viernes, 11 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 15

–Lo dudo –murmuró Nicolás–. Probablemente se hayan echado a perder para siempre.

–Deja que te dé un consejo –dijo Pedro desde la puerta con una sonrisa perezosa–. La próxima vez que vengas al rancho, no te pongas tus Levi’s favoritos.

–Si vas a sugerirme que me compre unos Wranglers, vomitaré.

–No me atrevería –dijo Pedro–. Entonces tus Levi’s olerían a caballo y a vómito. Ponte lo que quieras. Pero, si tomas el autobús de la escuela a Cold Creek el martes, tal vez podamos empezar con el coche ahora que ya hemos echado un vistazo a los daños. El autobús quince es el que tienes que tomar. Rafael Pullman es el conductor.

–De acuerdo. Tengo que darme una ducha.

–Trae los vaqueros cuando hayas acabado para que podamos lavarlos –dijo Paula.

Nicolás no contestó mientras se dirigía hacia las escaleras que conducían a su cuarto, dejándola a solas con Pedro. En parte por el bochorno por el comportamiento de su hijo, y en parte porque él era increíblemente atractivo, Paula sintió que era intensamente consciente de su presencia. Parecía llenar todo el espacio del pequeño recibidor.

–Dime la verdad. ¿Cómo ha ido? Dudo que Nicolás me cuente mucho.

–Ha trabajado duro en todo lo que le he pedido, y algunas cosas no eran muy interesantes. No puedo pedir más.

–¿Ha sido…? –se quedó sin palabras al no saber cómo expresarse sin parecer una madre horrible.

–¿Maleducado y odioso? No mucho, sorprendentemente. Le gustan los coches, y hemos pasado gran parte de la tarde trabajando en el mío, así que todo ha ido bien.

–No sabes lo aliviada que me siento.

–Deberías saber que se ha subido a un caballo durante unos minutos. Pareció disfrutar. Incluso sonrió a veces.

–¿Estás seguro de que estamos hablando del mismo chico? ¿No estaba poseído por un vaquero alienígena?

Pedro se rió, y Paula sintió como si unos dedos recorrieran su espalda con un escalofrío.

–No hemos visto ningún platillo volante, lo juro.

Paula no debía estar allí, compartiendo risas con Pedro Alfonso. Con un gran esfuerzo, rompió el contacto visual.

–Gracias por haberte tomado tantas molestias –dijo tras un silencio incómodo–. No te habría supuesto tanto trabajo si lo hubieras llevado a la policía.

–Tengo mano de obra gratis para ayudarme con los caballos y con el coche. No es un mal trato. No soy ningún santo.

–Eso he oído.

¿Realmente había dicho eso en voz alta? Se reprendió mentalmente por su grosería y Seth pareció sorprendido al principio, aunque luego le dirigió una de esas sonrisas devastadoras.

–¿Quién ha estado hablando de mí?

–¿Quién no? Eres el tema de conversación favorito en todo Pine Gulch.

No pareció molesto por los cotilleos; o tal vez era que estuviese acostumbrado.

–Eso te demostrará el pueblo tan tranquilo al que te has mudado – dijo Pedro apoyando la cadera en el marco de la puerta–, si nadie en Pine Gulch tiene nada más interesante de qué hablar que de mí. ¿Y qué es lo que dicen?

«Que juegas en otra liga. Que flirteas con todas las mujeres y que has roto muchos corazones a tu paso. Que la mitad de las mujeres del valle están enamoradas de ti y que la otra mitad te desea». No quería estar teniendo esa conversación con él. Pensó en el papeleo que había dejado de lado y se dió cuenta de que habría dado cualquier cosa por estar sentada frente a su mesa rellenando informes. Cualquier cosa menos eso.

–Nada que no hayas oído ya –contestó finalmente–. Aparentemente, eres un hombre ocupado.

–Sí. Poner en marcha un rancho de caballos puede llevar unas cuantas horas.

Debía de saber que Paula no estaba hablando de los caballos, pero decidió no aclararle las cosas.

–Estoy segura –murmuró ella.

Salir con una chica distinta cada noche también debía de ocupar toda su agenda. Pero no ella, incluso aunque no fuera cuatro años mayor que él y totalmente lo contrario al tipo de mujer al que estaba acostumbrado. Lo sabía todo sobre los hombres como él. Había estado casada con uno, un hombre destinado a encandilar a todas las mujeres que se le ponían por delante. Había trabajado duro para reconstruir su corazón y su vida en los últimos tres años. Finalmente, había vuelto a ser alguien a quien podía respetar. Era una mujer fuerte y de éxito a la que le encantaba trabajar y que adoraba a su familia, y no estaba dispuesta a dejar que un hombre como Pedro volviera su mundo del revés otra vez. Incluso aunque hiciera que sus hormonas se volvieran locas.

–Gracias por traer a Cole de vuelta –dijo con lo que esperaba que fuese un tono educado, pero indiferente.

–No hay problema. ¿Cómo está Melina?

Paula no quería que se interesara por su hija, ni que le recordara lo amable que había sido durante su ataque de asma. Suponía que ese era el problema con los encandiladores. Parecían saber instintivamente cuál era el punto débil de una mujer y lo utilizaban como ventaja. Ya había conseguido atravesar sus defensas siendo tan decente con la travesura de Nicolás. Habría preferido que ignorase a Melina por completo.

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