viernes, 25 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 44

Pedro la rodeó con los brazos y ella se agarró a su camiseta, dejándose llevar por la pasión de sus besos. Su boca la devoraba hasta que se sintió incapaz de pensar con coherencia. Una voz en su cerebro le advirtió que estaba jugando a un juego arriesgado. Era una locura, algo absurdo. Una mujer sensata debería huir de algo que acabaría rompiéndole el corazón y no al contrario. Pero no podía pensar en esos momentos, cuando saboreaba su boca y sentía su cuerpo bajo los dedos, sobrecogida aún por la magnitud de lo que acababa de hacer por ella.  El frío garaje pareció desaparecer. Su coche, las herramientas de su padre, la nieve entrando por la ventana. Nada existía salvo ellos dos, aquel hombre que parecía conocerla tan bien, que se colaba en sus sueños y le proporcionaba una realidad mucho más mágica que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Se sentía segura en sus brazos. Era algo extraño que no comprendía bien, teniendo en cuenta que era el hombre más peligroso que había conocido jamás. Al menos peligroso para sus emociones. No supo cuánto duró el beso. El tiempo parecía haberse estirado. La teoría de la relatividad de Einstein cobraba un nuevo significado cuando una mujer se encontraba en brazos de Pedro Alfonso. Cuando finalmente se apartó para tomar aliento, los dos respiraban entrecortadamente y se preguntó si parecería tan asombrada como él.

–Vaya –dijo Pedro con voz rasgada–. Es una propina estupenda por arreglarte el coche.

–No deberías haber hecho eso –murmuró Paula.

–Si pretendes que esté de acuerdo contigo en eso, me temo que no va a ser así.

–No tengo fuerza de voluntad en lo que a tí respecta. Lo siento.

–Cariño, no tienes nada por lo que disculparte –dijo él apretándola con fuerza entre sus brazos.

–Sí que tengo. No he hecho más que enviarte señales equivocas sobre lo que deseo desde el día que viniste a mi casa con Nicolás. Te digo que no estoy interesada, luego te ataco como una… maníaca sexual.

–¿Lo eres? –preguntó Pedro con una sonrisa.

Sí. Claro que sí. Al menos, en lo que a él respectaba. Unas semanas antes, se habría carcajeado ante esa idea. No había tenido una relación física desde su divorcio, no había considerado la posibilidad de tener una con Pedro, y no se había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba. Había dedicado todo su tiempo y energía a sus hijos y a su trabajo. Ningún hombre la había tentado hasta que él entrara en su vida.

–Te estás sonrojando –observó él.

–Estoy tratando de disculparme por las señales equívocas. Es solo que… no se me da muy bien esto.

–¿Esto?

–Esto que hay entre nosotros. No sé qué hacer al respecto. Pensé que mantener la distancia era la respuesta, pero obviamente no funciona.

–¿No?

–Incluso aunque sé que eres malo para mí, no puedo dejar de pensar en tí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario