viernes, 30 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 30

 –Si intentara servirme la comida, acabaría haciendo un desastre tremendo que después tendrías que limpiar tú.

 

Pedro sentía que eso mismo era lo que había tenido que hacer con el divorcio. Paula había dejado que fuera él quien se encargara de arreglarlo todo. Sentía una gran amargura de la que no conseguía librarse.

 

–Haces bien en servir tú la comida –continuó Paula.

 

–Solo trato de ayudar.


 –Te lo agradezco mucho.

 

Mientras comían, se preguntó si de verdad se lo agradecería porque creía que Paula no había apreciado como se merecía todo lo que había hecho por ella mientras estuvieron juntos. Creía que había sido una suerte que no llegaran a tener un hijo. Ya era bastante duro tener que divorciarse sin que tuvieran que pasar por una batalla legal por la custodia de un niño.


 –La verdad es que solo trato de ser práctico. No tengo tiempo esta noche para limpiar más de la cuenta. Mañana tengo turno de noche en el hospital.


 Esperaba poder dormir mejor ya de vuelta en su casa y en su cama.

 

–¿Quién va a cuidar de mí? –le preguntó Paula.

 

–He encontrado a la niñera perfecta.


 Paula le sacó la lengua al oírlo.


 –Bueno, si quieres la podemos llamar enfermera. Se quedará contigo Brenda Thomas –le dijo él–. La conozco del grupo de rescate y es paramédica.


 –Pues sí, parece la persona perfecta.

 

–Y confío plenamente en ella. Estarás en buenas manos.


 –Ya estoy en buenas manos –le dijo Paula.


Agradeció las palabras, pero sentía que la había fallado esa tarde cuando se mareó.


 –Solo trato de hacerlo lo mejor posible.


 –Y lo estás haciendo. No sé cómo podré nunca pagarte por todo esto.


 –No tienes que hacerlo –le dijo con sinceridad.

 

Y era verdad. No quería nada de ella, solo necesitaba que finalizaran el divorcio cuando antes.

 

–Además sé muy bien cómo es tener el brazo roto.

 

–¿Sí? –le preguntó Paula.

 

–Me lo fracturé por dos sitios cuando tenía once años. Estaba jugando al fútbol. Marqué un gol y un niño bastante grande me empujó. Recuerdo cuánto lloré por culpa del dolor.

 

–¿Tú lloras? –le preguntó ella fingiendo sorpresa.

 

–Lloré, fíjate en que lo digo en tiempo pasado.

 

–Ya sabes que bromeaba, Pedro. Llorar no tiene nada de malo, sea cual sea tu edad.


 –Solo si eres un hombre algo afeminado y demasiado emocional – repuso él.


 –Vaya, no quería ofenderte. Que quede muy claro que eres muy hombre.


 –Así es –replicó Pedro–. El caso es que me lo rompí en julio y pasé todo el verano con escayola. Fue horrible.


 –Entonces es vedad, sabes cómo me siento.

 

Él asintió con la cabeza.


 –No podía nadar ni montar en bicicleta o en monopatín. Tampoco me dejaron subirme a las atracciones durante las fiestas del condado.

 

–Seguro que fue el peor verano de tu vida.

 

Paula se equivocaba. Había sido mucho más duro el verano anterior, tratando de olvidarla, y el verano después de la muerte de su hermano.

 

–No fue divertido, pero sobreviví –le dijo–. Y tú también lo harás. 


Se lo dijo con algo de frialdad, sin una pizca de compasión. Se dió cuenta de que tenía que esforzarse más y disculparse. Estaba siendo muy duro tenerla allí. Había conseguido que volvieran a la superficie sentimientos y emociones muy fuertes que había preferido ignorar durante el último año.  Sabía lo peligroso que era perder el control. A su hermano Ignacio le había costado la vida y no iba a permitir que a él le sucediera lo mismo.  Se quedaron en silencio. Era una situación incómoda y no sabía qué hacer. De hecho, nunca había sabido qué hacer con Paula y solo se le ocurría besarla y llevarla en brazos hasta su cama. Era lo único que tenía en mente, pero sabía que no era una opción. Aunque una parte de él lo deseara más que nada en el mundo.


Otra Oportunidad: Capítulo 29

No se le pasó por alto que había cambiado de tema, algo raro en ella, y supuso que no se encontraba tan bien como decía. Le llevó el agua y las medicinas.

 

–Toma.

 

–Eres un médico un poco impertinente, ¿No te lo dicen tus pacientes?

 

–A la cara, no –le dijo él mientras le entregaba las pastillas–. Bueno, solo tú.


 –Yo no soy tu paciente –repuso tomándolas con un trago de agua–. ¿Contento?


 –Sí, mucho. No sueles hacer lo que te dicen.

 

–Y solo me he tomado las pastillas porque me has hecho la cena.

 

–Entonces me alegra no haberte dicho antes que en realidad yo no he hecho la comida. Solo la estoy calentando.


 –¿Quién la ha preparado?

 

–Leticia Porter –le contestó él–. Vino mientras dormías.

 

Vió que Paula se quedaba pensativa.

 

–Es todo un detalle –comentó casi con frialdad.


 –Leticia y su esposo son muy buena gente. Javier es el propietario de la cervecería.


 Paula sonrió al oírlo. 


–Es verdad, creo que ya me lo habías mencionado antes.

 

Sonó el temporizador del horno.

 

–La cena está lista –le anunció él–. Si quieres, puedes comer en el sofá.

 

–No, estoy harta de comer en la cama y me gustaría sentarme a la mesa, ¿Te parece bien?

 

Se le encogió el estómago al oírlo. Iba a ser la primera cena juntos desde que Paula le mencionara el divorcio. Pero no sabía por qué estaba pensando en ese momento. Esa vez, la cena había terminado muy mal, pero la situación era completamente distinta.


 –De acuerdo, dame un segundo –le pidió a Paula.

 

Puso rápidamente la mesa, le temblaban las manos. No sabía qué le pasaba, pero se sentía torpe.  Colocó la comida en la mesa. Decidió no sacar la cerveza que le había llevado Javier. Creía que era mejor no beber mientras Paula estuviera allí.

 

–Ya está todo listo.


La ayudó a levantarse del sofá. Era muy consciente de cada uno de sus movimientos y de cada roce de su piel contra la de él. La acompañó a la mesa con el brazo alrededor de su cintura por si volvía a marearse. Esa era al menos la excusa que tenía.


 –Todo tiene un aspecto delicioso –le dijo ella.

 

Era exactamente lo mismo que pensaba él sobre sus labios. No entendía qué le pasaba.


 –No me puedo creer que alguien hiciera todo esto y te lo trajera – comentó asombrada.


 Se sentó frente a ella y le sirvió las enchiladas de pollo con la salsa de tomatillo verde.


 –También lo han hecho para tí.

 

–Nunca he tenido a nadie que hiciera algo así por mí –susurró Paula.

 

–La gente de Hood Hamlet es muy generosa. Son buenos vecinos y amigos.


 –También lo eres tú –le dijo Paula con una sonrisa al ver que le servía la comida y el agua.


 –Antes de que te des cuenta, podrás valerte por tí misma, ya lo verás. 

Otra Oportunidad: Capítulo 28

 Vió cómo de repente Paula palidecía y se quedó sin aliento. Comenzó a balancearse como si estuviera perdiendo el equilibrio y fue hacia ella.

 

–Te tengo –le dijo tomándola en sus brazos justo a tiempo para evitar que cayera al suelo.

 

–Gracias –susurró Paula.

 

Sintió su aliento en el cuello y no pudo evitar estremecerse.


 –Me he mareado. Debo de haberme levantado demasiado deprisa de la cama.

 

Pensó que debería acompañarla de vuelta a la cama y no pudo evitar que le tentara la idea de unirse a ella bajo las sábanas.

 

–Has tenido un día muy largo y hace mucho que no comes nada. 


–Bueno, me tomé un batido de...

 

–Me refiero a comida de verdad –la interrumpió él.


Paula respiró profundamente y se enderezó.

 

–Ya me siento mejor.

 

–Muy bien, pero es mejor no arriesgarse –le dijo él mientras la tomaba en sus brazos–. No quiero que te caigas.

 

Pero la preocupación que decía sentir por su bienestar no explicaba por qué se le había acelerado el pulso.

 

–Y yo no quiero que te hagas daño al llevarme.

 

–Pero si no pesas nada –le dijo.

 

Paula siempre había estado en buena forma, pero nunca tan delgada como lo estaba tras el accidente y tantos días en el hospital. La llevó hasta el sofá.

 

–Tenemos que conseguir que engordes un poco –le dijo él.

 

–¿Qué? ¿No sabes que las mujeres nunca queremos engordar?


 Mientras caminaba con ella en brazos, no se le pasó por alto cómo se movían sus pechos bajo la fina camiseta. El deseo trataba de dominarlo por completo y no era fácil luchar contra él.


 –A los hombres les gustan las mujeres con curvas, así tienen algo que agarrar...

 

Vió un brillo distinto en los ojos de Paula al oír sus palabras. Se fijó en sus labios, le habría bastado con moverse unos centímetros para poder besarla.


 –A algunos hombres –susurró Paula.

 

Cada vez le costaba más controlarse y sentía una oleada de calor por todo el cuerpo.


 –A este hombre, por ejemplo –replicó él.


 Había mucha tensión en el aire. Seguía habiendo química entre ellos, eso era innegable. Luchó contra el impulso de intentar ir más lejos con Paula y la dejó suavemente en el sofá.

 

–Descansa mientras termino de preparar la cena.

 

Volvió a la cocina con un propósito en mente, poner distancia entre Paula y él. Por mucha atracción que sintiera por ella, no podía dejarse llevar. Sabía que sería un desastre para los dos. Tenía que recordar que aún se estaba recuperando y que pronto iba a ser su exmujer. Comprobó el estado de los frijoles y del arroz. Después, echó un vistazo al reloj.

 

–Es la hora de tus medicinas.

 

–Preferiría no tomarlas –repuso Paula–. Me dan sueño.

 

–Hay que tomarlas antes de que los dolores sean demasiado fuertes.

 

–Pero si casi no me duele... –le aseguró ella–. ¿Qué estás cocinando que huele tan bien?

 

–Enchiladas.

 

–¡Uno de mis platos favoritos! 

Otra Oportunidad: Capítulo 27

 –¡Qué bien huele!

 

Pedro se sobresaltó al oír la voz de Paula. Durante las últimas dos horas, había disfrutado de su soledad y casi podía olvidar que ella estaba durmiendo en el cuarto de invitados.

 

–Es la cena –le dijo mientras dejaba de cocinar para volverse hacia ella.

 

Se quedó mirándola unos segundos. Estaba descalza, tenía el pelo revuelto y cara de sueño.


 –No esperaba despertarme y tener la cena preparada –le dijo ella con media sonrisa.

 

Entre la camiseta y los pantalones asomaba una franja de suave piel y vió que no tenía abrochado el botón superior de los vaqueros. Pensó en cómo sería quitárselos y dejar... Sacudió la cabeza, no podía creerlo. Era una idea más que agradable, pero muy poco adecuada. Respiró profundamente. Sarah seguía un poco magullada tras el accidente, pero aun así, era preciosa.

 

–Has dormido mucho.

 

–Hacía tiempo que no dormía en una cama tan cómoda. Comparada con la del hospital, ha sido como si estuviera durmiendo en una nube.

 

–Ya te dije que aquí estarías mucho mejor que en un centro de cuidados especializados.

 

–Sí, lo hiciste.


Pero a él le pasaba lo contrario. Se sentía incómodo con ella tan cerca. Su mirada volvió a deslizarse hasta la piel que asomaba bajo la camiseta. Era imposible no recordar el pasado y cómo había sido hacer el amor con ella, pero no quería pensar en algo que no iba a volver.  Se dió la vuelta, metió la cuchara en la olla de frijoles refritos y comenzó a remover el puré. 


–Me alegra haberte hecho caso y haber aceptado tu oferta –le dijo Paula.

 

Se dió cuenta entonces de que llevaba la misma ropa de antes.

 

–No puedes estar cómoda con esos vaqueros. ¿Por qué no te pones un pijama o un chándal?


Paula se encogió de hombros y entendió de repente qué le pasaba. Se le hizo un nudo en el estómago.


 –No puedes cambiarte sola.

 

Había estado tan concentrado en otras cosas que no se le había pasado por la cabeza que iba a tener que ayudarla con la ropa.

 

–Creo que podría hacerlo –le dijo Paula–. Pero cuando llegamos, estaba tan agotada, que me quedé dormida en cuanto caí en el colchón.

 

Pedro se sintió como un idiota. Sabía que debería haber estado más pendiente de ella, pero le preocupaba acercarse demasiado.  Bajó la temperatura de los frijoles y comprobó si ya estaba hecho el arroz. Sabía que debería haberla ayudado más, pero él también había necesitado un descanso. Aunque era médico, seguía siendo un hombre. Uno que no había besado ni tocado a una mujer durante ese último año. Aunque su matrimonio había fracasado y sentía mucho resentimiento hacia ella, no se veía capaz de desnudar y vestir a Paula sin que le afectara más de lo que quería admitir. Pero sabía que debía superarlo. Después de todo, era el responsable de su bienestar.

 

–Te ayudaré después de... 

Otra Oportunidad: Capítulo 26

  –Gracias –susurró mientras tomaba su mano.

 

–Muy despacio –le aconsejó Pedro agarrándola también por la cintura.


 No protestó. Era muy agradable sentir el calor de sus manos. Se concentró en recorrer los pocos pasos que la separaban de la cabaña. Pedro la acompañó hasta allí tratándola como si fuera una pieza de delicado cristal. Quería llegar cuanto antes para poder apartarse de él. Su aroma la envolvía, era una dulce tortura. Fue un gran alivio llegar por fin al escalón del porche. 


–Ten cuidado –le dijo Pedro.


Pero creía que con quien tenía que tener cuidado era con él. Cuando abrió la puerta, le vino un recuerdo a la mente que se apoderó de ella. Pedro y ella de vuelta en Seattle después de casarse en Las Vegas. Él la había tomado en sus brazos para atravesar juntos por primera vez el umbral. Le había parecido un gesto muy romántico.

 

–Menos mal que Blancanieves y los enanitos no están aquí hoy, seríamos demasiados –le dijo Pedro–. No es muy grande. Pero pasa, por favor.


En sus circunstancias, no había razón para romanticismos. Se sentía decepcionada y no sabía por qué. Soltó la mano de Pedro y miró a su alrededor. El interior era cómodo y acogedor. La cocina era pequeña pero funcional. Y el salón, muy agradable.

 

–Está muy bien –comentó ella–. Veo que has comprado muebles nuevos.


 –Ya lo alquilé amueblado.


 –¿Y tus cosas? ¿Las has puesto en un trastero?

 

–No, las vendí. Casi todo eran cosas de segunda mano que me habían dado amigos y familiares. No tenía sentido arrastrar todo eso conmigo.

 

Trató de ignorar lo dolida que se sentía y recordó que le había regalado una fotografía enmarcada de las montañas Red Rock por su primer aniversario de boda. No la vió en el salón.


 –Un nuevo comienzo... –susurró ella.

 

–Sí.

 

–Es muy agradable, ahora entiendo que te hayas comprometido ya durante todo un año.

 

–Estoy cómodo aquí –le confesó Pedro.

 

Había llegado a preguntarse si él la necesitaría o si la echaría de menos, pero acababa de obtener su respuesta. No la necesitaba. Tenía un buen lugar para vivir, amigos y un buen trabajo. Su vida estaba completa sin ella.  Era una pena que ella no pudiera decir lo mismo de su vida sin él. 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 25

 –¿Tienes tú alguna mascota?

 

–No, pero si no tuviera que pasar tanto tiempo fuera, me gustaría tener una.

 

–Pensé que no te gustaban los perros ni los gatos.

 

–Sí me gustan, pero mi madre es alérgica –le explicó Pedro–. Uno de los chicos en la unidad de rescate tiene un husky siberiano precioso que se llama Daisy. Es genial.

 

–Hazte con un gato. Son independientes y es la mejor mascota para alguien que pasa mucho tiempo fuera. Sobre todo si tienes dos. Eso es al menos lo que dice mi jefe, Andrés.


 –No sé qué pensar de los gatos. Me gusta saber si mi mascota se alegra de tenerme cerca o no.

 

–A los gatos les importan sus dueños, aunque no lo demuestren.

 

–Pero, si no lo demuestran, ¿Para qué tenerlo?

 

Paula podría haberle hecho la misma pregunta sobre la conveniencia o no de tener un marido. Al principio le atrajeron la seriedad y estabilidad de Pedro. Era muy distinto a otros hombres con los que había estado. Hombres que la habían decepcionado y herido. Pero después de casarse se dió cuenta de que no era una persona espontánea ni mostraba sus emociones. Recordó que la única emoción que había sido capaz de transmitirle sin problemas era el deseo. No habían tenido ningún problema en ese terreno. No pudo evitar ruborizarse al recordarlo.


 –Estás mejor sin una mascota –le dijo poco después.

 

Pedro giró a la izquierda. Era una calle estrecha que se abría paso entre los árboles. Había casas y pequeñas cabañas intercaladas entre los pinos.

 

–¿Vives cerca de la calle principal? –comentó ella al ver que iban más despacio–. ¡Qué cómodo!

 

–Sí y muy cerca de la cervecería, que es más importante.

 

Recordaba que Pedro salía a tomar unas cervezas con sus compañeros del grupo de rescate de Seattle después de las misiones. Pensó que quizás fuera a ese bar con alguna amiga y no pudo evitar que todo su cuerpo se tensara. Le costaba imaginarlo con otras mujeres.


 –Eso te vendrá muy bien los fines de semana –le dijo ella. 


–Sí, es muy práctico.

 

–¿Con quién vas a la cervecería?


 –Sobre todo con los miembros del grupo de rescate y también con algunos bomberos.


 –¿Son tipos agradables?

 

–Sí, pero no son todos hombres.

 

Se quedó sin aliento. Sabía que no era de su incumbencia ni debía importarle. Metió el coche por un camino y se detuvo frente a una pequeña cabaña de una sola planta.


 –Ésta es.


 Sarah la miró con incredulidad. Había esperado algo más sencillo, no una cabaña salida de un cuento de hadas. Tenía vigas de madera y ventanas con macetas y flores de colores.


 –Es preciosa. Parece la casita de Blancanieves y los siete enanitos.

 

–Solían alquilarla a turistas, por eso es tan pintoresca, pero creo que exageras.

 

–Tienes que admitir que es una monada.

 

–Bueno, me sirve para lo que la necesito.


 –Estoy deseando verla por dentro –le dijo ella abriendo su puerta.

 

–¡Espera! –exclamó Pedro mientras iba a ayudarla a salir–. Apóyate en mí. 


Sus modales fueron una de las cosas que más le atrajeron al principio. No estaba acostumbrada a tanta caballerosidad y hacía que se sintiera especial, pero no había sido igual tras la boda.


Otra Oportunidad: Capítulo 24

 Después de pasar la infancia yendo de la casa de su madre a la de su padre, como si fuera un perro apestoso que nadie quería, no necesitaba demasiado. Nada grande ni lujoso, solo un lugar que pudiera ser su hogar, un sitio donde se sintiera amada. Había creído encontrarlo con Pedro, pero se había equivocado. Después de unos meses de matrimonio se había dado cuenta de que las cosas no iban bien y había decidido tomar las riendas y salir de esa situación antes de que volvieran a abandonarla. Él le tocó el antebrazo.

 

–Paula, estamos entrando en Hood Hamlet –le dijo Pedro.

 

Se sobresaltó al oír de repente su voz. Miró por la ventana. Estaban en una calle bastante ancha. Había muchos árboles en la parte izquierda de la carretera y vió unos cuantos tejados un poco más lejos. No creía en la magia, pero estaba deseando ver cómo era ese pueblo. Tomaron una curva y se quedó con la boca abierta cuando vió por fin Hood Hamlet. Era una maravilla, parecía una postal de Navidad. Casi podía imaginar que estaba en los Alpes suizos.

 

–Bienvenida a Hood Hamlet –le dijo Pedro.

 

No le extrañó que quisiera vivir allí. Vió una posada alpina que parecía sacada de un cuento. Había macetas con flores colgadas de todas las ventanas.

 

–Es muy pintoresco. Precioso...

 

Se fueron acercando a la parte más concurrida de la calle y disminuyó la velocidad. 


–Esta es la calle principal.

 

Vió una hilera de tiendas y restaurantes y mucha gente entrando y saliendo. Una mujer con tres niños saludó a Pedro y él le devolvió el gesto con una sonrisa.


 –Es Nadia Willingham con sus hijos, Victoria, Joaquín y Lucas. Su esposo, Sergio, es contable y el tesorero del equipo de rescate local.


 –Tenías razón. Hood Hamlet es un pueblo con encanto –reconoció ella.

 

–Si te gusta ahora, deberías ver este sitio en Navidad.

 

No le costó imaginarlo, parecía el entorno perfecto con sus montañas nevadas y los pinos. Le encantaría poder verlo en persona, pero sabía que no iba a ocurrir.


 –Debe de ser maravilloso.

 

–Sí –le dijo Pedro con un nuevo brillo en sus ojos–. Lo iluminan todo el día de Acción de Gracias, empezando por el árbol de la plaza y viene a verlo todo el mundo. Ponen coronas y guirnaldas en la calle principal y decoran las farolas como si fueran bastones de caramelo.

 

Le pareció que sonaba muy especial. Sus navidades nunca habían sido así.

 

–¿También hacen algo especial en Pascua?

 

–Sí, los niños salen con sus cestas para buscar huevos de chocolate escondidos por todas partes. Es incluso mejor que las fiestas que organizan mi madre y mis hermanas.

 

Le pareció increíble. La casa de sus padres parecía salida de una revista de decoración. Era agotador ver todo lo que hacían para preparar las casas de acuerdo a cada fiesta del año. Con los Alfonso se había dado cuenta de lo distinta que habían su infancia y su vida.  Sus padres no hacían nada especial en Navidad ni en Pascua. Las comidas se hacían delante del televisor o en el coche. No estaba acostumbrada a otro tipo de vida y no se veía capaz de ser tan buena anfitriona como la madre de Pedro. No creía que hubiera sido capaz de cumplir las expectativas de él ni las de su familia.

 

–Tienen muchas tradiciones –continuó Pedro–. En Navidad, todo el mundo viene a la plaza principal para que los niños y los animales domésticos se hagan una foto con Santa Claus. 

Otra Oportunidad: Capítulo 23

 –Es cierto, pero tú estuviste de acuerdo –replicó Paula–. Yo no fui la que me mudé a otro estado ni actué como si estuviera soltera.


 –Yo tampoco actúo de esa manera.

 

–No, por supuesto que no –le dijo ella con incredulidad.

 

–No lo he hecho.

 

La reacción de Paula lo estaba sorprendiendo. Habían estado separados y llevaban casi un año sin verse. El divorcio no iba a ser más que una mera formalidad.

 

–¿Qué iba a pensar la gente? Me fui a vivir solo a Hood Hamlet y no llevo alianza. Nadie me preguntó si estaba casado y no encontré ninguna razón para decírselo.


 –¿Y si hubieran preguntado? ¿Se lo habrías dicho?

 

–Sí, supongo que les habría dicho la verdad.

 

–No me extraña que la gente esté hablando de nosotros.

 

–Algunos de mis amigos estuvieron conmigo mientras estuviste en la UCI y me hicieron algunas preguntas, claro.

 

–¿Qué saben tus amigos de nuestra situación?

 

–No mucho.

 –Pedro...

 

Notó que parecía más enfadada que herida, pero no sabía si eso era mejor o peor.

 

–Saben que llevamos casi un año separados, pero que ahora estamos juntos.


 Ella lo miró alarmada.


 –¿Juntos?

 

–Sí, hasta que te recuperes –le aclaró.

 

–Bueno, espero que no tarde mucho en hacerlo para que puedas seguir con tu nueva vida en Hood Hamlet y yo pueda volver al monte Baker.

 

Pedro suspiró al ver que al menos estaban de acuerdo en algo.

 

–Yo también espero que te recuperes pronto, pero no conviene adelantar acontecimientos, tienes que ir poco a poco, día a día hasta verte con fuerzas.


 Y sabía que entonces los dos podrían seguir adelante con sus vidas y por separado.  Estaba deseando que llegara ese día.



Paula estaba deseando llegar a Hood Hamlet. El viaje en coche había sido incómodo y doloroso para sus heridas y también para su corazón. No podía cambiar lo que había sucedido con Pedro. Solo podía aprender de sus errores y seguir adelante con su vida. Sabía que eso era lo que tenía que hacer. De hecho, ya debería haberlo hecho. Se fijó en el paisaje. La carretera subía sinuosa hacia el monte Hood, era una vista preciosa. El verde oscuro de los pinos contrastaba con el cielo azul. Era impresionante, pero no podía quitarse la imagen de Pedro de la cabeza. Se había afeitado antes de salir, pero seguía siendo muy atractivo sin esa incipiente y sexy barba de tres días. Lo miró de reojo. Se conocía ese perfil de memoria. Unas espesas y oscuras pestañas rodeaban sus cálidos ojos azules y tenía unos maravillosos y gruesos labios. Recordaba perfectamente sus besos, pero todo eso formaba parte del pasado. Sonaba una balada en la radio. La letra hablaba de la angustia y de la soledad, dos cosas de las que sabía mucho, pero estaba convencida de que él y ella estaban mejor separados. Él había encontrado un lugar en el que era feliz y lo envidiaba. Creía que ella nunca iba a encontrar su verdadero hogar, se había pasado toda su vida buscando ese refugio. 

Otra Oportunidad: Capítulo 22

 –Pero a lo mejor hay alguien en esa situación que te pueda ayudar a escapar.


 –Prefiero no tener que verme así por si en el momento crítico no están –contestó Paula.


 Le sorprendió verla tan amargada y esperaba que no estuviera así por culpa de su separación.


 –La gente puede sorprenderte.

 

–Sí, lo sé. Normalmente me sorprenden, pero no de la manera que espero.

 

No estaba seguro de lo que quería decir, pero sintió que acababa de darle una puñalada.

 

–¿Hablas también de mí? –le preguntó en voz baja.

 

–Sí.


Su respuesta fue un cuchillo que atravesó su corazón. No debería haberle sorprendido. Paula era impulsiva, impaciente y con tendencia a entrar en erupción, como los volcanes que tanto le gustaban. Había tratado de cuidar de ella durante su matrimonio, pero ella lo había rechazado. Había tratado de hacerla feliz, pero nunca parecía terminar de estarlo. Se había dado cuenta de que era muy parecida a Ignacio.

 

–¿No vas a darme más detalles?

 

–Te has portado muy bien conmigo desde el accidente –le dijo ella con gratitud–. No lo esperaba.


 –Bueno, las parejas en nuestra situación pueden llegar a tener una buena relación.

 

–Sí, supongo. Sobre todo cuando tenemos claro que los dos queremos el divorcio.

 

El cuchillo se hundió un poco más en su corazón.

 

–Claro –masculló entre dientes.

 

Sonaba en la radio una alegre canción que contrastaba con lo que estaba sintiendo en esos momentos. Le costó contenerse para no apagarla y detener la música.

 

–Me alegra que hayas encontrado un sitio donde te encuentras tan bien –le dijo Paula.


 –Hood Hamlet es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. 


Recordó la lista que había elaborado de lugares en los que podrían vivir después de terminar sus prácticas. Portland había sido una de las mejores opciones porque tenía el observatorio vulcanológico del monte Cascades. De haber seguido juntos, no estaría en Hood Hamlet.

 

–El único inconveniente es que la gente es un poco entrometida –le dijo él.

 

–Típico de los pueblos pequeños.

 

–A veces me olvido de lo pequeño que es.

 

–Entonces, ¿Van a hablar de nosotros? –le preguntó Paula.

 

Él respiró hondo y exhaló lentamente antes de contestar.


 –Ya lo hacen.


 –¿Por qué?

 

Pedro lamentó habérselo dicho.

 

–Nadie sabía que estaba casado hasta tu accidente.

 

Vió de reojo que Paula abría la boca sorprendida.


 –¿Por qué no se lo habías dicho?


 –Bueno, no se lo dije a nadie porque ya no eras parte de mi vida y podía mudarme a Hood Hamlet y hacer borrón y cuenta nueva.

 

Vió que estaba pálida y que parecía dolida.

 

–¿Les hiciste creer que estabas soltero?

 

–Bueno, la verdad es que no es algo que planeé, surgió así –repuso él a la defensiva–. Y no me mires como si yo fuera el malo de la película. Después de todo, fuiste tú la que sugirió que nos divorciáramos. 

Otra Oportunidad: Capítulo 21

 –¿Queda mucho para Hood Hamlet? –le preguntó Paula.


 –No, solo unos veinticinco minutos si no hay mucho tráfico.

 

–¡Vaya! No esperaba una respuesta tan precisa.


 –Es que voy por esta carretera al hospital.

 

–Trabajas en Portland, ¿Verdad? –le preguntó ella.

 

–Sí, en Gresham. Al noreste de la ciudad.

 

–Está bastante lejos.

 

–Sí, pero no tengo que ir todos los días. Son turnos de doce horas cada uno –le recordó él.


 –Aun así, es mucho tiempo al volante –insistió Paula–. ¿Por qué vives tan lejos?


 –Me gusta Hood Hamlet. Es un sitio con mucho encanto.

 

–Pero tú nunca te has dejado engañar por esas cosas –le dijo ella–. Recuerdo muy bien lo que te pareció Leavenworth, una trampa para turistas de inspiración bávara. 


Sonrió al recordar su visita al pequeño pueblo al este de las montañas Cascades.

 

–Me gustaba escalar en esa zona, pero Hood Hamlet es diferente. Tiene algo casi mágico.

 

–¿Qué? –le dijo Paula riendo–. ¿Desde cuándo crees en la magia?

 

Entendía su incredulidad. Tras la muerte de Ignacio, había dejado de creer en cualquier tipo de magia. No creía en nada que no pudiera ver o tocar. Durante los últimos años, solo había tenido una cosa en su vida que había desafiado por completo la razón, su relación con Paula.


 –Es difícil no creer en la magia cuando estás allí. Y no soy el único que lo siente.

 

–Deben de haber puesto algo en el agua –bromeó Paula.

 

–Puede que tengas razón.

 

–Bueno. Sea lo que sea, espero que no sea contagioso –comentó Paula.

 

–Mientras no entre en erupción el monte Hood, creo que serás inmune a sus encantos.

 

Había esperado que ella lo contradijera, aunque solo fuera para discutir con él, pero no lo hizo.

 

–¿Qué más hace que ese pueblo sea tan mágico? –le preguntó Paula.

 

–La gente. Forman una comunidad extraordinaria.

 

Era algo de lo que había sido especialmente consciente tras el accidente de Paula.


 –Son muy acogedores con los que vienen de fuera. Por eso me mudé a este pueblo –le confesó–. Vine hasta el monte Hood un día y comí en la cervecería local. Fue entonces cuando conocí al propietario, Javier Porter. Cuando se enteró de que había trabajado con el equipo de rescate en Seattle, me habló de su unidad local. Me invitó a escalar con él y lo hicimos. Así conocí a otras personas. Me comentaron que se alquilaba una cabaña y poco después estaba firmando el contrato de alquiler para un año.

 

–Un año es todo un compromiso, yo prefiero renovar el contrato de mi piso cada mes.

 

–Siempre te gusta tener disponible una ruta de escape, ya me había dado cuenta –le dijo él.

 

–Es que yo prefiero no meterme en una situación en la que me pueda ver atrapada. 

lunes, 26 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 20

Pedro tenía muy claros sus objetivos. Tenía que llevar a Paula a su casa, conseguir que se recuperara lo antes posible y acompañarla después de vuelta a su piso y su vida.  Mientras conducía por la autopista, trató de concentrarse en la carretera e ignorar a la mujer que estaba sentada a su lado. No era nada fácil, lo envolvía el dulce aroma floral de su champú. Agarró con fuerza el volante y se centró en la conducción.  Pocos minutos después, aceleró para adelantar a un camión y luchó para controlar el impulso de mirarla de reojo. Creía que era mucho más seguro fijarse solo en la carretera.


 –Ni siquiera has probado tu batido –le dijo Paula entonces.

 

Sus conversaciones habían sido tan difíciles e incomodas durante las cuatro horas que llevaban de viaje que soñaba con poder tener el poder de transportarlos mágicamente a los dos a su cabaña. Creía que el silencio, por incómodo que fuera, era mucho mejor.

 

–No tengo sed –le contestó él.


 –Pues tú te lo pierdes, mi batido de chocolate está buenísimo. Gracias por sugerirme que paráramos –le dijo Paula.

 

Esos descansos le permitían a su compañera de viaje estirar las piernas y cambiar de posición, pero también había agregado más tiempo al trayecto.

 

–Tenías que andar un poco.

 

Y también él necesitaba salir del coche de vez en cuando. Era un espacio demasiado pequeño.

 

–Si has cambiado de opinión y prefieres el de chocolate, podemos negociar –le ofreció Paula mientras tendía el vaso hacia él–. Me gusta la vainilla.


Recordó entonces otros viajes como ese. Solían parar de vez en cuando para comprar batidos y también para hacer el amor en el coche. Pero sabía que no era buena idea pensar en ello. 


–No, gracias –le contestó él apretando con más fuerza aún el volante.


 –Como quieras, pero estoy dispuesta a compartir.

 

Vió de reojo cómo tomaba en sus labios la pajita y bebía un sorbo de batido.  Su entrepierna reaccionó al instante. Le hervía la sangre y le sudaban las palmas de las manos.  Necesitaba refrescarse y pensar en otra cosa.


 –Me gusta el mío –le dijo mientras probaba su batido.


Se sintió un poco mejor, pero no podía ignorar su presencia ni cómo lo miraba Paula de reojo. Esa mujer le atraía como ninguna y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Estaba perdido. ella había cambiado su vida por completo y había conseguido sacar de él su lado más imprudente e impulsivo. La parte que había enterrado cuando murió su hermano. Echaba mucho de menos el sexo, pero sabía que podía sobrevivir sin ella. Había decidido que el celibato era su mejor opción por el momento. Ignacio se había perdido en el mundo de las drogas y él había comprobado por sí mismo cómo era perder el control con Paula. No pensaba volver a caer en sus redes, eso lo tenía muy claro. 

Otra Oportunidad: Capítulo 19

 Ella asintió con un gesto casi imperceptible.

 

–Puede que haya caminado hoy más de la cuenta.


 –¿Te duele algo más? –le preguntó muy preocupado.

 

–No más de lo habitual.

 

Con el dorso de la mano, le tocó la cara para ver si estaba caliente.


 –No parece que tengas fiebre –le dijo él.


 –Supongo que mi cerebro está rebelándose. Hoy le he hecho trabajar demasiado. Creo que necesito otra siesta –sugirió Paula.


 –Probablemente.

 

Pero Pedro prefería ser cauteloso. Comprobó la circulación de la mano derecha. Aunque no le gustaba reconocerlo, sabía que le preocupaba de manera personal, no solo como médico.


 –Siempre has sido muy buen médico a la hora de tratar a tus pacientes –le dijo Paula.

 

–Con algunos es más fácil.

 

–¿Como en mi caso? –le preguntó ella en tono esperanzador.


 –Sí.

 

–Gracias –repuso con una leve sonrisa.

 

–De nada –le dijo él mientras le apartaba el pelo de la cara.

 

Vió que sus párpados revoloteaban como alas de mariposa y recordó haberlas sentido contra la mejilla cuando Paula dormía junto a él. Le entraron ganas de abrazarla, pero no podía caer en la tentación. Esa mujer le había roto el corazón una vez y no podía permitir que volviera a hacerlo.


 –No estoy tratando de ser difícil –le aseguró Paula en voz baja.

 

–Lo sé, te estás limitando a ser tú misma.

 

Pero Pedro esperaba más de sí mismo. Ver a Paula herida había provocado que su instinto de protección lo dominara, pero sabía que debía tener cuidado y ser inteligente. Recordó que ella le había asegurado que lo quería hasta el día que le habló de divorcio. Creía que lo había estado mintiendo y que después lo había abandonado de la peor forma posible.  No confiaba en ella. No podía hacerlo. Creía que había enterrado sentimientos en lo más profundo de su ser. Le gustaba mantener sus emociones en secreto, pero le resultaba muy fácil perder el control cuando estaba con ella.

 

–No necesito más tiempo para pensar –le dijo–.  Mi objetivo es recuperarme lo antes posible. Mi piso es demasiado pequeño para que viva un cuidador conmigo y no me veo en uno de esos centros... Así que creo que me iré a Hood Hamlet contigo si la oferta sigue en pie.

 

Una vez más, lamentó haberle ofrecido esa opción. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Estaba acostumbrado a enfrentarse a situaciones de peligro, pero con Paula no las tenía todas consigo. No le gustaba nada cómo reaccionaba cuando estaba con ella, le parecía inaceptable.  Pero le había ofrecido su ayuda y era un hombre de palabra. Se dió cuenta de que iba a tener que controlar muy bien sus emociones y mantener las distancias con ella.

 

–Por supuesto –le dijo Pedro mientras trataba de hacerse a la idea. 

Otra Oportunidad: Capítulo 18

 Pedro se quedó sin aliento mientras esperaba la respuesta de Paula, rezando para que rechazara su oferta. Acababa de ofrecerle su casa para recuperarse, pero ella había reaccionado con un gesto muy parecido al pánico, como si acabara de condenarla a cadena perpetua. No entendía por qué lo había hecho. Lamentaba haberlo sugerido, pero ella le había parecido tan desolada al ver que iba a tener que ingresar en un centro de cuidados especiales que había sentido la necesidad de hacer algo al respecto. Sabía que una buena actitud era importante en la recuperación de un paciente y creía que ese tipo de centros no eran el mejor lugar para Paula.  Se dió cuenta demasiado tarde de que los paseos por el hospital de la mano y las conversaciones que había tenido con ella habían conseguido ablandarlo.  Un zumbido interrumpió sus pensamientos, era el buscapersonas del doctor Marshall.

 

–Me tengo que ir –les anunció–. Dile a la enfermera lo que has decidido para que prepare tu alta y la admisión en otro centro.

 

El médico salió de la habitación sin mirar atrás. En cuanto se cerró la puerta, la tensión se hizo más palpable aún. En su trabajo se había enfrentado a retos muy duros, pero nunca se había sentido tan fuera de su elemento como en esos momentos. Paula parecía nerviosa y no lo miraba a los ojos.

 

–Solo trataba de ayudarte para que pudieras tener otra opción –le dijo él por fin.

 

–Es que me sorprende que quieras tenerme cerca –contestó Paula.

 

–Quiero que te recuperes y te sientas mejor. Eso es todo –le aseguró él.

 

Ella lo estudió como si estuviera tratando de determinar qué tipo de roca volcánica era.

 

–Es muy amable por tu parte –contestó Paula con cierta suspicacia que consiguió molestarle.


 –Hace mucho que nos conocemos.

 

Paula se quedó unos segundos callada antes de contestarle.

 

–Es que...

 

–¿Tan horrible sería pasar unas semanas en mi casa?

 

–No, no sería horrible –admitió Paula–. En absoluto.


 Sus palabras eran un gran alivio, pero consiguieron que se sintiera aún más confundido.

 

–Entonces, ¿Cuál es el problema?

 

–No quiero ser una carga.

 

–No lo serás –le aseguró él.

 

–Llevas una semana sin poder trabajar por estar aquí y...

 

–Pero no será así en casa. Podré volver al trabajo y al equipo de rescate de montaña.

 

–Entonces, ¿Estaría sola?

 

–Buenos, mis amigos se han ofrecido a ayudarme. Hago turnos de doce horas en el hospital y la unidad de rescate mantiene a los equipos listos en la montaña durante los meses de mayo y junio por si es necesario actuar. No pasaré mucho tiempo en casa –le dijo él–. Bueno, ¿Qué te parece?

 

–Aprecio la oferta, de verdad. Pero no sé...

 

Su incertidumbre le pareció sincera.

 

–¿Tengo que decidirlo ahora mismo?

 

–El doctor Marshall quiere que le digas a la enfermera lo que decidas.


Si prefieres un centro, hay que llamar para encontrar plaza en uno. Pero recuerda que la actitud que tengas juega un papel muy importante en tu recuperación. Y creo que Hood Hamlet será mejor para tí en ese sentido.

 

–Dame un minuto para pensar en ello –le pidió Paula.

 

Pedro no sabía por qué necesitaba más tiempo y tampoco entendía por qué estaba tratando de convencerla. Aunque ella aceptara su oferta, el divorcio seguía en pie, nada cambiaba.  Vió que Paula hacía una mueca y le faltó tiempo para acercarse a la cama.


 –¿Es la cabeza? 

Otra Oportunidad: Capítulo 17

 Le molestaba que la conociera tan bien.

 

–¿Es eso cierto? –le preguntó su médico.

 

–Es posible... –confesó unos segundos después.

 

Pedro se echó a reír y ese sonido le llegó al corazón, no pudo evitarlo.


 –Es más que posible –agregó su marido.

 

–Mi primera opción en los casos de lesiones en la cabeza, aunque sean pequeñas, es que el paciente se quede al cuidado de su familia, pero el doctor Alfonso ya me ha explicado la situación.

 

–Estoy sola –reconoció ella.

 

–Entonces, creo que solo queda la opción de ir a un centro de atención especializada –le explicó el doctor Marshall–. Hay varios en Seattle.

 

–Me parece la solución perfecta –repuso Pedro.

 

Pero ella no lo tenía tan claro. En Bellingham tendría acceso al instituto y estaría en su casa. No le hacía gracia tener que quedarse una temporada en Seattle, pero vió que no tenía otra opción.

 

–Supongo que sí. Siempre y cuando tenga mi ordenador portátil y acceso a los datos...


 –Pero no creo que vayas a poder concentrarte durante mucho tiempo en el trabajo –le advirtió Pedro–. Si no te lo tomas en serio, puedes sufrir problemas de visión y dolores de cabeza.

 

–Puedo usar un temporizador para limitar mi uso en el ordenador –les ofreció ella.


 –El doctor Alfonso tiene razón, no intentes hacer demasiadas cosas demasiado pronto –le aconsejó su médico–. Debes descansar y recuperarte.

 

No podía imaginarse nada peor, no podía permitírselo cuando el segundo volcán más activo de la zona podría estar a punto de entrar en erupción.

 

–Te vas a morir de aburrimiento –adivinó Pedro.

 

Una vez más, le dió miedo ver lo bien que la conocía. Pero no era el momento para pensar en esas cosas. Como acababan de decirle, tenía suerte de estar viva.


 –Bueno, hay otra opción –le dijo Pedro pocos minutos después.

 

Se miraron a los ojos y ella sintió que la habitación le daba vueltas. Cerró un instante los ojos. Cuando los abrió de nuevo, todo estaba donde tenía que estar y Pedro la miraba con intensidad.


 –¿Cuál?

 

–Ven conmigo a Hood Hamlet –le dijo Pedro.

 

Abrió la boca al oírlo y se quedó sin aliento.

 

–Tengo Internet –continuó Pedro con un guiño–. Te prometo que no te aburrirás.


De eso estaba segura. No iba a poder aburrirse mientras luchaba para proteger su corazón. En el hospital, la gente entraba y salía de su habitación continuamente, no pasaba demasiado tiempo a solas con él. Además, pasaba las noches en un hotel. Pero en su casa... Sabía que sería demasiado peligroso. Trató de hablar, pero no podía. Solo sabía que era mala idea ir a su casa. Prefería ir a un centro de cuidados especiales donde sin duda acabaría muriendo de puro aburrimiento. Era muy complicado tenerlo cerca, le hacía recordar lo bien que habían estado juntos, al menos al principio. No quería que Pedro se convirtiera en su cuidador, no le gustaba ser vulnerable ni estar a la merced de nadie. Temía llegar a sentir dependencia o volver a enamorarse... Creía que él tenía el suficiente poder sobre ella como para romper su corazón en mil pedazos y no podía permitir que eso sucediera. 

Otra Oportunidad: Capítulo 16

 –De acuerdo, a lo mejor «tontería» no es la palabra más adecuada, pero no soy ninguna inválida.

 

–Hay una gran diferencia entre caminar por los pasillos y ser capaz de cuidar de sí mismo. 



–Y esta mañana ha caminado más de la cuenta –intervino Pedro.

 

–Sé que aún queda mucho para que me recupere por completo, pero no necesito una niñera.


El doctor Marshall y Pedro se miraron con complicidad. No le gustó nada ver ese gesto.

 

–Nadie está sugiriendo una niñera. Pero estoy de acuerdo con el doctor. Eres diestra y va a ser muy difícil valerte por tí misma con la mano izquierda. Además, aún hay que vigilar tus heridas. Vas a necesitar ayuda con las cosas de cada día. No puedes trabajar ni conducir.


Supuso que no debería haber esperado que Pedro se pusiera de su lado. Pero aun así, no se arrepentía. Sabía que el divorcio era lo mejor que podían hacer. Creía que la gente siempre acababa por irse de su vida y sabía que él se iría también en cuanto saliera del hospital. El nudo que tenía en el estómago era cada vez más grande. Pero no podía ceder y admitir la derrota. Creía que la necesitaban en el instituto. Sus compañeros habían estado revisando los datos, pero la sismología volcánica era su especialidad. No podía decepcionarlos, contaban con ella. Además, sentía que no tenía nada más en su vida, solo su trabajo.

 

–Nada de eso me importa, me apañaré como pueda y lo lograré. Tengo que volver al trabajo.

 

–¿Vas a jugarte tu salud actual y la futura por tu trabajo? –le preguntó el doctor Marshall.

 

–Si así logro determinar cómo predecir una erupción volcánica, sí. Me merece la pena.

 

Pedro la miró con el ceño fruncido.

 

–Si vuelves al instituto antes de tiempo, no te haces a tí misma ningún favor –le advirtió.


 –Tendré cuidado –le respondió a su marido.

 

–¿En qué consiste tu trabajo, Paula? –le preguntó su médico.

 

–En el análisis de los datos –repuso ella


 –Sí, es verdad, analiza datos después de subir al monte Baker a recogerlos –añadió Pedro–. ¿No es así, doctora Chaves?

 

Pedro sabía de sobra que era cierto y a ella no le gustó que la dejara en evidencia frente a su médico.

 

–Puedo enviar a un equipo de mi departamento para descargar los datos –les dijo Paula.

 

–¿Podrías trabajar desde casa? –le preguntó el doctor Marshall.


 –Sí, supongo que sería una opción. Tengo acceso a Internet en mi casa.

 

–¿Y hay alguien que pueda quedarse contigo en tu piso y atenderte?

 

Pensó en sus compañeros de trabajo. La mayoría estaría dispuesta a llevarle comida o recoger su correo, pero no podía pedirles que se quedaran con ella. Nunca había tenido buenos amigos. Llevaba toda su vida mudándose de un sitio a otro y no había podido desarrollar ese tipo de vínculo con nadie. Solo con Pedro, pero con él no podía contar.

 

–Puedo contratar a alguien –contestó ella mordiéndose el labio inferior.


 –Bueno, supongo que la atención domiciliaria es una posibilidad –le dijo el médico.

 

El problema era el tamaño de su piso. No tenía sitio para nadie más.

 

–Si Paula se queda en Bellingham, nadie le impedirá ir al instituto o subir a la montaña si lo cree necesario –le dijo Pedro al médico.

 

Abrió la boca para llevarle la contraria, pero se detuvo. Sabía que lo que decía era verdad.


 –Sabes que tengo razón –le recordó Pedro. 

viernes, 23 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 15

 Al ver lo ansiosa que estaba por irse de allí, se dió cuenta de que era un tonto al estar disfrutando tanto de ese tiempo juntos. No podía olvidar que ella quería divorciarse.

 

–No, pero estás evolucionando tan bien que seguro que ya lo ha decidido. Pregúntale después.

 

–Sí, lo haré –contesto Paula con esperanza.

 

Dió un paso balanceándose un poco y le rodeó la cintura con el brazopara que no se cayera.

 

–Ten cuidado –le advirtió–. Ha sido un paseo muy largo, será mejor que volvamos ya.

 

Esperaba que Paula le llevara la contraria, pero asintió y lo soltó.


 –Puedo hacerlo yo sola –le dijo.

 

–Lo sé, pero hazme este favor y vayamos de la mano.

 

–Bueno, supongo que es lo menos que puedo hacer después de todo lo que has hecho por  mí.


Creía que Paula le debía mucho y estaba dispuesto a aceptar ese paseo como pago. No quería soltarla y trató de convencerse de que no tenía nada que ver con lo que le gustaba tenerla cerca ni con el aroma floral que lo envolvía. Nada en absoluto.


Esa tarde, Paula se agarró a la manta de hospital y se quedó mirando al doctor Marshall con el ceño fruncido, pensando que debía de haberlo entendido mal. Eso no era lo que esperaba.

 

–¿Qué es un alta condicional? –le preguntó.

 

–No puedo darte un alta normal –le dijo el doctor Marshall–. No puedes cuidar de tí misma. El coordinador de altas y el ortopedista están de acuerdo conmigo.

 

No podía creer que hubiera estado toda la tarde esperando con ilusión para escuchar eso.

 

–Pero... Eso es una tontería.


Cullen los observaba a los dos sin decir nada. 


Se aferró con más fuerza a la manta. No le gustaba estar tan pendiente de Pedro, pero sus sentidos parecían agudizarse cuando estaba él. Se había llegado a preguntar si él sentiría lo mismo, pero había llegado a la conclusión de que no era así.  Se sentía muy decepcionada. Habían compartido paseos de la mano, aunque fuera solo dentro del hospital, y había asumido que Pedro la apoyaría a la hora de conseguir el alta.


 –No es ninguna tontería –replicó el doctor Marshall–. Tienes suerte de estar viva.

 

–Eso es verdad –murmuró Pedro.

 

Ella no se sentía afortunada. Creía que había tenido mala suerte al haber estado en el borde del cráter cuando se produjo la explosión de vapor, algo que no había ocurrido en el monte Baker desde hacía casi cuatro décadas. Y, como consecuencia de ello, estaba atrapada en ese hospital.


Otra Oportunidad: Capítulo 14

 Lo último que Pedro había esperado era convertirse en el compañero de paseos de Paula, pero eso fue lo que sucedió durante los siguientes tres días. Al principio lo hacía de mala gana, pero terminó por disfrutar de esos ratos. Además, había sido su decisión estar allí para ayudarla.  No hablaban del pasado y apenas el futuro, solo lo que tenía que ver con su recuperación. Y otras veces, no decían nada. Le bastaba con estar con ella, apoyándola. Mientras caminaban por el patio interior del hospital, lleno de altos árboles y plantas con flores, Pedro sostuvo la mano de Paula y la miró con una sonrisa de satisfacción.

 

–Mira, has tenido energía suficiente para llegar hasta aquí –le dijo él.

 

–Te lo dije. Y es mucho mejor que andar por los pasillos de mi planta –repuso Paula.

 

Su largo cabello castaño se balanceaba como un péndulo con cada movimiento. Sus heridas y moretones empezaban a desvanecerse.

 

–Estoy deseando poder salir a la calle –susurró Paula.


 –Ya no queda mucho –le dijo él apretando su mano–. Estás un poco más fuerte cada día.


 –Gracias a todos estos paseos.

 

Le habría gustado que le dijera que era gracias a él. No sabía por qué. Suponía que, para Paula, ese tiempo juntos no significaba nada. Lo hacía por su salud, nada más.

 

–El ejercicio puede ser tan importante como un medicamento en la recuperación de un paciente. Lo mismo ocurre con la risa –le dijo él.


 –¡Claro! –repuso ella con ironía–. Por eso te empeñaste anoche en ver esa comedia, ¿No?

 

–Tú también te reíste.

 

–Sí, es verdad –reconoció Paula–. Y también estoy sonriendo ahora. 


–Tienes una sonrisa muy bonita –le dijo él.

 

–Gracias –respondió Paula mirando sus manos–. ¿Crees que podría caminar sola?

 

Pedro se había acostumbrado a pasear con ella de la mano y era muy agradable, pero sabía que era algo a lo que no debía acostumbrarse. Se la soltó de inmediato.

 

–Adelante –la animó.

 

Paula dió un paso con mucho cuidado. Luego otro.  Él cerró la mano al sentir la ausencia de su cálida piel.


 –Me gustan mucho nuestros paseos –le reconoció Paula entonces.

 

–A mí también.

 

Su brillante sonrisa lo dejó sin aliento. Se frotó la cara para tratar de calmarse. Tenía una barba de tres días. Había salido deprisa del hotel y había olvidado afeitarse.


 –Pero tengo que ser sincera, estoy deseando escaparme de este lugar – le confesó Paula.

 

–Lo entiendo. Supongo que te darán pronto el alta –le dijo para animarla.


 –¿Te ha dicho algo el doctor Marshall? 

Otra Oportunidad: Capítulo 13

 Pedro abrió los brazos un poco, como si quisiera ayudarla, pero sin acercarse. Vió que tenía ojeras y supuso que no habría dormido mucho, pero seguía siendo el hombre más guapo que había visto en su vida y eso le molestó. No debía pensar esas cosas de su futuro ex marido y pensó que quizás estuviera así por efecto de los analgésicos.

 

–Ahora estás caminando mejor –le dijo Pedro con entusiasmo.

 

Sin saber por qué, le gustó que se lo dijera.

 

–Deberíais dar un paseo por el pasillo –les sugirió la enfermera–. Necesita algo de ejercicio.

 

Le encantó la idea, estaba deseando salir de esa habitación, pero vió que Pedro apretaba los labios. No parecía agradarle tener que ir a ningún sitio con ella.  No pudo evitar sentirse decepcionada, aunque lo entendía. Ella le había hecho daño al sugerir que se divorciaran y no parecía darse cuenta de que también él la había hecho sufrir al no permitir que lo conociera de verdad. Creía que ese paso había sido una buena idea para evitarles a los dos más sufrimiento en el futuro.

 

–Sí, deberías dar al menos un par de paseos al día –le dijo Pedro.

 

Sabía que lo decía porque era médico, pero ya había hecho demasiado por ella y no podía obligarlo a que la acompañara.

 

–Daré una vuelta por la habitación. Este camisón no está hecho para andar en público. De otro modo, les enseñaré el trasero a toda la planta –les dijo ella.

 

–No creo que nadie se quejara –bromeó Pedro–. Y menos aún Alfredo, el paciente de ochenta y cuatro años que tiene la habitación cerca de aquí.

 

Roxana se echó a reír.


 –Sí, es verdad. Alfredo te lo agradecería. Es un viejo verde –comentó la enfermera–. Y seguro que tampoco te importaría a tí, doctor Alfonso.

 

–Bueno, Paula es mi esposa –repuso Pedro mientras le hacía un guiño a la enfermera.

 

Paula lo miró estupefacta. Legalmente, seguían estando casados, pero sabía que Pedro quería el divorcio tanto como ella. No entendía por qué bromeaba como si todavía estuvieran juntos. Pedro fue al armario y sacó algo de allí.


 –Y como no quiero que ningún otro hombre la mire, le he comprado esto –les anunció.


 Paula no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

 

–¿El qué?

 

Pedro sacó algo naranja de una bolsa.

 

–Esto es para tí.

 

Ella miró la bata con incredulidad.

 

–Espero que el naranja siga siendo tu color favorito –le dijo Pedro.

 

–Lo es –repuso conmovida al ver que lo recordaba–. Muchas... Muchas gracias.

 

Era un detalle inesperado y muy dulce. No pudo evitar sonrojarse.

 

–Así tu trasero estará cubierto y no tendré que pegarme con nadie –le dijo Pedro mientras la ayudaba a ponerse la bata.

 

Metió su brazo izquierdo por la manga y la colgó del hombro derecho. Ya se había sentido agradecida con él al ver que había seguido a su lado en el hospital, pero su compañía era suficiente. No había esperado que le comprara nada y lo de esa bata había sido un detalle precioso.


 –Bueno, ya estás lista.


 Pero no lo estaba. Se sentía mareada y tenía escalofríos por todo el cuerpo, pero creía que no tenía nada que ver con su accidente, sino con el hombre que tenía de pie junto a ella.

 

–Vamos –la alentó Roxana–. Puedes hacerlo. 


Pero Paula no se veía capaz. Pedro extendió el brazo hacia ella y ella aceptó su mano con recelo. Como si no supiera si tocarlo iba a hacerle daño. Entrelazaron sus dedos y sintió un hormigueo por todo el brazo.


 –No permitiré que te caigas –le dijo Pedro con seguridad.

 

Paula sabía que él la sujetaría si su cuerpo se tambaleaba y caía, pero no creía que pudiera hacer nada por salvarla si era su corazón el que volvía a caer en las redes de ese hombre. 

Otra Oportunidad: Capítulo 12

 No conseguía olvidar esas palabras, había sido muy duro superarlo.

 

–Como estabas ocupada, empecé los trámites de nuevo cuando me establecí en Oregón.


 –¡Ah! –repuso ella sin dejar de mirarlo–. De acuerdo. Está bien.

 

Él no sentía que estuviera bien, todo lo contrario. Tenía un nudo en la garganta. Había llegado a planear su futuro juntos. Una casa, mascotas, niños. Pero todo había cambiado.


 –Voy a ver si encuentro a tu médico para que nos diga cuándo te pueden dar el alta.


 –¿Puedo levantarme para ir al baño? –le preguntó Paula antes de que saliera.


Pedro se detuvo, maldiciendo entre dientes. Tenía que ayudar a Paula. Pero lo último que quería era tocarla. Respiró profundamente y la miró por encima del hombro. 


–Sí, pero no puedes hacerlo sola. Avisaré a una enfermera para que venga a ayudarte.


Salió deprisa de la habitación. Necesitaba poner cierta distancia entre Paula y él. Pensaba que era que mejor que fuera una enfermera quien la ayudara y creía que lo mejor que podía hacer era mantener las distancias con ella hasta que le dieran el alta.



 Paula se lavó las manos en el lavabo. Roxana, una enfermera, no se había alejado de su lado.

 

–Después de una operación y con el uso de analgésicos, lo normal es que el cuerpo tarde un tiempo en regularse, pero lo estás haciendo muy bien, Paula –le dijo animada la joven.

 

No pudo evitar sonrojarse. No estaba acostumbrada a que la felicitaran por ir al baño. Al menos Roxana le había dado un poco de intimidad y era mejor que tener que permitir que la ayudara Pedro, aunque sabía que estaba al otro lado de la puerta. «No pienses en él», se dijo. Se secó despacio las manos. Todo lo que hacía le costaba mucho esfuerzo y dolor.

 

–Gracias. No estoy acostumbrada a que mis visitas al baño sean todo un acontecimiento.


 –No te avergüences. Esto no es nada comparado con un parto – respondió Roxana–. En esa situación se pierde toda la vergüenza.


 Paula no podía ni quería imaginarse en esa situación. No tenía intención de volver a casarse y dudaba que llegara a tener hijos. No era como Pedro, creía que él sí sería un buen padre...  Sintió de repente un dolor profundo en su vientre, le costaba respirar. Supuso que sería su incisión en el estómago o tal vez las costillas. Se apoyó en el lavabo.


 –Siéntate en el inodoro –le dijo Roxana.

 

Sonó un golpe en la puerta.

 

–¿Necesitan ayuda? –les preguntó Pedro.


-No, estoy bien –repuso Paula enderezándose.

 

–Volvamos a la cama antes de que el doctor Alfonso me riña por tenerte tanto tiempo en pie. Los maridos médicos son los peores, creen saber qué es lo mejor para sus esposas.


Pensó que quizás fuera así con algunos médicos, pero no con Pedro. Él la miraba como si quisiera salir corriendo de allí y lo entendía. Esa situación era incómoda para los dos. Roxana abrió la puerta del cuarto de baño

 

–Aquí está, doctor Alfonso –anunció la enfermera.

 

Paula salió como pudo del baño. Le costaba mucho dar cada paso. Sentía dolor, opresión en el pecho, náuseas... 

Otra Oportunidad: Capítulo 11

  –No hace falta que vayas, otros pueden analizar los datos. Ahora tienes que recuperarte.

 

–Pero me necesitan. Y son mis sismómetros los que están allí arriba – protestó Paula.

 

–¿Son tuyos?

 

–Bueno, no. Los compramos gracias a una donación, pero los datos... ¿Se ha dañado el equipo?


 –Andrés me dijo que pudieron recuperarlo y están analizando los datos del ordenador portátil. 


–¡Menos mal! ¿Cuándo podré salir de aquí? Creo que podemos utilizar los datos para averiguar lo que va a pasar en el volcán. Si podemos predecir una erupción con éxito, se podrá utilizar el mismo proceso con otros volcanes y salvar muchas vidas.


Le gustaba ver la pasión con la que hablaba de su trabajo. A él le pasaba lo mismo, pero tenía que decirle la verdad.

 

–La conmoción cerebral es una de tus muchas lesiones.

 

Paula se miró a sí misma y se fijó en la escayola del brazo.

 

–Puedo subir al Baker con el brazo en cabestrillo –le aseguró Paula.


 –¿Y qué harías si te resbalaras? Ya es bastante difícil tu trabajo como para hacerlo con una sola mano. Y también has sufrido lesiones internas, como un pulmón colapsado, algunas costillas rotas y contusiones. Por no hablar de que has tenido que pasar por dos operaciones.

 

–¿Dos operaciones?


 –Sí, te han tenido que poner un clavo en el brazo derecho y ya no tienes bazo.


Paula abrió sorprendida la boca, pero no tardó en recuperarse.

 

–Bueno, pero el bazo no es necesario, ¿Verdad?

 

Suspiró con frustración. Lamentaba que Paula no fuera una de esas científicas que trabajaban en un laboratorio del que nunca salían.

 

–Sí, se puede sobrevivir sin él.

 

–¡Qué alivio! –exclamó Paula–. ¿Cuándo podré volver al trabajo? ¿La semana que viene?


 –Eso tendrás que preguntárselo a tu médico.

 

–Pero tú eres médico.


 –Sí, pero no el tuyo.

 

–Pero seguro que tienes una idea aproximada.

 

Paula tenía razón, pero estaba allí para apoyarla, aunque ya no formara parte de su vida. Le había sorprendido descubrir que era su único contacto en caso de emergencia. Recordó que alguna vez le había mencionado a sus padres. Al parecer, ya no formaban parte de su vida.

 

–Tardarás en recuperarte más de lo que crees –le dijo él finalmente.


 –Bueno, supongo que será mejor que se lo pregunte a mi médico.

 

–Y cuando te lo diga... –comenzó él.

 

–Te irás –lo interrumpió Paula.

 

–Sí, pero no hasta que te den el alta.

 

–Gracias por estar aquí –le dijo Paula–. Supongo que he echado a perder tu agenda y tu trabajo.


 –Eso no importa –le aseguró él muy conmovido por sus palabras.

 

Paula lo miró a los ojos con una intensidad que conocía muy bien. Tenía un aspecto magullado y débil, pero la inteligencia y la fuerza brillaban en sus ojos como lo habían hecho siempre.


 –Tu horario y tu agenda son muy importantes, siempre lo han sido –le respondió ella.


 –Sí, pero no quiero que estés sola –le dijo con sinceridad–. Sigues siendo mi esposa.

 

–Por mi culpa, lo sé –susurró ella–. He estado tan ocupada en el instituto que nunca encontraba tiempo para rellenar los papeles del divorcio. Lo siento. Lo haré en cuanto pueda.

 

–No es necesario –le dijo Pedro.

 

–¿Qué quieres decir? –le preguntó Paula.

 

Una parte de él quería vengarse de ella y hacerle tanto daño como le había hecho a él. Recordaba perfectamente sus palabras.

 

–Eres estupendo y serás un marido fantástico para alguna otra mujer, pero sabes que lo de casarnos fue algo impulsivo. Actué precipitadamente y no pensé en lo que sería mejor para tí. Yo no soy esa persona. Te mereces una esposa que pueda darte lo que quieres –le había dicho. 

miércoles, 21 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 10

 –Bebe lentamente –le advirtió él.

 

Paula hizo lo que le pedía.

 

–¿Dónde estoy? –le preguntó después–. ¿Qué ha pasado?

 

Le despertó mucha ternura su ronquera. Agarró el vaso de agua para resistir la tentación de apartarle el pelo de la cara.

 

–Estás en un hospital de Seattle. Hubo una explosión de vapor en el cráter del Baker. Te golpeó una roca y te caíste.

 

–¿Continuó la explosión de vapor durante mucho tiempo? –le preguntó Paula.


 –No –le dijo él–. Pero hablé con Andrés Samson, que me dijo que era tu jefe, y cree que puede ser una señal de que pronto se producirá una erupción más importante.


 Vió cómo fruncía el ceño por debajo de la venda que tenía en la frente.


 –La verdad es que apenas recuerdo nada...

 

–Es normal. Sufriste una conmoción cerebral, pero ya estás mejor.

 

Vió que sus palabras no habían conseguido tranquilizarla, había pánico en sus ojos.


 –No estaba allí arriba sola, estaba con...

 

–Otras dos personas también resultaron heridas, pero ya han sido dadas de alta. Tú te llevaste la peor parte. Caíste a una distancia considerable cuando te golpeó esa roca.


Ya no le resultaba tan difícil pronunciar esas palabras, pero la imagen de Paula cuando la vió por primera vez en el hospital lo perseguía. Se había sentido tan impotente como cuando había tratado de ayudar a Ignacio, que lo culpaba de su adicción a las drogas, y de cuando intentó revivirlo cuandouna sobredosis le produjo un paro cardíaco. Había sido difícil tener que ver cómo otros se encargaban de ayudarla.

 

–Supongo que por eso me siento como si hubiera participado en uncombate de boxeo –le dijo.


Vió que no había perdido su sentido del humor. Eso y su inteligencia habían sido dos de las características más atractivas de Paula. Además de su bello cuerpo.


 –Bebe más –le pidió acercándole la pajita y el vaso.

 

–Ya es suficiente. Gracias –repuso ella después. 


–Te vendrá bien chupar trocitos de hielo para hidratar la garganta. ¿Tienes hambre?


 –No –contestó ella–. ¿Debería tenerla?

 

No parecía la misma mujer fuerte e independiente con la que se había casado. La vulnerabilidad que reflejaban su mirada y su voz hizo que le diera un vuelco el corazón. Le entraron ganas de abrazarla hasta que se sintiera mejor y desapareciera esa incertidumbre de su voz. Pero sabía que no era buena idea tocarla, aunque fuera solo por compasión.


 –Seguro que recuperas pronto el apetito.

 

–Supongo que a mi apetito no le gusta la comida de hospital –le dijo ella sonriendo.


 –Es que tu apetito es muy listo.


Paula sonrió de nuevo y él le devolvió el mismo gesto. Pensó que esa conversación estaba yendo mucho mejor de lo que había imaginado.

 

–Te traeré a escondidas comida de verdad, no te preocupes.

 

–Sé que debo comer, aunque no tenga ganas. Tengo trabajo pendiente en el instituto.


Sus palabras lo dejaron sin aliento y recordó entonces que Paula era, por encima de todo, una científica. El estudio de los volcanes no era un trabajo para ella, sino una pasión. Le habría gustado que pusiera el mismo esfuerzo en sus relaciones personales. Y en él.


Otra Oportunidad: Capítulo 9

Pedro había tomado su mano y había ido hacia la capilla. Olvidó por completo que se había prometido no volver a tomar decisiones arriesgadas. No sopesó las probabilidades ni consideró las consecuencias de casarse con una mujer a la que apenas conocía. No había querido dejarse llevar por el sentido cuando Paula había hecho que se sintiera completo, cuando había pensado que nunca iba a volver a sentirse así. Media hora más tarde, salieron con alianzas a juego y un certificado de matrimonio. No había dejado de lamentarlo desde entonces. Durante las últimas navidades, había sido duro ver tan felices a los amigos con sus parejas. Se había sentido más solo que nunca. Pero seguía casado con esa mujer, por eso estaba allí. Eran marido y mujer hasta que un juez declarara lo contrario. Estaba deseando volver a ser libre y poner su vida en orden.  De lo único que estaba seguro era que no iba a volver a casarse.  Al menos tenía un amigo con el que compartir su situación. Paulson era un solterón empedernido. Pero hasta que el divorcio fuera definitivo, seguía atado a una mujer que no se cansaba nunca de hablar ni de hacerle preguntas, siempre empeñada en descubrir lo que sentía. «Después del divorcio, todo será mejor», se dijo una vez más. Se sentó junta a Paula en la cama. Quería odiarla, pero no podía, no al verla tan frágil.


 –Tienes los labios muy secos.

 

Tomó un tubo de la mesita y le pasó un poco de bálsamo por sus agrietados labios.

 

–¿Mejor?


Mientras ponía de nuevo el tubo en la mesita, le pareció percibir un leve movimiento. La manta se había deslizado. Había movido de nuevo el brazo izquierdo.

 

–¡Paula!

 

Ella parpadeó. Una vez, dos veces. Se abrieron entonces sus ojos y lo miraron.

 

–¿Todavía estás aquí? –le preguntó Paula con sorpresa y alivio a la vez.

 

–Ya te dije que no me iba a ninguna parte.

 

Ella tomó su mano y la apretó.

 

–Pero lo hiciste.


Sintió cómo el calor emanaba del punto donde se unían sus manos y no pudo evitar estremecerse. Suponía que no tardaría en soltarlo, pero no lo hizo. Se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos y las comisuras de sus labios se curvaron en una tímida sonrisa.  Trató de recordar que aquello no era importante, que lo tocaba con cariño y agradecimientos, pero no podía ignorar el hormigueo que sentía por el cuerpo. Era muy agradable. Demasiado.

 

–¿Tienes sed? –le preguntó apartando la mano.

 

–Sí, agua, por favor.

 

Apretó un botón en la cama para levantar la cabecera. Tomó un vaso de agua de la mesita y se lo llevó a la boca. Colocó la pajita sobre su labio inferior para que pudiera beber. A pesar del bálsamo que acababa de aplicarle, sus labios seguían muy secos. No pudo evitar pensar en lo suaves y dulces que sabían cuando la besaba.  Pero sabía que no era el momento para pensar en esas cosas. Porque no iba a haber ningún beso más, por mucho que hubiera disfrutado de ellos en el pasado. 

Otra Oportunidad: Capítulo 8

Quería que esa Paula herida reemplazara en su corazón, o en su cabeza, la imagen que tenía de ella. La de una joven con largo cabello castaño, ojos verdes, una sonrisa deslumbrante y una risa contagiosa. No había podido librarse tampoco del recuerdo de sus besos ardientes y las noches apasionadas que habían compartido. Al principio había sido muy excitante, pero no había tardado en arrepentirse. No tenía siquiera la excusa de haber estado borracho cuando se casaron en Las Vegas. Había estado de algún modo embriagado, pero de ella, no de alcohol. Había tratado de olvidarla, pero pensaba continuamente en ella. Creía que todo se solucionaría cuando por fin fuera oficial su divorcio. Vió que la mano izquierda de Paula se había deslizado y volvió a colocársela con cuidado sobre el colchón. Su piel estaba fría. Tiró de la manta y la arropó, para que no se enfriara más.  Ella no se movió. Estaba inerte, durmiendo plácidamente. Nunca habría imaginado tener que usar palabras como esas para describirla. Paula era apasionada, impulsiva y aventurera. El silencio en esa habitación fue lo que lo empujó a pasar a la acción. No bastaba con mirarla, no era bueno que durmiera tanto. Tenía que hacer algo.


 –Es hora de despertarse, Chica Volcán –le dijo.

 

Se le hizo un nudo al usar su apodo. Le había gustado bromear a costa de su trabajo como vulcanóloga hasta que se dió cuenta de que amaba esas rocas fundidas más que a él.


 –Despierta –intentó de nuevo.

 

Pero Paula no se movió. No era de extrañar, estaba tomando calmantes muy fuertes.

 

–He estado pensando mucho en tí –le dijo.


Era difícil hablarle, no sabía qué decir. Se sentía muy resentido y decidió concentrarse en el principio de su relación, en la parte bonita.


 –¿Recuerdas esa primera noche en Las Vegas? Querías que nos hiciéramos una foto frente a las máquinas tragaperras y lo conseguimos, pero nos echaron del casino. Tus bonitos ojos verdes estaban llenos de picardía. Te gustaban mucho esas travesuras...


Paula había conseguido hechizarlo y transportarlo a una época de su vida llena de libertad y diversión, como cuando Ignacio y él habían sido dos jóvenes impulsivos y temerarios.


 –Y entonces me besaste.


Paula había conseguido cambiar en un instante todos sus planes. A partir de ese momento, no había sido capaz de pensar con claridad. Y no le había importado. Había sido una aventura. 


–Fue la noche siguiente cuando pasamos junto a la capilla "Felices Para Siempre". Me retaste riendo a que entráramos e hiciéramos por fin oficial nuestra relación.

 

Paula le había dicho que así él no iba a poder olvidarse de ella cuando regresara a Seattle y que tampoco podría dejarla plantada en el altar después de años de relación y muchos meses planeando su gran boda. Pedro le había prometido que nunca podría dejarla de esa manera. Y el cariño que había visto en los ojos de ella le impidió pensar con claridad. Por primera vez desde que su hermano Ignacio se metiera en las drogas, él se había sentido completo de nuevo, como si hubiera encontrado en ella la pieza que le faltaba desde la muerte de su hermano gemelo.

 

–No podía dejar que te escaparas –le dijo entonces. 

Otra Oportunidad: Capítulo 7

 De repente, el temor se disipó y también el dolor. Se preguntó si Pedro le habría quitado la roca que había estado sintiendo sobre su pecho. Recordó lo bien que solía cuidar de ella. Lamentó que no hubiera sido también capaz de amarla como ella necesitaba ser querida.  Se sintió de repente como si flotara, como si fuera un globo lleno de helio. Subía hacia arriba, hacia las nubes blancas. Pero no quería irse todavía, no hasta que...


 –Pedro... –murmuró.

 

–Estoy aquí, Paula –le dijo al oído–. No me voy a ninguna parte, te lo prometo.

 

«Me lo promete», se dijo. También se habían prometido amarse y respetarse hasta que la muerte los separara, pero Pedro la había dejado poco a poco, dedicándose por completo a un trabajo que lo consumía. Le había parecido un hombre muy estable que la apoyaba en todo, pero había resultado ser un marido cerrado que no expresaba nunca sus sentimientos. Aun así, habían compartido momentos maravillosos. Habían vivido en Seattle un año lleno de excursiones, risas y amor. Pero al final, nada de eso había importado. Ella había mencionado la posibilidad de divorciarse como una excusa para que hablaran de su matrimonio. Pero Pedro se había limitado a decirle que le parecía buena idea y que se arrepentía de haberse casado de manera apresurada con ella. No había querido luchar por su relación y había sido el primero en abandonar el barco.  Por eso no podía creer que Pedro le acabara de prometer que iba a quedarse a su lado. Sabía que al final se iría de nuevo, dejándola sola con los recuerdos y una alianza de oro.  Y saber que iba a ocurrir le producía un dolor mucho más profundo y desgarrador que cualquier dolor físico que pudiera sentir en su cuerpo. Una parte de ella deseaba que permaneciera a su lado. Había soñado con que su boda hubiera sido algo más que unas palabras que intercambiaron frente a un tipo vestido como Elvis Presley. Una parte de ella deseaba que hubiera habido amor verdadero entre ellos. Pero se había dado cuenta de que era mejor no soñar con imposibles. Nada duraba y nadie se quedaba a su lado, aunque prometieran hacerlo. 



Pedro había perdido la noción del tiempo sentado al lado de Paula en el hospital. Sus amigos de Hood Hamlet habían estado pendientes de él en todo momento, con llamadas y mensajes. Su familia se había ofrecido a ir, pero él les había dicho que no era necesario. Creía que no necesitaban más dolor en sus vidas.  Esa pequeña habitación se había convertido en su mundo. Solo salía para bajar a la cafetería y para pasar unas horas cada noche en un hotel cercano. Su mundo giraba en torno a esa mujer. Todo era muy raro. Seguía casado con ella, pero había dejado de ser su esposa hacía ya casi un año. En Hood Hamlet, no le había hablado de ella a nadie, al menos hasta el accidente. Se levantó de la silla. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan inquieto.  No sabía por qué. Paula ya no estaba tan grave. Los antibióticos habían logrado curar una infección inesperada y ya no tenía fiebre. Le habían retirado la sonda nasogástrica de la nariz y los cortes que tenía empezaban a cicatrizar, igual que las incisiones de las operaciones. Incluso la lesión que tenía en la cabeza había ido a menos.  Le daba la impresión de que lo que había pasado era una señal de que debían hablar y aclarar las cosas. Quería poder cerrar ese capítulo en su vida.  La mujer que yacía en la cama de ese hospital no se parecía en nada a la bella escaladora que había conocido en el Red Rock, un festival anual de escalada que se celebraba cerca de Las Vegas, donde se habían casado dos días después. 

Otra Oportunidad: Capítulo 6

 Pero no podía abrir los párpados. Trató de mover los dedos bajo la mano de Pedro, pero no podía. Trató de hablar, pero le fue imposible. Aun así, se sintió mejor al saber que estaba allí con ella. Tenía que decírselo, quería que él supiera lo mucho que... Pero, de repente, recobró el sentido común y se dió cuenta de que Pedro no debería estar allí. Él había estado de acuerdo con que el divorcio era la mejor opción. Ya no vivían en la misma ciudad, ni siquiera en el mismo estado. No entendía por qué estaba allí. Paula trató de mover los labios, pero no salió ningún sonido.

 

–Mire –le dijo Pedro a alguien–. Se está despertando.

 

–Estaba equivocado, doctor Alfonso –contestó la otra persona–. Parece muy buena señal.

 

–Paula.


Le sorprendió la ansiedad y la preocupación que notó en la voz de Pedro. No lo entendía. Quería pensar que, aunque su matrimonio había fracasado, quizás el tiempo que habían pasado juntos no había sido tan malo como para que él se olvidara de todo.  Necesitaba abrir los ojos para verlo y decirle que... Usó todas sus fuerzas y apareció una rendija de luz. Era muy brillante, demasiado. Cerró los ojos de nuevo. Empezó a dolerle aún más la cabeza.


 –Está bien, Paula. Estoy aquí –le dijo Pedro–. No voy a irme.

 

Pero sabía que no era cierto, Pedro la había dejado. En cuanto hablaron de divorcio, él se había ido de su piso en Seattle. Y, cuando terminó sus prácticas en el hospital, se mudó a Hood Hamlet, en Oregón. Ella había terminado su doctorado en la Universidad de Washington y aceptó después un puesto de postdoctorado con el Instituto Volcánico del monte Baker. Recordó que había estado desarrollando un programa para instalar sismómetros adicionales en ese monte. Había estado tratando de determinar si el magma subía por el interior y había necesitado más datos. Para obtener la información, tenía que subir al volcán y excavar los sismómetros para recuperar los datos. No habría tenido sentido instalar sondas que proporcionaran datos telemétricos porque eran caras y no iban a aguantar las duras condiciones cerca del cráter del volcán.  Había estado cerca del cráter para descargar los datos de los aparatos de medición a su ordenador portátil y enterrar de nuevo el sismómetro. Lo había hecho. Eso era al menos lo que recordaba. Se había producido una explosión y el aire olía a azufre, apenas podía respirar. No recordaba si le había dado tiempo a recuperar los datos o no.  Oyó más pitidos y otras máquinas a su alrededor. Tenía la mente en blanco. El dolor se intensificó, era como si alguien hubiera subido el volumen de un televisor y no pudiera bajarlo.


 –Paula –le dijo él–. Trata de relajarte.

 

Pero no podía hacerlo, tenía demasiadas preguntas.

 

–Tienes mucho dolor –adivinó Pedro.

 

Asintió con la cabeza. Le costaba respirar. Era como si una roca gigante presionara su pecho.

 

–¡Doctor Marshall!


 La urgencia en la voz de Pedro no hizo sino intranquilizarla más aún. Necesitaba aire.


 –Estoy en ello, doctor Alfonso –repuso el otro hombre.

 

Algo zumbó. Oyó pasos y otras personas a su alrededor. Movieron su cama. Había otras voces, pero no podía oír lo que decían. Abrió la boca para respirar, pero apenas le llegaba oxígeno. 

lunes, 19 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 5

 «¿Dónde estoy?», se preguntó Paula Chaves. Quería abrir los ojos, pero le daba la impresión de que tenía los párpados pegados. Por mucho que lo intentara, no podía abrirlos. No entendía qué le estaba pasando. Sintió un fuerte dolor y tardó un minuto o más en darse cuenta de que era la cabeza lo que le dolía. Notó poco después que, aunque el dolor en la cabeza era el más intenso, le dolía todo.  Pero era un dolor lejano, como si no fuera del todo suyo. Había sufrido dolores peores.  Sintió frío por todo el cuerpo y de pronto, mucho calor. Y el aire olía diferente. Sabía que debía estar imaginándolo, pero le daba la impresión de que tenía algo metido en la nariz. Oyó de repente un pitido electrónico. No reconoció el sonido, pero ese ritmo constante le dió más sueño aún. Decidió que no había motivo alguno para abrir los ojos. No cuando lo que quería era volver a dormirse.


 –Paula.

 

La voz del hombre atravesó la espesa neblina que rodeaba a su mente. Le sonaba de algo, pero no sabía de qué. No le extrañó. Después de todo, no tenía ni idea de dónde estaba, por qué estaba tan oscuro ni de dónde salía ese pitido. Tenía muchas preguntas. Abrió los labios para hablar, para preguntar qué pasaba, pero no le salieron las palabras. Solo un sonido ahogado escapó de su seca garganta. Necesitaba agua.

 

–Está bien, Paula –le dijo alguien en un tono tranquilizador–. Te vas a poner bien.


 Le alegró que ese hombre lo creyera, ella no estaba segura de nada. No entendía qué podía haberle pasado. Recordó entonces que las nubes se habían estado moviendo y que un ruido horrible llenó el aire. Hubo una explosión y el terreno se agrietó. Se estremeció cuando recordó el estruendo.  Sintió que una gran mano cubría la de ella. Era una mano cálida y le resultaba tan familiar como la voz. Se preguntó si sería la misma persona. No tenía ni idea, pero la caricia consiguió tranquilizarla. Esperaba poder volver a dormirse. 


–Su pulso ha incrementado –dijo el hombre con preocupación–. Y ha separado los labios. Se ha despertado.

 

Alguien le tocó la frente. No era la misma persona que seguía sin soltarle la mano. Esa tenía la piel lisa y fría.

 

–Yo no veo ningún cambio –dijo otro hombre–. Lleva aquí mucho tiempo. Tómese un descanso. Vaya a comer fuera del hospital y duerma en una cama de verdad. Lo llamaremos si hay algún cambio.


Pero el primer hombre no soltó su mano e incluso la apretó ligeramente.


 –No, no voy a dejar a mi esposa.

 

Esposa. La palabra se filtró en su mente hasta que la entendió. Se le vino entonces una imagen a la cabeza. La de sus ojos, tan azules como el cielo. Había hecho que se sintiera como la única mujer en el mundo. No sonreía a menudo. Pero, cuando lo hacía, era una sonrisa generosa que le calentaba el corazón y le había hecho creer que el suyo podía ser un amor para toda la vida. Pensó en su hermoso rostro, en sus fuertes pómulos, su nariz recta y en el hoyuelo que tenía en la barbilla. Esa cara había estado en todos sus sueños hasta un año antes. Pedro...  Estaba allí y sintió que una oleada de calor recorría su cuerpo. Había ido a buscarla. Necesitaba abrir los ojos y verlo para asegurarse de que no estaba soñando. 

Otra Oportunidad: Capítulo 4

 Estaba ingresada en uno de los mejores centros del noroeste del país. Pedro parpadeó y tragó saliva. Tenía que calmarse y tomar una decisión. Él vivía en Hood Hamlet y sabía que Paula recibiría el mejor tratamiento posible en ese hospital, pero tenía que asegurarse de que era la atención adecuada. Pensó que era un alivio que Seattle estuviera solo a cuatro horas en coche. Se puso de pie. Estaba cansado, pero tenía que ir.

 

–Voy para allá –les dijo.


 –Espera, no tan rápido –le dijo Hughes–. Nos han estado informando. Paula está en el quirófano de nuevo.

 

Apretó con fuerza los puños al oírlo. No le parecía buena señal que ya la hubieran operado más de una vez. Esa cirugía podía significar cualquier cosa. A lo mejor trataban de aliviar la presión sobre el cerebro. Sabía que los volcanes no eran lugares seguros. Ser vulcanóloga había puesto a Paula en peligro en más de una ocasión, pero hasta entonces se había limitado a tener algún golpe o contusión. Pero eso...  Pedro se pasó la mano por el pelo. Recordó que era médico y que tenía que controlarse.


 –¿Les han dado ya algún pronóstico? ¿Qué es exactamente lo que tiene?

 

Hughes tocó el hombro de Pedro con la compasión de un amigo.


 –Está en estado crítico –le dijo su compañero.

 

No podía creer que, mientras él había estado en la montaña salvando una vida, Paula había estado luchando por la suya. Estaba muerto de miedo y sintió cierta culpabilidad, algo que le resultaba muy familiar. No había sido capaz de ayudar a Ignacio, pero necesitaba estar al lado de Paula y ayudarla al menos a ella. Se dió cuenta de que no podía perder más tiempo. Paula necesitaba a alguien con ella.

 

–Tengo que irme a Seattle –les dijo mientras agarraba su mochila.

 

–Manuel Gearhart tiene un avión y Porter ya está hablando con él para arreglarlo todo. Te llevaré en tu coche a casa para que te cambies y hagas la maleta. ¿De acuerdo?

 

Abrió la boca para protestar. Llevaba poco tiempo viviendo en Hood Hamlet. De vez en cuando, se tomaba alguna cerveza y veía los partidos con esos hombres, pero no confiaba más que en sí mismo y no le gustaba pedir ayuda. Se tragó sus palabras y decidió aceptar lo que le ofrecían de manera tan generosa.

 

–Gracias –les dijo.

 

–Para eso estamos los amigos –repuso Hughes–. Venga, vámonos.

 

Pedro asintió con la cabeza mientras Paulson recogía su equipo e iba tras ellos.


 –Entonces, ¿Quién es Paula? ¿Un familiar? ¿Tu hermana? –le preguntó el hombre.


 –No –dijo Pedro–. Paula es mi esposa. 

Otra Oportunidad: Capítulo 3

 –Hughes debe de estar aún afuera, hablando con los periodistas –le contestó Paulson.


 A Pedro no le gustaban demasiado los medios de comunicación, que trataban siempre de dramatizar las misiones de rescate en el monte Hood para hacerlas más atractivas.


 –Bueno, mejor que se encargue Hughes de eso –comentó Pedro tomando una galleta.


 –Ya verás cuando se entere la prensa de que bajaste por la grieta para atender a ese hombre.

 

–¿Y si les decimos que fuiste tú? –le planteó Pedro.

 

–Me parece bien –le dijo Paulson–. Sobre todo si la periodista rubia del Canal Nueve quiere hablar conmigo.


 Pedro dio otro mordisco a la galleta. Supuso que las habría hecho Leticia Porter. Su marido, Juan, también había participado en la misión y era el dueño de la compañía cervecera local y del bar. En esos momentos, nada le apetecía más que tomarse una pinta de la cerveza dorada de Porter con sus amigos.


 El agente de policía Benjamín Townsend se acercó a su mesa y también lo hizo Daniel Hughes. Vió que parecían preocupados. Se quedó sin aliento al pensar que iban a decirle que el escalador había muerto o que estaba mucho peor. Era un hombre joven, casado y con dos niños.


 –Hola, doctor –le dijo Benjamín–. ¿Tienes el teléfono móvil apagado?

 

–Me he quedado sin batería –repuso Pedro–. Y por aquí no hay muchos lugares para recargar.

 

–El caso es que hemos estado tratando de localizarte –le dijo Benjamín.

 

A Pedro se le hizo un nudo en la garganta.

 

–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?


 –Se trata de Paula Chaves. Han encontrado tu nombre como persona de contacto en caso de emergencia.

 

Al oír su nombre, se quedó sin aliento y tiró la taza de café al suelo.

 

–No te preocupes, yo lo limpio –le dijo Paulson tomando rápidamente un puñado de servilletas.

 

Pedro se puso en pie y miró al policía.


 –¿Qué le ha pasado a Paula? 


–Ha habido un accidente en el monte Baker –le dijo Townsend.


 –¿Un accidente? –preguntó Pedro.

 

–Aún no tenemos muchos detalles, pero parece que Paula estaba en el cráter cuando se produjo una explosión de vapor. La golpeó una roca y cayó desde bastante altura.


 Se quedó sin aliento y sintió que se estremecía. Ni siquiera veía con claridad. Hughes lo sujetó por el brazo para evitar que se cayera.

 

–Tranquilo, respira hondo –le dijo Paulson.

 

Sintió que lo sentaban de nuevo en la silla. No podía creerlo. «Paula... Por favor, Señor. No, ella no», se dijo a modo de oración. Sus emociones se arremolinaban en su interior. Estaba muerto de miedo. Pensó en su hermano gemelo, Ignacio. Los recuerdos llenaron su cabeza y sintió que se mareaba.


 –¿Está...? –preguntó con voz temblorosa.

 

No entendía qué le ocurría. Después de todo, era médico. La muerte era algo con lo que convivía a diario en el hospital. Pero en ese momento, ni siquiera se atrevía a decir la palabra.  Benjamín se inclinó hacia adelante y lo miró a los ojos.

 

–Paula está en un hospital de Seattle –le dijo.

 

No estaba muerta...Sintió que se le quitaba un inmenso peso de encima y se le llenaron de lágrimas los ojos. Llevaba meses sin verla. Su intención había sido salir de la vida de Paula y seguir su camino, pero nunca había querido que le pasara nada malo. 

Otra Oportunidad: Capítulo 2

 –Me he limitado a hacer mi trabajo.

 

–Sí, pero en vez de en un quirófano, dentro de una grieta en la montaña –le recordó Paulson mientras levantaba su taza–. A la primera ronda en el bar invito yo.


 Después del día que habían tenido, le apetecía mucho tomarse una cerveza con todos ellos.


 –De acuerdo –repuso Pedro.

 

–¿Quieres algo más? –le pregunto Gabriela, la bella esposa de Daniel Hughes, el jefe del grupo.

 

–No, gracias –le dijo él mientras dejaba que el calor de la taza de café calentara sus frías manos.


 –Bueno, dime si quieres más café –le ofreció Gabriela con una gran sonrisa–. He oído que hoy has sido un verdadero héroe allí arriba. 


Se sintió incómodo al oírlo. Muchos creían que el rescate en alta montaña era una temeridad, pero era todo lo contrario. La seguridad era siempre una prioridad para ellos.

 

–Solo he hecho mi trabajo, nada más –repitió Pedro.

 

–Daniel tampoco se ve como un héroe, pero lo son. Lo que hacen es un trabajo de héroes.


 –¿A que sí? –intervino Paulson–. Por eso ligamos tanto –añadió con un guiño–. Esta noche conseguiremos tantos teléfonos que vamos a necesitar más memoria en nuestros móviles.

 

El bombero Paulson era un mujeriego. Él, en cambio, no lo era. Había estado viviendo como un monje, pero eso estaba a punto de cambiar. Hasta entonces... Se quedó mirando el café, tratando de no perderse en sus recuerdos. Si salía alguna noche era para tomarse una cerveza y comer una hamburguesa, nada más. El resto no le interesaba lo más mínimo. La única mujer que quería no deseaba estar con él y se había dado cuenta de que había llegado el momento de seguir adelante con su vida.

 

–No me necesitas para conseguir todos esos números de teléfono.

 

–Es verdad –asintió Paulson–. Pero piensa en lo bien que lo pasaremos juntos.


 –Uno de estos días vas a tener que crecer y darte cuenta de que las mujeres no están en este planeta para tu disfrute –le advirtió Gabriela.

 

–No creo que llegue ese día –repuso Paulson con una gran sonrisa.

 

–Es una lástima, porque el amor puede conquistarlo todo.

 

–El amor es una porquería –espetó Paulson.

 

Pedro había estado a punto de decir lo mismo.


 –A veces –reconoció Gabriela–. Pero otras veces es pura magia.

 

«Sí, claro», se dijo Pedro tomando otro sorbo de café. Creía que el amor no hacía otra cosa que llenar la vida de uno de problemas y dolor. Se terminó el café y Gabriela le sirvió otra taza. Llegaron más miembros del equipo de rescate a la cafetería. También entró un hombre que les hizo fotos.


 –¿Por qué están tardando tanto? –preguntó Pedro mirando su reloj. 

Otra Oportunidad: Capítulo 1

 El doctor Pedro Alfonso entró lentamente en el hostal East Day. Tenía los pies doloridos y estaba deseando quitarse las botas de escalada. Después de dos agotadores días en el monte Hood, le dolían todos los músculos del cuerpo. Pero creía que había merecido la pena, habían conseguido rescatar a un escalador. Le llegó el aroma a café recién hecho y se le hizo la boca agua. Tenía hambre. Sabía que un poco de cafeína le vendría muy bien para poder aguantar la reunión posterior al rescate y el viaje de vuelta a casa, en Hood Hamlet. Vió a sus compañeros del grupo de búsqueda y rescate de Montaña de Oregón. Estaban sentados alrededor de una mesa de la cafetería. Todos tenían tazas de café frente a ellos. Sus mochilas, cascos y chalecos estaban esparcidos por el suelo.

 

«Ya casi estoy allí», se dijo para animarse. Tenía muchas ganas de quitarse la mochila y sentarse, aunque solo fuera durante el tiempo que durara la reunión. Pasó junto a un grupo de adolescentes, estudiantes de esquí que se reían y bebían chocolate caliente. Unas horas antes, la vida había sido algo muy frágil, metida en una camilla de rescate que colgaba con unos cables de un helicóptero. Pero se dio cuenta de que allí abajo, todo había continuado como de costumbre, como si no pasara nada. Él prefería estar arriba, en la montaña. No porque le gustara especialmente el peligro o la adrenalina. Era cuidadoso y solo se arriesgaba para ayudar a los demás y salvar vidas.  Vivía de manera muy simple en Hood Hamlet, una pintoresca aldea de inspiración alpina. El trabajo y la montaña eran lo más importante en su vida. Algunas veces, eran suficiente motivación. Otras veces, se sentía solo y vacío.  Pero en días como ese, recordaba por qué hacía lo que hacía, tanto como médico como socorrista voluntario. Sentía una gran satisfacción.


La misión había sido un éxito y creía que no había nada mejor que eso. Y, teniendo en cuenta la distancia de la caída y las graves lesiones del escalador, creía que había sido un milagro. No uno de Navidad, porque era mayo, pero igualmente asombroso y mágico. Aunque era médico y más dado a la ciencia que a esas cosas, el año que había pasado en ese pueblo le había abierto la mente. Se había dado cuenta de que había cosas para las que no había una explicación científica. A veces, los pacientes desafiaban su diagnóstico y conseguían recuperarse sin que él pudiera explicar cómo lo habían conseguido.  En cuanto llegó a la mesa, se quitó la mochila y sintió un alivio casi instantáneo. La dejó caer al suelo con gran estruendo y todos lo miraron sobresaltados, pero ya no le importaba nada. A pesar del cansancio que sentía, creía que nada podría arruinar ese día.

 

–Buen trabajo allí arriba, doctor –le dijo Javier Paulson mientras le ofrecía una taza de café.

 

Era otro voluntario del grupo de rescate.


 –Has conseguido salvarle la vida a ese hombre –añadió.


Pedro se agachó para aflojarse las botas. Le incomodaba que otras personas halagaran su trabajo, sobre todo si se trataba de un hombre, como Javier, que era socorrista de montaña. No quería esas alabanzas. El resultado de su trabajo, poder salvar vidas, era pago suficiente.