miércoles, 7 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 49

 Paula no hizo nada. Y tampoco dijo nada. Quizá eso significaba que seguía siendo una cobarde. Solo le quedaban un par de noches y el tiempo pasaba deprisa. Estaba al final de la playa buscando comida, tal y como le había pedido Pedro. Estaba lo bastante lejos como para darse la vuelta con tranquilidad y ver que él estaba junto a la cabaña. Ella suspiró y miró hacia el océano. Pedro le había pedido que llevara algo comestible. Paula había recogido algunas algas. Junto a ellas había encontrado una caracola y decidió mirar si contenía algo en ella. Dejó las algas sobre la arena mojada y agarró la caracola. Pesaba mucho y cuando la levantó descubrió que estaba vacía. Tenía un bonito color rosa brillante. Igual que ella, bonita por fuera y vacía por dentro. Había planeado cómo decirle a Pedro que se sentía atraída por él, y no había sido capaz de hacerlo. Lo había ensayado montones de veces, pero cuando se le presentaba la oportunidad, dejaba pasar el momento. Dejó la caracola en el agua y regresó con las algas hacia el campamento para mostrárselas a él.


—Estupendo —dijo él—. ¿Quieres ayudarme a preparar la comida?


Ella asintió y ambos trabajaron en silencio, pasándose los utensilios y turnándose para vigilar el pescado que estaba asándose en un palo. Formaban un buen equipo y solo pronunciaban las palabras necesarias para realizar los trabajos con éxito. El resto, lo mantenían guardado bien adentro. Y a pesar de que las cámaras y los micrófonos eran muy sensibles, Paula agradecía que no hubieran inventado un aparato que pudiera captar lo que sucedía entre Pedro y ella. Habían llegado a un punto en el que ni siquiera tenían que mirarse a los ojos para percibirlo. Estaba presente en todo momento. No solo se trataba de una atracción física, también de una sensación de plenitud y de una implicación profunda. Y ella sabía que no era la única que lo sentía.  Por primera vez en su vida, sentía no solo que había cumplido con las expectativas de otra persona, sino que las había superado. Y era una sensación muy agradable. El ambiente era opresivo. Incluso bajo la densa vegetación del interior de la isla, Pedro no necesitaba mirar al cielo para saber que se habíanublado.


—Tenemos que irnos —gritó, momentos antes de que se oyera un fuerte trueno en el mar.


El equipo permaneció en silencio y aceleró el paso. Simón llamó a la lancha por teléfono satélite. Tardarían quince minutos en llegar a la playa y, si la tormenta era muy fuerte, el equipo tendría que marcharse rápidamente. Podía llover durante horas y quedaba poco tiempo para la puesta de sol. Además, no había forma de que los cinco pudieran refugiarse en la cabaña. Si el equipo se quedaba, alguien tendría que mojarse y, probablemente, fuera él. 

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