viernes, 4 de octubre de 2019

Deseo: Capítulo 66

–Mi chófer te llevará –dijo Pedro con voz seca–. Yo iré a recogerte por la mañana.

Los padres de Paula vivían en una granja en el parque nacional de Snowdonia. De no haber estado sumido en sus pensamientos, Pedro habría disfrutado de un paisaje de verdes valles y picos montañosos; en uno de ellos, el más alto, habían caído los primeros copos de nieve del año. Además, la tortuosa y estrecha carretera exigía toda su atención. ¿Habían pasado solo dos días desde que ella fuera a visitarle a su casa en Londres? Le parecía que de eso hacía una eternidad. Frunció el ceño al recordar la palidez de ella al recogerla al día siguiente en casa de su amiga para ir a la clínica a hacerse los análisis. Le había preocupado el aspecto de Paula; sobre todo, las profundas ojeras. Le había pedido que se quedara unos días en su casa, para descansar, pero se había negado en redondo:

–Tengo billete de vuelta a Gales y quiero ir a casa –le había dicho Paula en un tono que no admitía discusión–. Quiero estar con mi familia. Todos han sido maravillosos conmigo y sé que, pase lo que pase, puedo contar siempre con su cariño y con su apoyo.

¿Acaso había sido eso un reproche velado por su falta de apoyo? Desde luego, no se le podía reprochar, reconoció él. Desde que se separaron no había hecho más que pensar en ella y se arrepentía de cómo la había tratado. El día anterior le había llamado por teléfono, consciente de que debía disculparse, pero sin saber qué decir. Paula había contestado con monosílabos y frialdad, y él no había podido decirle realmente lo que sentía.

Por fin, cruzó una verja de hierro y detuvo el coche delante de una vieja casa de piedra de granja. El lugar parecía desierto, a excepción de unas gallinas picoteando por el barrizal. Un perro ladró al oírle acercarse a la casa. Daba la impresión de que la puerta delantera no se había utilizado en años. Pero en un lateral había una puerta medio abierta que daba a la cocina. Nadie acudió a su llamada, pero pudo oír voces hablando en una lengua que no entendía, galés. Suponía que debía haber avisado a Paula de que iba a ir a verla, pero había preferido sorprenderla. Un gato se frotó contra sus piernas al entrar en la cocina. Vaciló unos instantes antes de abrir la puerta que tenía de frente y, cuando por fin la empujó, entró en una estancia abarrotada de gente. Debía haber al menos doce adultos sentados alrededor de una mesa rectangular y unos niños en una mesa auxiliar. Un hombre gigantesco de cabello cano presidía la mesa, un hombre que debía ser el padre de Paula. Al mirar a los hermanos, comprobó que todos eran tan grandes como el padre. Al clavar los ojos en Paula... se le hizo un nudo en la garganta. Se hizo un profundo silencio, todas las miradas dirigidas a él. Miradas desconfiadas de los hombres galeses y sus esposas ante un desconocido. Entonces, el padre de Paula hizo amago de levantarse, pero el joven que estaba a su lado se le adelantó y, poniéndose en pie, dijo:

–Yo me encargaré de esto, papá.

Paula, que lo miraba como si estuviera viendo un monstruo, también se levantó de la silla. Y, de repente, Pedro sintió una intensa emoción al ver el redondeado vientre de ella. Él la había dejado embarazada e iba a ser padre. Miró a su alrededor y dejó de importarle que le considerasen un intruso. Paula iba a darle un hijo y estaba decidido a convencerla de que quería ser padre.

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