miércoles, 30 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 51

A la mañana siguiente, Pedro se subió a la furgoneta tras dejar a Lucía con Enrique y Ana para que pudiera pasar el día jugando con su hermano. Su cachorro le había dirigido una mirada de reproche al ver que se marchaba sin ella, pero no quería que nada estropeara un día que prometía ser perfecto. Incluso el clima cooperaba. Hacía un día precioso. La nieve que había caído durante la noche brillaba bajo la luz del sol y el cielo estaba despejado y azul. Condujo las pocas manzanas desde la casa de su madre hasta la de Paula sintiendo la anticipación en el estómago. No estaba seguro de si le gustaba esa sensación. Al fin y al cabo, no era más que una cita. Llevaba diciéndose eso toda la mañana, pero no podía dejar de pensar que tenía que hacer todo lo posible para que su tiempo juntos fuese inolvidable y Paula se sintiese incapaz de poner fin a las cosas. No era estúpido. Sabía que ella había pretendido poner fin a aquello la noche anterior, mientras paseaban por el pueblo. Sin embargo, había accedido a ir con él ese día. Tal como él lo veía, tenía una oportunidad más de hacerla cambiar de opinión. Tenía que hacerlo. Ni siquiera quería pensar en la alternativa. No comprendía todo aquello, solo sabía que no podía soportar pensar en un mundo sin Paula y sus hijos. Era lista, graciosa y divertida, y tenía una fuerza que encontraba relajante e increíblemente adictiva. También estaba sorprendido por el modo en que ella parecía sacar lo mejor de todos los que estaban a su alrededor, incluso él. Cuando estaba con ella, se sentía mejor, alguien amable y decente. No estaba preparado para perder todo eso. Aún no. Quizá después de las Navidades, a pesar de que eso también le produjera un intenso dolor en el pecho. Trató de no pensar en eso mientras estacionaba frente a su casa. Ese día no pensaría en las despedidas. El sol brillaba, el día era perfecto, y pasaría el resto de su tiempo juntos enseñándole a Paula las razones por las cuales lo necesitaba.

–¡Por favor! Solo quiero irme a casa –dijo Paula diez horas después. El moratón alrededor de su ojo estaba oscuro y tenía mal aspecto; casi tanto como la ventisca que rodeaba la furgoneta.

–Lo siento mucho, señora –dijo el policía que bloqueaba el acceso a la carretera que unía Jackson con Pine Gulch asomándose por la ventanilla–, pero me temo que nadie va a pasar por el cañón ahora mismo.

Con la tormenta, permanecerá cerrado tres o cuatro horas más. Quizá más tiempo. La tormenta es demasiado fuerte y le recomendamos a todo el mundo que no tenga que viajar que se quede en casa hasta que pase. Ojalá pudiera darle una mejor opción, pero, en este momento, me temo que tendrán que dar la vuelta y regresar al pueblo para buscar un lugar en el que esperar hasta que pase la tormenta y vuelvan a abrirse las carreteras. El Aspen es un lugar muy agradable.

–¡No! –dijeron Paula y Pedro al unísono.

El policía pareció un poco desconcertado por su vehemencia, pero había una larga fila de coches tras ellos y Pedro sabía que el hombre tendría que enfrentarse con más conductores furiosos.

–Hay otros restaurantes en el pueblo. También pueden buscar una habitación de hotel. Puede que eso sea lo mejor.

–Gracias por su ayuda –dijo Pedro–. Ya se nos ocurrirá algo.

Subió la ventanilla y dió la vuelta para regresar a Jackson Hole. Paula se quedó mirando al frente con expresión severa. Pedro lo había fastidiado todo. Tal como iban las cosas, tendría suerte si volvía a dirigirle la palabra. Debería haberle prestado más atención al tiempo, pero había estado tan ocupado asegurándose de que se lo pasara bien, que no había pensado en las nubes que se acumulaban en el cielo.

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