miércoles, 30 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 54

Casi una hora después, Paula estaba sentada en un sillón junto al fuego.

–Siento hacerte esto, papá –dijo mientras hablaba por el móvil–, pero la tormenta se desató de repente. ¿Qué tal por allí?

–Han caído unos pocos centímetros de nieve, pero parece que se avecina más. Si sigue así, vas a pensar que aquí nunca deja de nevar.

–¿Y es cierto?

–Claro que no, para en junio –dijo su padre riéndose, aunque a Paula le costaba encontrar su sentido del humor en esos momentos.

–Pedro ha dicho que intentaremos regresar en cuanto abran la carretera, pero, en el mejor de los casos, no creo que lleguemos a casa antes de las dos o las tres de la madrugada.

–Eso no tiene sentido. Quedense allí. Estaremos bien. Melina y yo estamos viendo una película de kung fu y Nicolás está en el ordenador hablando con sus amigos de Seattle. ¿Seguro que estás bien? – preguntó su padre.

Con un suspiro, Paula observó la suite de tres habitaciones con la cama de matrimonio, la alfombra y la chimenea. Pedro había conseguido la última habitación libre del pueblo; la suite nupcial de un elegante hotel que figuraba entre los diez más románticos del oeste.

–Estoy bien –dijo finalmente–. No dejes que Nicolás esté toda la noche en el ordenador. Que lo deje a las diez. Si te da problemas, llámame y lo hablaré con él.

–Estaremos bien. Tú estate tranquila.

En ese momento, Paula oyó la llave en la puerta y Pedro entró llevando un cubo con hielo.

–Gracias de nuevo –le dijo a su padre–. Te veré por la mañana.

–No te olvides de la fiesta del colegio.

–No empieza hasta las seis de la tarde de mañana. Tenemos tiempo de sobra.

Se despidió de su padre y colgó mientras Pedro colocaba el cubo de hielo sobre la cómoda.

–¿Todo bien por casa? –preguntó.

–Sí. Mi padre lo tiene todo bajo control. No debería preocuparme.

–Pero eres madre y eso es lo que haces.

–Supongo.

Pedro se sentó en un sillón junto a ella y Paula se preguntó cómo era posible que el romanticismo que destilaba la habitación fuese capaz de hacerlo más peligrosamente sexy.

–Tienes suerte de tener a tu padre para ayudarte con los niños – dijo.

–Mudarme aquí ha sido positivo en ese aspecto.

–¿Y no en los demás?

Si se hubiera quedado en Seattle, habría estado más segura. No se encontraría en una habitación de hotel tratando de resistirse a un hombre tan atractivo.

–Es una habitación bonita la que nos ha conseguido tu amiga –dijo sin embargo–. Supongo que conocer a la directora ayuda.

–Sí. Nadia es genial. Creció en Pine Gulch antes de mudarse a Jackson. Somos amigos desde siempre.

A Paula le parecía que habían sido más que amigos, aunque no dijo nada. Tampoco quería saberlo.

–¿Tienes hambre? –le preguntó Pedro–. No has comido mucho durante la cena.

–Estoy bien –dijo ella.

–Oh, casi lo olvido. Aparte de las cosas para el baño, Nadia me ha dado un par de bolsas de hielo para tu ojo.

–Gracias –murmuró Paula mientras agarraba una de las bolsas que él le ofrecía–. Supongo que se habrá preguntado por qué parezco recién salida de una pelea.

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