lunes, 14 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 19

–Tendrías que verla con su hermano –dijo Pedro–. Los dos hacen una pareja muy graciosa.

–¿También es un mandón? –preguntó Melina señalando con la cabeza a su propio hermano.

–Creo que ella es la mandona, aunque es difícil de decir. Pelean, juegan y hacen travesuras de todo tipo cuando están juntos.

–Apuesto a que son divertidos –dijo Melina.

–Vamos, niños –dijo Paula finalmente–. Tengo otra reunión de la junta esta noche y no quiero dejar que el abuelo tenga que supervisar vuestros deberes.

–¿Puedo tirar la pelota una vez más? –preguntó Melina–. Sé que esta vez me la devolverá.

Una idea apareció en la cabeza de Pedro mientras observaba a la niña con el cachorro, que por fin pareció comprenderlo y dejó la bola a sus pies y no a los de Paula. Al principio la desechó, pero seguía rondándole por la cabeza mientras veía a Nicolás y a Melina subir al coche. No quería que Paula se sintiera acorralada, de modo que esperó a que los niños estuvieran en el coche para que no pudieran oírlo.

–¿Tienes planes mañana?

–¿Por qué? –preguntó ella.

–Sé que falta una semana para Acción de Gracias, pero mi familia se reúne mañana para ir a un terreno que tenemos en la montaña para cortar los árboles de Navidad. Lo hacemos un poco pronto, antes de que comiencen a caer las nevadas fuertes. ¿Por qué no vienen? Mi madre y mis hermanos estarán ahí. Seguro que mi madre lleva a Linus, así que Melina podrá jugar con los dos perros.

Paula parpadeó, obviamente sorprendida al oír la invitación.

–Es muy divertido –insistió Pedro–. Solemos llevar trineos y hacemos una gran fiesta. Los niños se lo pasarían bien.

–No creo –dijo ella–. Parece algo muy familiar. No querría interferir.

–No interferirías, lo juro. Federico ya ha invitado a nuestro veterinario y a su familia, y siempre hay espacio para unos pocos más. Estuve por ahí hace un mes, cuando reagrupaba el ganado, y divisé unos doce abetos que serían perfectos para Navidad. Solo tienes que elegir el que más te guste. No encontrarás árboles más frescos en ninguna parte.

Paula pareció tentada mientras miraba a las montañas. Sus ojos se suavizaron y su expresión se volvió anhelante. ¿Qué tendría que hacer Pedro para que le dirigiese una mirada así a él? En ese momento habría subido la montaña de rodillas y habría arrancado un árbol con las manos si eso fuese a conseguir que lo mirase con esos ojos verdes.

–Imagina qué recuerdo tan bonito de las vacaciones se llevarían tus hijos –insistió, preguntándose en qué momento se había vuelto tan despiadado.

Paula suspiró al oír las palabras de Pedro. Alfonso podría vender sol en el desierto. Había estado en lo cierto aquel día en casa de su padre. Ese hombre sabía qué teclas pulsar, encontrando el punto débil de una mujer y usándolo en su contra. ¿Cómo podía saber que ella soñaba con darles a sus hijos la mejor Navidad posible?  Tenía muchas esperanzas para ese año, deseando poder compensarlos por las amargas Navidades pasadas. Habían estado lejos de ser agradables, pues los niños se decepcionaban una y otra vez cuando su padre rompía la promesa de ir a visitarlos. Incluso antes de que Fernando se marchara a Europa, olvidándose de su familia por completo,  había pasado sola la mayoría de las fiestas. Su marido a veces elegía trabajar un turno extra durante esas fechas, y Nicolás y Melina lo veían esporádicamente. Estuvo tentada con su oferta. Ya se imaginaba escenas con trineos y chocolate caliente. Pero esa oferta en particular tenía ciertas ataduras, desafortunadamente, con un hombre del que le resultaba difícil alejarse. Sentía cómo su resistencia a él iba desapareciendo cada vez que se acercaban, y sabía que no podría rendirse sin luchar. No podría permitirse enamorarse de otro embaucador, no cuando las cosas parecía que volvían a ir bien.

–Creo que no –contestó finalmente–. Gracias por la oferta, pero no podría inmiscuirme en una cosa familiar.

–Sé que no te caigo bien, Paula –dijo él tras una pausa.

–¡No es cierto!

–Vamos. Los niños no pueden oírnos, así que no tienes que fingir – insistió él–. No sé cómo ocurre ni por qué, pero siempre hago algo mal contigo. Sea lo que sea lo que he hecho, ¿No podemos encontrar la manera de olvidarnos de eso por un día, solo para que Nicolás y Melina puedan participar en algo que sabemos que disfrutarán?

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