lunes, 19 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 1

 El doctor Pedro Alfonso entró lentamente en el hostal East Day. Tenía los pies doloridos y estaba deseando quitarse las botas de escalada. Después de dos agotadores días en el monte Hood, le dolían todos los músculos del cuerpo. Pero creía que había merecido la pena, habían conseguido rescatar a un escalador. Le llegó el aroma a café recién hecho y se le hizo la boca agua. Tenía hambre. Sabía que un poco de cafeína le vendría muy bien para poder aguantar la reunión posterior al rescate y el viaje de vuelta a casa, en Hood Hamlet. Vió a sus compañeros del grupo de búsqueda y rescate de Montaña de Oregón. Estaban sentados alrededor de una mesa de la cafetería. Todos tenían tazas de café frente a ellos. Sus mochilas, cascos y chalecos estaban esparcidos por el suelo.

 

«Ya casi estoy allí», se dijo para animarse. Tenía muchas ganas de quitarse la mochila y sentarse, aunque solo fuera durante el tiempo que durara la reunión. Pasó junto a un grupo de adolescentes, estudiantes de esquí que se reían y bebían chocolate caliente. Unas horas antes, la vida había sido algo muy frágil, metida en una camilla de rescate que colgaba con unos cables de un helicóptero. Pero se dio cuenta de que allí abajo, todo había continuado como de costumbre, como si no pasara nada. Él prefería estar arriba, en la montaña. No porque le gustara especialmente el peligro o la adrenalina. Era cuidadoso y solo se arriesgaba para ayudar a los demás y salvar vidas.  Vivía de manera muy simple en Hood Hamlet, una pintoresca aldea de inspiración alpina. El trabajo y la montaña eran lo más importante en su vida. Algunas veces, eran suficiente motivación. Otras veces, se sentía solo y vacío.  Pero en días como ese, recordaba por qué hacía lo que hacía, tanto como médico como socorrista voluntario. Sentía una gran satisfacción.


La misión había sido un éxito y creía que no había nada mejor que eso. Y, teniendo en cuenta la distancia de la caída y las graves lesiones del escalador, creía que había sido un milagro. No uno de Navidad, porque era mayo, pero igualmente asombroso y mágico. Aunque era médico y más dado a la ciencia que a esas cosas, el año que había pasado en ese pueblo le había abierto la mente. Se había dado cuenta de que había cosas para las que no había una explicación científica. A veces, los pacientes desafiaban su diagnóstico y conseguían recuperarse sin que él pudiera explicar cómo lo habían conseguido.  En cuanto llegó a la mesa, se quitó la mochila y sintió un alivio casi instantáneo. La dejó caer al suelo con gran estruendo y todos lo miraron sobresaltados, pero ya no le importaba nada. A pesar del cansancio que sentía, creía que nada podría arruinar ese día.

 

–Buen trabajo allí arriba, doctor –le dijo Javier Paulson mientras le ofrecía una taza de café.

 

Era otro voluntario del grupo de rescate.


 –Has conseguido salvarle la vida a ese hombre –añadió.


Pedro se agachó para aflojarse las botas. Le incomodaba que otras personas halagaran su trabajo, sobre todo si se trataba de un hombre, como Javier, que era socorrista de montaña. No quería esas alabanzas. El resultado de su trabajo, poder salvar vidas, era pago suficiente. 

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