lunes, 21 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 35

Decir que aquello era un error era quedarse corto. Pedro trató de tomar aliento, preguntándose cómo diablos un simple beso había escapado a su control con tanta velocidad. Simplemente había pretendido probar sus labios un instante para dejar de preguntarse cómo sería, pero, en cuanto sus bocas se habían encontrado, se había sentido como si fuese él quien tropezaba y cayera montaña abajo por la colina. Cuando Paula le devolvió el beso, tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para no aprisionarla contra el sofá y devorarla. La única manera que tuvo de contenerse fue recordar que acababa de sufrir un golpe en la cabeza y que no estaba en condiciones para nada más apasionado que un beso. Cuando sintió que su autocontrol se desvanecía, se obligó a sí mismo a apartarse.

–Cena conmigo mañana –le dijo impulsivamente–. Conozco un lugar genial en Idaho Falls.

Ella lo miró durante varios segundos, luego pareció cerrarse como las flores de su madre al final del día. Dejó a un lado toda la dulzura de sus besos, como si nunca hubiera estado ahí.

–No.

–¿Así, sin más? –preguntó él arqueando una ceja.

–¿Qué más necesitas? Sé que probablemente no sea una palabra con la que estés muy familiarizado, pero no cenaré contigo. Aunque gracias por invitarme.

Pedro no debería haberse sorprendido ante su negativa, pero, tras su respuesta al beso, albergaba la esperanza de que hubiera cambiado de opinión sobre él. Obviamente, un beso no era suficiente.

–¿Es un «no» porque realmente no quieres o un «no» por alguna otra razón? –preguntó él tras un incómodo silencio.

–¿Acaso importa?

–Sí. Hazme el favor, me gustaría saberlo.

–De acuerdo –dijo Paula con un suspiro–. Me siento atraída por tí, Pedro. Estaría mintiendo si dijera otra cosa.

–Y aun así lo dices como si fuera algo malo.

–Es algo malo, al menos desde mi perspectiva. O, si no algo malo, algo imposible.

–¿Por qué?

–Estoy en una situación de inferioridad. Seguramente te des cuenta.

Pedro trató de encontrarle sentido a lo que decía, pero no lo consiguió.

–Supongo que solo soy un estúpido vaquero –dijo–. ¿Por qué no me lo explicas?

–Pine Gulch es un pueblo pequeño. Si nosotros… si yo me entregara a esa atracción, la gente lo sabría. Hablarían.

–Estás exagerando un poco, ¿No te parece? ¿Quién iba a saber o a preocuparse por lo que haces en tu vida personal?

–O eres increíblemente ingenuo, cosa que dudo, o no estás siendo sincero. ¡Claro que a la gente le importa! Estoy en una posición de confianza y responsabilidad educando a sus hijos. Y tú eres…

–¿Soy qué?

Paula cambió de posición sobre el sofá y se negó a mirarlo a los ojos.

–Eres el tema de conversación favorito por aquí, para empezar.

–No puedo evitar que la gente hable de mí.

–¿No puedes?

–¿Qué se supone que significa eso?

Paula cerró los ojos por un momento, pero luego los abrió, y parecía más decidida a apartarlo de su lado.

–Te gusta jugar. Nunca sales con una mujer más de unas cuantas veces y has dejado un rastro de corazones rotos por todo el condado. Por lo que parece, tus conquistas contribuyen a construir una leyenda y, francamente, no me interesa ser parte de eso.

Paula era incluso mejor que Leandro o Federico dando sermones. Pedro se preguntó si sus intestinos estarían derramándose por el suelo después de esa puñalada.

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