viernes, 18 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 29

Iba a costarle trabajo llevarse a los niños de allí. Paula observó a su familia en la enorme cocina de los Alfonso y trató de recordar la última vez que los había visto disfrutar tanto de una comida. Sí, la comida era fabulosa, pero la compañía era la mejor parte. Melina y Camila reían sentadas a la pequeña mesa que habían dispuesto en la cocina para los niños. En la barra del desayuno, Nicolás y Jimena se encontraban inmersos en un debate sobre cuál era la mejor banda de ska de todos los tiempos. Incluso Miguel se encontraba a gusto, riéndose por algo que había dicho Enrique Montgomery, sentado al otro extremo de la mesa. Había ruido y mucha gente, pero su familia parecía entusiasmada. De hecho, todo el mundo parecía estar pasando un buen rato excepto ella. No podía relajarse ni permitirse pasárselo bien. Los Alfonso habían sido agradables. Le parecían gente encantadora, incluso el hermano mayor de Pedro, Federico. Al principio lo había encontrado gruñón e intimidante, pero, a medida que había ido pasando el día, los había tratado a ella y a los niños con suma amabilidad. A pesar de todo eso, Paula no podía dejar de sentirse incómoda. Todo el mundo sentado a la mesa había sido dividido por parejas, de modo que, por defecto, ella se había sentado junto a Pedro. Le costó trabajo concentrarse en algo que no fuera su cercanía durante toda la comida, sus manos fuertes y su aroma masculino y seductor. No quería estar allí. Habría preferido estar sentada a la mesa de los niños en vez de tener que soportar aquello, sobre todo porque él se había mostrado distante y distraído durante toda la comida. Lamentaba haberla invitado a ella y a su familia.

–El pastel está delicioso –dijo Brenda Alfonso desde el otro lado de la mesa mientras tomaban el postre–. Me encanta la capa de caramelo crujiente.

Paula sonrió educadamente mientras los demás alababan el pastel de manzana que había llevado, una de sus pocas especialidades. Pero, incluso mientras les dirigía sonrisas de agradecimiento, fue consciente de cómo Pedro dejaba el tenedor como si estuviera comiendo aceite de coche, dejando el resto del pastel en el plato. Segundos después, echó la silla hacia atrás y sonrió a todo el mundo menos a ella.

–Gracias a todos por la comida, pero tengo que regresar al establo.

–¿Podemos ir, tío Pepe? –preguntó Camila–. Dijiste que a lo mejor podíamos montar luego.

–Supongo que sí –dijo él; entonces se detuvo, como si lamentara las palabras que estaba a punto de decir–. O Nicolás podría tomar una de las motos de nieve y subiros a la colina que hay detrás del establo para que se tiren por la nieve.

Camila, Melina y Tomás parecieron entusiasmados ante la posibilidad; y hasta Nicolás y Jimena parecían contentos con la idea.

–¡Oh, por favor, mamá! –exclamó Melina.

–Gracias –murmuró Paula en voz baja dirigiéndose a Pedro.

–¿A los demás les parece bien? –preguntó Pedro.

–Acaban de entrar en calor –dijo Brenda–. ¿Están seguros de que quieren volver fuera?

Los niños contestaron afirmativamente y se levantaron de las sillas para ponerse de nuevo la ropa de abrigo. Media hora después, Nicolás los subía por turnos con la moto a lo alto de la colina. El chico parecía estar pasándoselo mejor que nunca. Brenda se había ofrecido voluntaria para ir a vigilar a los niños mientras los demás se quedaban en casa viendo una película. A pesar de que Paula no quería pasar otro minuto más con Pedro, tampoco le gustaba la idea de que una mujer embarazada tuviera que estar en la nieve.

–Lo haré yo –había insistido, de modo que allí estaba, sentada en un banco mirando a la colina.

Al menos no tenía que seguir conversando con Pedro, pues este se había apresurado a desaparecer tras dejarla en el banco, no sin antes encender un pequeño fuego en una pequeña chimenea exterior. A Paula no le había importado quedarse allí viendo a los niños. Era una oportunidad más de contemplar el increíble paisaje. Era una imagen impactante con las montañas de fondo.

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