lunes, 21 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 34

–Supongo que no debería estar sorprendida de que me haya ocurrido esto. Hace tiempo que asumí la dolorosa verdad. No tengo coordinación. Habría sido la alumna de mi clase que diera el discurso de fin de curso de no ser porque no sabía jugar al voleibol y mi nota en educación física no fue más que un suficiente.

Pedro se rió abiertamente.

–Hablo en serio. No es divertido. No sabes lo traumático que puede ser sobrevivir para una niña de catorce años que no sabe tirar a canasta ni atrapar una bola de béisbol.

–Lo comprendo. Créeme. Estás hablando con el niño al que siempre elegían el último en los equipos de balón prisionero, y al que primero eliminaban.

Paula observó su complexión atlética y masculina y dijo:

–De acuerdo, tienes que estar mintiendo.

–¡Pregúntales a mis hermanos! Era bajito para mi edad y tenía asma. Nadie quería a un patoso en su equipo.

–No eres un patoso.

–Dí el estirón cuando tenía más o menos la edad de Nicolás. Antes de eso, era un flacucho.

–Déjame adivinar –dijo ella–. También comenzaste a levantar pesas más o menos a esa edad.

–No fue necesario. Cuando trabajas en un rancho de ganado, cada día es un entrenamiento. Cuando logré controlar el asma, pude hacer más cosas en el rancho. Es increíble lo mucho que se puede desarrollar el cuerpo levantando heno y juntando ganado.

Paula se quedó mirándolo, preguntándose en qué medida su desarrollo tardío y sus problemas de salud durante la infancia habrían afectado a su carácter.

–¿Por qué me miras de ese modo? –preguntó Pedro.

A Paula le habría gustado ser de esas mujeres que eran capaces de contestar con rapidez e ingenio. Pero, con Pedro mirándola con esos ojos azules y su sonrisa embaucadora, no se le ocurrió nada que decir más que la verdad.

–Me preguntaba si fue esa la misma época en la que descubriste que eras irresistible para las mujeres.

–¿Irresistible? Ni de lejos. Tú, por ejemplo, pareces estar haciendo un trabajo excelente a la hora de resistirte.

–¿De verdad?

–Esto es un error –murmuró él tras una larga pausa.

–¿El qué?

Casi antes de que pronunciara las palabras, Pedro emitió una especie de gemido que sonó como si acabara de perder una batalla interior, se inclinó hacia delante y la besó. El beso fue lento, suave y sumamente erótico. Solo la tocó con la boca, pero, aun así, Paula se sintió rodeada por él, consumida por él. Sabía que tenía que poner fin a aquello, aunque solo fuese por el bien de su salud mental. Pero su boca era cálida y sabía a canela y manzana, y ella se sentía como si hubiera estado años bajo la nieve. No entendía cómo él podía pensar que ella tenía la capacidad de resistirse. Con un gemido de rendición, le devolvió el beso, deslizando una mano por su camiseta y la otra por detrás de su cuello. Pedro tenía razón al decir que aquello era una mala idea. Ella lo sabía y no había hecho más que advertirse a sí misma sobre los peligros desde el día en que lo había conocido, pero había decidido preocuparse por ello más tarde. De pronto recordó la teoría de su secretaria, Diana, que había compartido con Vanina aquel día en la oficina. La escuela de rodeo de Pedro Alfonso. «Súbete al toro y agárrate fuerte. Tal vez no dure mucho, pero lo que dure no lo olvidarás». Por el momento, simplemente disfrutaría del torrente de adrenalina y viviría el momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario