lunes, 7 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 5

–¿Nunca has oído hablar de las ventanas? –respondió Nicolás.

Nada nuevo. Se había comportado de un modo arisco con ella incluso desde antes de mudarse a Pine Gulch. La culpaba de todo lo malo en su vida, desde su baja estatura hasta la aventura de Fernando y su posterior abandono. Paula se sentía avergonzada porque un extraño tuviera que presenciar aquello. Se sintió más avergonzada al ver cómo Pedro Alfonso arqueaba una ceja y le colocaba una mano a su hijo en el hombro.

–¿Crees que esa es la manera correcta de dirigirte a tu madre?

Paula le dirigió una sonrisa educada y dijo:

–Gracias por traerlo a casa, señor Alfonso, pero creo que puedo ocuparme sola.

Por alguna razón, o sus palabras o su tono parecieron sorprenderlo.

–¿De verdad? –preguntó–. Me temo que hay algunos asuntos más de los que debemos hablar. ¿Puedo pasar?

–No es un buen momento. Llego tarde a una reunión.

–Lo siento –añadió él–, pero me temo que tendrá que sacar tiempo para esto.

No esperó una invitación, simplemente entró hasta el salón. A Paula no le quedó más opción que seguirlo, dándose cuenta de que Miguel y Melina no estaban por ningún lado.

–Nicolás, ¿Quieres decirle lo que has hecho?

Su hijo se cruzó de brazos y adoptó una postura más desafiante, aunque, de nuevo, Paual observó miedo en él. De pronto, sintió un vuelco en el estómago.

–¿Qué sucede? Nico, ¿De que va todo esto?

Nicolás mantuvo la boca cerrada, pero, una vez más, Pedro Alfonso le colocó una mano en el hombro. De pronto, su hijo pareció encontrar la alfombra increíblemente fascinante.

–Le robé el coche –murmuró en voz baja.

–¿Qué?

–Me llevé su coche, ¿De acuerdo? –dijo Nicolás mirándola finalmente a los ojos–. ¿Qué esperaba? Había dejado las malditas llaves puestas. Solo iba a dar una vuelta. Imaginé que se lo devolvería antes de que se diera cuenta de que no estaba. Pero entonces me estrellé y…

–¿Qué? ¿Estás herido? ¿Has herido a alguien?

Nicolás negó con la cabeza. Al menos se sentía lo suficientemente culpable como para parecer avergonzado.

–Rozó una señal y se estrelló de frente contra una zanja de riego. Lo único que ha sufrido daños ha sido mi coche.

Paula se sentó en la silla más cercana que encontró mientras su carrera pasaba frente a sus ojos. Ya podía oír los cotilleos entre los carros de la compra en el supermercado, bajo los secadores en la peluquería y sobre las cervezas en la taberna. Cerró los ojos deseando que todo fuese un sueño, pero, cuando los abrió, Pedro Alfonso aún estaba de pie frente a ella, tan peligroso y sexy como siempre.

–Lo siento mucho, señor Alfonso. No sé qué decir. ¿Va a presentar cargos?

–Va a llevarme mucho trabajo arreglarlo.

–Nosotros cubriremos los gastos, por supuesto.

De pronto, Pedro se sentó frente a ella en el sofá, cruzando las piernas a la altura de los tobillos.

–Yo tenía otra cosa en mente.

–Soy la directora de un colegio de primaria, señor Alfonso. Si busca algún tipo de acuerdo económico desorbitado, me temo que se ha equivocado de sitio.

–No busco dinero. Pero necesitaré otro par de manos mientras lo reparo. Pensé que el niño podría compensar los daños ayudándome con la reparación y en el rancho con los caballos.

–No soy un estúpido vaquero –dijo Nicolás de pronto.

–No, desde aquí pareces un estúpido gamberro que piensa que vive en un videojuego. Esto no es el Grand Theft Auto, niño, donde siempre puedes volver a empezar. Tú lo has roto, ahora tienes que ayudarme a arreglarlo. A no ser que quieras cumplir condena, claro.

Nicolas regresó a su postura encorvada mientras Paula consideraba la propuesta. Quería decirle a Pedro Alfonso que se olvidara del tema. No quería que su hijo tuviera nada que ver con el soltero más ocupado de Pine Gulch. Nicolás ya había tenido suficientes modelos de conducta masculinos pésimos en su vida; no quería que Pedro le enseñara las cosas malas sobre cómo tratar a una mujer. Por otra parte, su hijo le había robado el coche y lo había estrellado. Que no estuviera detenido era todo un milagro. ¿Qué otra opción tenía realmente? Pedro podría haber llamado a la policía. Quizá debería haberlo hecho. Tal vez un encontronazo con la realidad fuese lo que necesitaba para despertar, por mucho que Paula odiara la idea de su hijo en un reformatorio. Pedro Alfonso estaba siendo sorprendentemente decente con el asunto. Por lo poco que sabía de él, habría esperado que se mostrara furioso y petulante. En vez de eso, lo encontraba calmado y racional. Y extremadamente atractivo. Dejó escapar un suspiro. ¿Sería esa la razón por la que sus instintos se oponían a aquella propuesta tan razonable? ¿Porque estaba increíblemente guapo con su pelo oscuro, sus ojos azules y sus rasgos bronceados? La ponía nerviosa, y eso era suficiente para no querer tener nada que ver con él. Estaba en Pine Gulch para ayudar a su familia a encontrar paz y estabilidad, no para fantasear con un vaquero atractivo de ojos azules y una sonrisa increíblemente sensual.

–Lo sabré mejor cuando remolque el coche hasta el rancho y pueda echarle un vistazo, pero, por lo que he visto, diría que es un daño de unos seiscientos dólares –dijo Pedro–. Tal como yo lo veo, si trabajara para mí un par de tardes a la semana después del colegio y los sábados por la mañana, habríamos acabado en unos pocos meses. ¿Le parece bien?

Paula miró a Alfonso y después a Pedro, que seguía con los brazos cruzados sobre el pecho, como si los demás fuesen responsables de sus acciones. Despreciaba todo sobre Idaho y probablemente considerase trabajar en un rancho un castigo semejante a tener que ir al reformatorio.

–Sí. Me parece más que justo. ¿No estás de acuerdo, Nico?

Su hijo los miró con odio y, mientras Paula sentía cómo su temperamento se calentaba, Pedro le mantuvo la mirada al niño y Nicolás agachó la cabeza inmediatamente.

–Me da igual –murmuró.

–Gracias –dijo Paula acompañando a Pedro a la puerta–. Como mañana es sábado, lo llevaré a Cold Creek por la mañana. ¿A qué hora?

–¿Qué tal a las ocho?

–Allí estaremos. De nuevo, siento mucho todo esto. No sé en qué estaría pensando.

Pedro le dirigió una sonrisa que le provocó un vuelco en el estómago.

–Es un adolescente, así que supongo que no estaba pensando en nada. Nos vemos mañana.

Paula asintió, preguntándose por qué esa idea le producía una mezcla de miedo y anticipación.

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