viernes, 11 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 12

Pedro le dió la orden a Stella, luego se sentó en la silla y dejó que hiciera el trabajo. Estuvo brillante, como siempre. Minutos después, tenía al novillo justo donde lo quería, alejado de la manada y dirigiéndose a la valla donde Nicolás se había sentado a ver la demostración.

–Ahí lo tienes. Todo tuyo –gritó Pedro.

El chico se bajó de la valla de un salto al ver al animal acercándose a él. Pedro ordenó a Stella que devolviera al animal a su sitio y luego condujo al caballo de vuelta.

–¿Qué te parece? Es brillante, ¿Verdad?

–Le has dicho lo que tenía que hacer.

–Claro. Pero lo ha hecho, ¿no? Sin dudar. Es un caballo magnífico –se bajó de la silla y miró al chico–. ¿Tú montas mucho?

–No hay muchos caballos en las calles de Seattle esperando a que los monten.

–Aquí no tienes esa excusa. Sube.

Antes de que Nicolás pudiera discutir, Pedro le entregó las riendas y lo subió al caballo. Parecía más pequeño subido al caballo, a pesar de que  le dió instrucciones para no caerse hacia atrás. Con una mano en la brida, los condujo de nuevo a la zona de entrenamiento.

–Probablemente sepas las cosas básicas, aunque nunca hayas montado. Lo habrás visto en televisión. Mantén las riendas agarradas con fuerza y tira de ellas en la dirección que quieres que vaya. Sobre todo, pásatelo bien.

Soltó la brida, tranquilo porque el caballo estaba lo suficientemente bien entrenado como para no tirar al jinete, aunque fuera inexperto. Nicolás parecía aterrorizado al principio, pero poco a poco comenzó a relajarse. Cuando el caballo dió la segunda vuelta al ruedo, el chico incluso sonreía un poco, aunque botaba sobre la silla como un saco de harina.

–Lo hago fatal, ¿Verdad? –preguntó al pasar frente a Pedro.

–No lo haces mal –le aseguró Pedro–. Simplemente tienes que aprender a moverte con el ritmo del caballo. Lleva un tiempo acostumbrarse. Para ser la primera vez, no está mal.

Por un instante, Nicolás pareció entusiasmado por el cumplido. Pero debió de notar que sonreía, pues volvió a su caparazón inmediatamente.

–¿Puedo bajarme ya? Me empieza a doler el trasero.

Pedro suspiró, se encogió de hombros y detuvo a Stella para que Nicolás pudiera bajarse.

–Tenemos que terminar una última cuadra. Ve haciéndolo tú mientras yo le quito la silla a Stella.

Nicolás puso cara de fastidio, pero se dirigió a por la pala. Pedro pensaba que no podría cambiar la actitud del chico montando a caballo una vez, pero tal vez con el coche lo consiguiera. De pronto reflexionó sobre sus pensamientos. ¿Desde cuándo era el benefactor de Pine Gulch? No era su problema tratar de educar a ese chico. Sería mejor dejar que pagara con su trabajo el precio del daño que le había hecho a su coche y que su madre se encargara de su educación.

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