miércoles, 14 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 61

 Por fin había llegado a su destino. Lo que nunca había imaginado era que su destino final, donde conseguiría encontrar la calma necesaria para sentirse pleno, no sería un lugar, sino una persona. Paula. Ella dejó de bailar y lo miró, justo en el momento en que él empezaba a darse cuenta de la situación. Pedro tenía que continuar avanzando. Porque Pedro Alfonso siempre avanzaba en lugar de escapar. Eso era de cobardes. Paula comenzó a correr hacia él y tuvo que esforzarse para no moverse. A medida que se acercaba, vio que una sonrisa iluminaba su rostro. Justo antes de llegar a su lado, ella hizo una voltereta lateral, con mucha elegancia, y se detuvo frente a él.


—¡Lo he conseguido, Pedro! ¡Lo he conseguido!


Él deseaba sonreír, pero apretó los dientes para que no le castañetearan.


—Sí, lo has conseguido.


—¡Tenías razón, Pedro! No hay nada parecido a esto. ¡Me siento viva! —sonrió y negó con la cabeza—. Gracias. Gracias por ofrecerme este regalo… 


Dió un paso adelante y le acarició la mejilla. Pedro dejó de respirar. Y entonces, ella lo besó en los labios, mostrándole su gratitud y mucho más. Al cabo de un momento, lo besó de nuevo, porque una vez no era suficiente. Pero Pedro le retiró la mano y separó el rostro de sus labios.


—Paula…


Ella apoyó la frente sobre su hombro y cerró los ojos. Las gotas de lluvia caían sobre su rostro. Estaba preciosa. De pronto, Pedro encontró el motivo. Un buen motivo. Uno que haría que marcharse se convirtiera en lo correcto, y no en lo equivocado. Sabía que uno podía volverse muy egoísta con la belleza. Él mismo había deseado ir a ver a Paula la noche anterior, aunque eso hubiese significado privarla de la oportunidad de descubrir si podía sobrevivir sola en la isla. Si hubiera seguido su instinto, ella no habría podido sentir lo que sentía en ese momento, ni lo miraría como si estuviera a punto de estallar de felicidad. Él había estado a punto de anteponer su deseo por delante de ella. Ni siquiera era capaz de prometer que no le volvería a pasar. ¿Cómo podía evitar el deseo de limitarla, atándola a él? No era algo bueno. No era lo que ella necesitaba. Ella ya había estado muy limitada durante toda su vida. Necesitaba tener la oportunidad de abrir las alas y volar, de ver si podía estar sola. Él no podía quitarle esa oportunidad. Aun así, no pudo resistirse y la besó de forma apasionada. Y con su beso dijo mucho más de lo que quería decir. Ella sonrió contra sus labios y lo miró a los ojos. «No. No me mires así, como si por mí pudieses abandonar toda la libertad que acabas de ganar. No me lo merezco. Ni siquiera soy lo bastante hombre como para desearlo». Pedro dió un paso atrás.


—No puedo hacerlo —le dijo—. No puedo ser lo que tú quieres que sea.


Ella lo miró a los ojos y dijo:


—Creo que te quiero. 

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