lunes, 12 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 59

 Miró hacia la puerta de la tienda. Podía ir de todos modos, aunque ya no hiciera falta. Y pasar una noche más con Allegra en la isla. Sentir que eran parte del mismo puzzle. Abrazarla. Pero ella ya no lo necesitaba. ¿Y qué más daba? Podía ir y… «¿Por qué? ¿Porque tú la necesitas?». «No». No era eso. Solo necesitaba… Necesitaba a Paula. Y eso demostraba lo lejos que había llegado sin darse cuenta.


Pedro Alfonso era don Autosuficiente, o eso decían en los anuncios del programa que ponían en la televisión. No necesitaba nada más que un par de botas de montaña, su cuchillo y su pedernal. Eso era todo. Por ese motivo, se apartó de la entrada y se sentó junto a Diego. El cámara se rió y le dió una botella de agua. Pedro habría preferido una cerveza. La bebida perfecta para intercambiar historias y aventuras escalofriantes con sus compañeros, porque estaba seguro de que eso sería lo que harían durante las próximas horas. Y Pedro se aseguró también de no mirar a los monitores ni una vez más. Nada más despertar, Paula se fijó en que el fuego había durado toda la noche. No era muy grande, pero seguía ardiendo. Lo había conseguido. Se sentó y bostezó saboreando el triunfo. El cielo todavía estaba oscuro, pero el horizonte empezaba a clarear. Salió de la cabaña y echó un par de troncos a la hoguera, confiando en que se prendieran mientras ella buscaba algo para desayunar. Tenía la boca seca, así que buscó la cantimplora y bebió un trago largo. Pronto llegarían los demás. Pedro había dicho eso. Ella suponía que debía sentirse decepcionada por no haber podido pasar la última noche en la isla con él, pero la sensación de triunfo no permitía que se entristeciera. Y durante toda la noche, se había sentido conectada con él. Cada vez que ponía en práctica algo que él le había enseñado.


La mañana era perfecta y pronto volvería a ver a Pedro. Al pensar en su mirada, comenzó a caminar hacia el borde de las ruinas. No sabía dónde iba ni qué estaba buscando, solo sabía que necesitaba moverse. Iba a ser un día estupendo. Porque sentía que podría hacer cualquier cosa. Incluso lo imposible. Sobre todo lo imposible. Porque ese día iba a dejar de ser una cobarde y le iba a contar a Pedro Alfonso lo mucho que lo necesitaba en su vida. Él despertó tras recibir una efusiva palmada en la espalda. ¿Sobre qué se había quedado dormido? Abrió los ojos y pestañeó. Recordaba que en algún momento de la noche se había vuelto a sentar frente a los monitores y, de hecho, se había quedado dormido sobre la mesa.


—Es hora de irse —dijo Simón.


Pedro se percató de que el resto del equipo estaba a su alrededor tratando de mirar los monitores. Se puso en pie y miró hacia las pantallas. En ellas aparecía Paula mirando hacia el horizonte. 

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