lunes, 14 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 17

Pedro se quedó de pie en el porche de Miguel Chaves, sintiendo el aire frío de noviembre en su cuerpo, y trató de entender lo que acababa de suceder ahí dentro. No estaba acostumbrado a ser él al que despidieran, y estaba bastante seguro de que no le importaba mucho. Simplemente había estado hablando con Paula, tratando de ser amable, y ella lo había tratado como si la hubiera estado mirando por debajo de la falda. No estaba muy seguro de cómo reaccionar. Ya había sido rechazado en alguna ocasión. Normalmente no se sentía molesto, no cuando había tantas oportunidades ahí fuera. Pero tenía que admitir que no estaba acostumbrado al rechazo acompañado de tanta hostilidad.

Tenía que volver a entrar y preguntarle a Paula Chaves qué había hecho en tan poco tiempo para merecer su desprecio. Levantó la mano para llamar al timbre, pero la dejó caer de nuevo. No. ¿Qué conseguiría con eso, aparte de quedar como un tonto? Tenía derecho a tener sus propias opiniones, aunque fueran totalmente ridículas y falsas. No era cierto que necesitara conquistar a todas las mujeres que veía. Simplemente era un tipo sociable. ¿De dónde había sacado esa mujer una opinión tan mala si apenas se conocían? ¿Y por qué le importaba tanto?  Se dijo a sí mismo que no era para tanto. Sería mejor olvidarse de la estirada señorita Paula Chaves y dirigirse al bar, donde podría encontrar a cualquier mujer que no lo encontrara repugnante. Se metió en la furgoneta y puso en marcha el motor, aunque, por alguna razón, se sentía incapaz de alejarse de la casa hasta no analizar su propia reacción ante lo que había ocurrido. Tendría que estar seriamente enfadado con esa mujer y no querer tener nada más que ver con ella. Se dijo a sí mismo que así era. Entonces, ¿Por qué se sentía más atraído por ella? Le gustaban las mujeres con curvas que realzaban sus encantos, que llevaban blusas con escote y faldas cortas sobre unos zapatos de tacón que resaltaran sus piernas largas y sexys. Sus hermanos pensaban que esa era otra señal de que debía crecer y tomarse la vida más en serio.

Tuvo que preguntarse qué dirían Leandro y Federico si supieran de esa extraña atracción hacia la nueva directora de la escuela. Sentía una gran curiosidad por saber si podría hacer que Paula cambiase de opinión sobre él. De pronto, el desafío le parecía irresistible. Sacudió la cabeza, siendo consciente de la ironía del asunto. Estaba sentado allí, preguntándose cómo cambiar la opinión de una mujer que pensaba que era simplemente un mujeriego. Eso estaba bien, salvo por la razón por la que quería hacer que cambiara de opinión; porque deseaba seducirla, justamente como el mujeriego que ella pensaba que era. Debía marcharse y dejarla en paz. Pero la idea era tan poco atractiva como la de subirse a un toro de rodeo. Tenía que intentarlo. Algo en su aspecto lo atraía más que cualquier mujer en mucho tiempo. Ni siquiera quería pensar en por qué la primera mujer que le intrigaba en mucho tiempo era la única mujer que, aparentemente, no quería tener nada que ver con él. ¿Tendría ella razón? ¿No sería más que un desafío para él? Tal vez. ¿Pero qué era la vida sin un pequeño desafío?

Paul Chaves era dura de pelar, pensaba Pedro dos semanas después frente al establo de Cold Creek. La había visto unas cuantas veces desde aquella tarde en que dejara en casa a Nicolás. Aunque se había sentido tentado de usar su encanto, había optado por un acercamiento más lento. Le había dicho que no estaba interesada en flirtear y probablemente lo rechazaría automáticamente al mínimo intento, de modo que había tratado de ser cálido y amable, tratando de ocultar cualquier señal de su creciente atracción. Fuese lo que fuese, no estaba funcionando. No estaba interesada. Peor, parecía más distante cada vez que se veían. Respondía con educación, mirándolo siempre con esos ojos verdes que tenían la capacidad de ser fríos como el hielo. Debería haberse rendido una semana antes, pero, cuanto más lejana se mostraba ella, más intentaba él acercarse. Estaba decidido a hacerle cambiar de opinión sobre él, pero, tras dos semanas, estaba comenzando a temer que fuese una causa perdida. La única grieta en su caparazón parecía ser Lucía. La fría y dura directora parecía derretirse con el cachorro. Su carácter se ablandaba y su expresión se iluminaba con una sonrisa que lo dejaba sin aliento. Aunque no estaba bien por su parte, tenía que admitir que utilizaba eso a su favor sin ningún escrúpulo.

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