nadie. Entonces debía de haberse ido a su habitación. Sintió un vuelco en el estómago al imaginárselo tumbado en su cama. Su almohada olería a él.

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