miércoles, 9 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 7

Paula suspiró, preguntándose si Pedro Alfonso estaría preparado para lo que se le venía encima. La casa estaba separada de la carretera principal por una larga hilera de árboles. Era perfecta para el paisaje que allí había. Una estructura impresionante de roca y madera, con las montañas de fondo. Siempre había considerado noviembre como un mes particularmente solitario y poco atractivo, sin los colores otoñales de octubre ni la anticipación de diciembre. En noviembre, los árboles estaban desnudos y todo parecía helado y yermo.

El rancho Cold Creek parecía ser una excepción. Los jardines habían sido talados y las camas de flores estaban preparadas para el invierno, pero las verjas y la impresionante casa, junto con los edificios cercanos, le proporcionaban a la escena una sorprendente belleza. No estaba muy segura de dónde encontrar a Pedro Alfonso, de modo que aminoró la velocidad al llegar a la casa y se detuvo por completo al ver a una figura salir del granero llevando un fardo de heno. No era Pedro, sino su hermano Federico, el padre de Camila. El mayor de los hermanos Alfonso tenía dos hijos en su escuela: Camila y su hermano pequeño, Tomás. Camila era un encanto, aunque un poco mandona, pero Tomás había estado en su despacho en más de una ocasión por mal comportamiento. No era malo, sino un poco enérgico. Las pocas veces que había visto a Federico Alfonso y a su mujer, Brenda, se había quedado sorprendida al ver la felicidad que parecía invadir a esa familia. No le gustaba admitir que sentía envidia y resentimiento al ver a dos personas tan enamoradas.

Federico los vió en ese momento y sonrió, dejando el fardo de heno, y se tocó el sombrero de un modo al que Paula todavía no se había acostumbrado. No parecía en absoluto sorprendido de verlos mientras se acercaba al coche. Pedro debía de haberle contado la historia de Nicolás. ¿Qué debía de pensar de ella y de su hijo delincuente?

–Señora Morales. Niños –dijo Wade con una sonrisa de bienvenida–. Bienvenidos a Cold Creek.

–Gracias –contestó Paula–. Teníamos que reunirnos con su hermano Pedro esta mañana.

–Claro. Mencionó que su hijo vendría a ayudarlo. Está en el establo. Siga la carretera de grava durante casi un kilómetros más y lo encontrará.

–Gracias –dijo ella preguntándose cómo de grande sería el rancho si el establo estaba a casi un kilómetro de la casa principal.

La carretera los condujo por una ligera pendiente, entre pinos y álamos, hasta llegar a la zona de los caballos. Unas dos docenas de caballos pastaban tranquilamente, con sus pelajes brillantes bajo la luz del sol. «Establo» era como subestimar aquella inmensa estructura blanca que dominaba el paisaje. Era enorme, al menos dos veces mayor que el granero que habían pasado junto a la casa principal, y había más caballos en los corrales individuales. Al estacionar el coche, divisó una pequeña casa de dos pisos tras el establo. Situada de cara a las montañas, la residencia tenía un balcón en el centro y un amplio porche. No estaba segura de por qué lo sabía, pero la casa parecía nueva. La verdad era que todo lo parecía. Desde los corrales hasta el establo, pasando por la furgoneta estacionada fuera, todo brillaba. Apenas había apagado el motor cuando Pedro Alfonso salió del establo, y Paula tuvo que respirar hondo al ver su imagen. Llevaba una cazadora vaquera y un sombrero de vaquero negro. Mientras se movía con esa naturalidad que ya había advertido la noche anterior, vio que también llevaba unos vaqueros ajustados que le hicieron sentirse nerviosa y frágil.

–Buenos días –dijo él cuando Paula salió del coche–. Hace una mañana estupenda, ¿Verdad?

Paula arqueó una ceja con escepticismo. Las nubes se cernían sobre las montañas, y el viento frío prometía que pronto nevaría.

–Si usted lo dice.

Pedro se rió y centró su atención en Nicolás, que había salido del coche y se había quedado apoyado en la puerta.

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