viernes, 11 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 11

A pesar de que el chico no era alto, era desgarbado, como si sus músculos aún fueran demasiado cortos para unos huesos más largos. Pedro recordaba aquellos días. Él también había sido bajo para su edad, unos quince centímetros más bajo que los demás chicos de su clase, y con asma. Su padre había muerto solo unos años atrás. Y, mientras que no había llorado exactamente su muerte, había luchado por encontrar su lugar en el mundo, al dejar de ser el hijo pequeño y enfermizo de Horacio Alfonso. Él también había sido un pequeño gamberro, lleno de ira y rebeldía. Tenía hermanos con los que descargar parte de esa ira, pero, dado que las peleas solían acabar con él magullado, tendía a mantenerse alejado de esa actividad. Finalmente había centrado parte de ese exceso de energía en los caballos. Entrenó a su primer caballo aquel año, una pequeña yegua que había montado en la final del concurso de rodeos de instituto del estado de Idaho unos años más tarde. Sí, los catorce habían sido en su mayor parte miserables. Pero, al año siguiente, todo empezó a cambiar. Entre los catorce y los quince ganó quince centímetros de altura y catorce kilos de músculo. Por otra parte, el asma prácticamente desapareció. Fue como si su cuerpo se estuviera tomando la revancha. Las chicas que lo habían ignorado toda su vida comenzaron a apreciarlo. Después de eso, la adolescencia fue mucho más divertida, aunque dudaba que Paula Chaves apreciara que compartiera con su hijo aquellos recuerdos.

–¿Puedes darte un poco más de prisa? –preguntó desde la valla de la cuadra, principalmente porque sabía que así fastidiaría a Nicolás.

–Esto no es precisamente fácil –contestó el chico con una mirada de odio.

–Ya lo sé.

Tres horas después, el chico solo había limpiado cuatro cuadras, y le quedaban dos más. Cuanto más trabajaba, de peor humor estaba, hasta que Pedro estuvo seguro de que iba a explotar. Tentado como estaba de esperar a que se produjera esa explosión, finalmente se apiadó de él y agarró otra pala. Nicolás lo miró sorprendido cuando se unió a él en la cuadra.

–Pensé que esto tenía que hacerlo yo.

–Así es. Pero, dado que quiero echarle un vistazo al coche en algún momento del día, creo que la única manera de que eso ocurra es echándote una mano.

–Voy todo lo deprisa que puedo –murmuró Nicolás.

–Lo sé. Si pensara que estás remoloneando, aún seguiría ahí fuera mirando.

Trabajaron en silencio durante un rato, hasta que entraron en la última cuadra.

–¿Por qué no tienes un trabajo de verdad? –preguntó entonces Nicolás.

–¿No crees que este sea un trabajo de verdad? –preguntó Pedro arqueando una ceja.

–Claro. ¿Pero qué tipo de perdedor querría limpiar porquería de caballo todo el día?

–Si esto fuera lo único que hago en todo el día, estaría de acuerdo contigo. Pero normalmente les dejo la parte aburrida a los empleados y yo me encargo de lo divertido.

–¿Como qué?

–Como trabajar con los caballos. Criarlos, entrenarlos.

–Lo que sea.

–¿No te gustan los caballos?

–Son grandes y tontos. ¿Qué dificultad puede tener entrenarlos?

–Tal vez te sorprendas. No hay nada tan satisfactorio como trabajar con un caballo desentrenado hasta conseguir que te obedezca sin dudar.

–Sí, ya –dijo Nicolás.

Para su sorpresa, Pedro se dió cuenta de que estaba más alucinado por la actitud del chico de lo que había estado por nada en mucho tiempo.

–Vamos, te lo enseñaré. Deja la pala.

Nicolás no necesitó una segunda invitación. Tiró la pala al suelo y siguió a Pedro hacia una cuadra al final del todo, donde esperaba Stella. Poco después, ya la había ensillado y la había llevado a uno de los corrales donde guardaba una docena de cabezas de ganado para ayudar con el entrenamiento.

–De acuerdo. Elige un novillo.

–¿Por qué?

–No pienso hacerte montar, te lo prometo. ¿Recuerdas lo que le conté a Melina sobre separar al ganado? Stella apartará del resto al animal que tú quieras. Solo dime cuál quieres.

–¿Cómo voy a saberlo? ¡Todos parecen iguales!

–Tienes mucho que aprender, chico de ciudad. ¿Qué te parece el que está ahí en medio, con la cara blanca?

–De acuerdo. Ese mismo.

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