miércoles, 9 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 8

–¿Listo para trabajar?

–¿Acaso tengo otra elección? –preguntó el chico.

Como respuesta, Pedro le dirigió una larga mirada y Paula se quedó asombrada al ver cómo Nicolás se achantaba, mirando al suelo. Antes de que ella pudiera decir nada, Pedro se fijó en Melina, que había bajado del asiento trasero para unirse a ellos.

–¿Y tú quién eres?

–Soy Melina Amanda Morales –contestó la niña con una precisión formal y ofreciéndole la mano como una princesa de nueve años saludando a su cortesano favorito.

–Encantado de conocerla, señorita Morales –dijo Pedro estrechándole la mano y aguantándose la sonrisa–. Yo soy Pedro Alfonso.

–Lo sé –dijo Melina–. Eres el tío de mi amiga Camila. Dice que tienes más novias que Colin Farrell.

–¡Melina! –exclamó Paula.

–¿Qué? –preguntó su hija con fingida inocencia.

Pedro sonrió, aunque a Paula le pareció advertir cierto bochorno.

–¿Todos esos caballos son tuyos? –preguntó Melina.

–De hecho, la mayor parte no lo son. Tengo seis o siete que son míos, pero el resto podría decirse que los comparto con mi familia. Además, entreno a algunos de otra gente. Supongo que no querrás dar una vuelta por aquí, ¿Verdad?

–¡Sí! –gritó Melina–. ¿Puedo, mamá?

–Supongo –contestó Paula–. Siempre y cuando no seamos un estorbo.

–Claro que no –dijo Pedro–. De todas formas, tengo que enseñarle el lugar a Nicolás. No hay razón para que no puedan venir.

Mientras Pedro los conducía al interior del establo, Paula pensó que formaban un grupo curioso. Una vez dentro, advirtió que se trataba más de un ruedo que de un establo. A pesar de que había cubículos para los caballos por todo el perímetro, casi todo el espacio estaba ocupado por una amplia pista de arena. Probablemente fuese útil para entrenar a los caballos durante los fríos inviernos de Idaho. Mientras les explicaba las características del lugar, Nicolás se mantenía en un segundo plano, Melina no paraba de hacer preguntas y Paula hacía todo lo posible por mantener la mirada apartada de Pedro Alfonso, por difícil que fuera.

–Todo parece muy nuevo –comentó Paula mientras Melina acariciaba a un caballo y Nicolás se apoyaba en la verja que circundaba la pista, dando la impresión de preferir estar en cualquier otro sitio.

–El rancho lleva aquí cinco generaciones, pero el establo de los caballos es relativamente nuevo. Mi hermano y yo decidimos hace unos años diversificarnos. Siempre habíamos criado y entrenado a nuestros propios caballos a nivel privado. Hace unos años decidimos expandir esa parte de nuestras operaciones y probar suerte en el mercado.


–¿Y cómo va la cosa?

–Ahora mismo tengo más trabajo del que puedo abarcar.

–Eso es bueno, ¿No?

–Mejor de lo que había soñado –contestó él con una sonrisa devastadoramente sexy.

Paula no se dió cuenta de que se había quedado mirándole la boca durante varios segundos. Entonces se dió cuenta de que Pedro la estaba mirando y ella apartó la vista rápidamente.

–¿Qué es esa habitación? –preguntó Melina rompiendo el incómodo silencio.

–Es mi despacho –contestó Pedro–. Vamos, se los enseñaré.

Abrió la puerta de una pequeña habitación en la que hacía más calor que en el resto del establo. Cuando abrió, un cachorro de perro se les quedó mirando, luego se incorporó de la manta en la que estaba tumbado y comenzó a ladrar.

–¿Ya te has despertado, dormilona? –preguntó Pedro–. Ven a conocer a nuestros invitados.

El cachorro olisqueó los zapatos de todos antes de que Melina lo levantase y lo abrazase con fuerza.

–¡Qué mono! ¿Cómo se llama?

–Se llama Lucía.

–Oh, qué bonita eres. Sí, claro que lo eres –dijo Melina acariciándole la nariz al perro.


Paula sintió un pinchazo en el estómago. Su hija adoraba los animales de todo tipo y solía pedirle siempre un perro o un gato, hasta que su médico en Seattle le dijo que no era recomendable.


–¿Qué tipo de perro es? –preguntó Nicolás súbitamente.

–Un pastor australiano. La compré junto con su hermano en una subasta de caballos en Boise el mes pasado. Solo quería comprar uno para regalárselo a mi madre por su cumpleaños, pero no pude resistirme a Lucía.

–¿También tienes ovejas? –preguntó Melina.

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