viernes, 2 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 36

 Paula nunca había imaginado que una condena podía ser tan dulce. A pesar del esfuerzo físico que se requería únicamente para sobrevivir en aquella isla, por las noches intentaba quedarse despierta hasta tarde, porque era cuando Pedro y ella encontraban un rato para hablar. Y por la mañana se esforzaba para levantarse temprano y tener unos minutos a solas con él antes de que llegara el resto del equipo. Él parecía disfrutar de la compañía tanto como ella. Por supuesto, su cuerpo se quejaba a veces. Ella lo ignoraba. Estaba acostumbrada a llevar las cosas al límite. Al menos, era algo que había aprendido del ballet.  Cada segundo con Pedro contaba, porque ya estaban a mitad de semana y les quedaba poco tiempo juntos. A partir de entonces, cada vez tendrían menos tiempo hasta que el helicóptero apareciera para separarlos. Probablemente para siempre. Sí, sería para siempre. Ella lo sabía. Él tenía una novia y sería difícil que pudieran verse una vez regresaran al mundo real. Así que, disfrutaría del tiempo que le quedaba con él. Era el cuarto día y acababan de salir de la cabaña dispuestos a comenzar el día. Lo primero era encender el fuego. Pedro intentaba enseñarle cómo hacerlo. Según decía, era algo muy útil. Ella quería aprender. No porque fuera a utilizarlo en su vida diaria, ni para impresionarlo. Solo para demostrarse algo a sí misma. Tras varios intentos, colocó el pedernal sobre la yesca y lo rascó con el cuchillo una vez más. Nada. Pedro, que estaba a su lado, la agarró del brazo.


—Casi lo consigues, pero ¿Por qué no me dejas que termine yo?


—¡No! Quiero hacerlo sola —dijo con una sonrisa.


—Y yo quiero comer hoy —murmuró Pedro, pero retiró la mano y se sentó en un tronco que habían puesto junto a la futura hoguera.


Ella lo intentó de nuevo. Y así, doce veces más.


—Lo estás intentando demasiado —dijo él, con tono razonable.


Ella dejó el cuchillo y se acuclilló frente a Pedro.


—Ayer me dijiste que tenía que tomármelo en serio. ¡Decídete!


¿Qué le estaba pasando? Parecía que ese día no era capaz de manejar su frustración como otras veces. Por suerte, Pedro se lo tomaba bien y no parecía ofendido. Después de un par de intentos más, Paula se sentó en el tronco junto a él y le entregó los instrumentos. Apoyó los codos en las rodillas y se cubrió el rostro con las manos mientras lo observaba trabajar. Él hacía que pareciera muy fácil.


—Lo que quiero decir es… —Pedro se calló un instante para concentrarse en lo que estaba haciendo. Al cabo de un momento, empezaron a salir chispas y, al poco rato tenía el fuego encendido—. Ya sé que resulta extraño decirlo así, pero siempre he pensado que el fuego es una cosa viva. Hacer fuego es algo más que seguir instrucciones. Se necesita un poco de instinto, para saber cuándo y dónde hay que rascar el pedernal y con qué fuerza, o si soplando avivarás la brasa o la apagarás.


Estupendo. Otra vez el instinto y la chispa interior. Todo lo que Paula no tenía. 

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