viernes, 11 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 14

Una de las estudiantes de tercero había entrado en ese momento quejándose de dolor de estómago. Diana había llamado a la madre de la niña y Vanina había regresado a su clase, pero no antes de que Paula hubiera desarrollado un fuerte desagrado hacia el hombre en cuestión. Era una de esas raras ocasiones en las que, tras oír un nombre, no podía dejar de oírlo una y otra vez. Oyó a otra profesora decir que se lo había encontrado en la tienda de ultramarinos y que se había sonrojado tanto cuando le preguntó qué tal estaba, que se fue de la tienda sin la mitad de las cosas de la lista. Cuando en una reunión estaban dando ideas sobre cómo conseguir dinero para comprar nuevos libros para la biblioteca, alguien sugirió una subasta de solteros, y otra persona dijo que podrían comprar montones de libros si consiguieran a Pedro Alfonso para esa subasta. Ahora que lo había conocido, desde luego comprendía todo el alboroto que se formaba con él. Una mujer podía olvidarse de su nombre solo con ver aquellos ojos azules.

–¿Has terminado con el trabajo? –preguntó Melina desde el sofá.

Paula cerró el portátil y recogió sus papeles, guardándolos en el maletín.

–Por ahora. ¿Quieres ver un DVD o jugar a algo?

–Claro. Tú eliges.

Aún estaban discutiendo sobre sus opciones cuando Paula oyó cómo se abría la puerta de atrás y, segundos después, apareció su padre cargado con madera para rellenar el cajón de la leña junto a la chimenea.

–Deberías dejarme a mí hacer eso –dijo ella.

–¿Por qué? –preguntó Miguel sorprendido.

–Me siento culpable por estar aquí, al calor, cuando tú estás fuera recogiendo leña.

–Necesito hacer ejercicio. Hace que mis articulaciones se mantengan lubricadas.

Paula tuvo que reírse. A sus sesenta y cinco años, su padre estaba más en forma que la mayoría de hombres de su edad. Montaba en bicicleta por todo el pueblo, pescaba cada vez que tenía la oportunidad, y su nueva pasión era el esquí de fondo.

–Quizá yo también necesite hacer ejercicio.

–Y quizá me venga bien saber que todavía soy capaz de ocuparme del confort de mi hija y de mi nieta. No querrás quitarle eso a un viejo, ¿Verdad? –dijo Miguel guiñando un ojo.

–Abuelo, eres tonto –dijo Melina–. No eres viejo.

Los dos eran almas gemelas y se llevaban bien. Irse a Pine Gulch había sido la decisión acertada, pensó Paula de nuevo. Incluso aunque Nicolás siguiera luchando contra ello como uno de los caballos de Pedro Alfonso. Melina y Nicolás habían llegado a conocer al abuelo con el que solo habían tenido contacto esporádico y, en muchos aspectos, Paula sentía lo mismo. Miguel había sido una figura distante y distraída en su vida, incluso antes de que sus padres se divorciaran cuando ella tenía doce años. Yendo allí, su relación se había hecho más cercana.

–Vamos a ver un DVD. ¿Te interesa? Nos debatimos entre Harry Potter o una de la trilogía de El señor de los anillos.

–Oh, Tolkien. Por supuesto.

Decidieron cuál de las tres iban a ver, y estaban viendo los títulos de crédito del principio cuando Paula oyó una furgoneta fuera.

–Id viendo la película –dijo ella–. Dado que la he visto una docena de veces, supongo que no estaré muy perdida cuando vuelva.

Llegó a la puerta principal justo cuando Nicolás estaba bajándose de una enorme furgoneta plateada. Observó a su hijo. Aunque no parecía desbordante de felicidad, tampoco parecía tan enfadado con el mundo como de costumbre mientras caminaba hacia la casa. Paula no se sorprendió verdaderamente al ver cómo Pedro bajaba de la furgoneta también y seguía al chico hacia la casa. Ella abrió la puerta a su hijo, que probablemente hubiera pasado frente a ella sin saludar, de no haber sido porque se puso en su camino.

–¿Qué tal ha ido? –preguntó.

–Mis Levi’s favoritos apestan a caballo.

–Estoy segura de que eso saldrá al lavarlos.

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