viernes, 16 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 68

 Una racha de viento helado acarició sus mejillas. Regresó hasta el funicular y se puso en la cola para bajar. Paula le había pedido que la acompañara. Que explorara con ella, pero no un lugar bonito, sino una relación humana. Aunque ambos fueran inexpertos y el viaje fuera arriesgado. Aunque su supervivencia no estuviera garantizada. Ella le había pedido más, sin exigencias. Simplemente siendo quien era, mostrándole que la vida tenía muchas cosas buenas y que solo había que ser valiente para ir a buscarlas. ¿Y qué había hecho? Había huido, convenciéndose de que ella necesitaba su libertad. Mentira. Era él quien la necesitaba. Pero no había funcionado. No se había protegido de nada. Seguía sintiendo un enorme vacío. Y había sido él quien lo había elegido.


—¿Signor?


Se volvió y viço que el operario del funicular lo estaba mirando. La cabina estaba vacía. Habían llegado abajo y todos los pasajeros habían desembarcado. Disculpándose, salió rápidamente. Entró en un café y se pidió un chocolate caliente. Mientras esperaba a que se lo sirvieran, sacó su teléfono móvil del bolsillo. Tenía que hacer algunas reservas y una llamada importante. Una llamada con la que se demostraría, de una vez por todas, si era tan valiente como anunciaban por televisión.




Paula estaba esperando entre los bastidores, con el cabello recogido, el vestido puesto, las pestañas falsas y el maquillaje perfecto, y trataba de no ponerse nerviosa. No era fácil. Desde que había dejado de sentirse enfadada con Pedro, la había atrapado una enorme sensación de tristeza que hacía que le costara moverse. No tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de deslizarse por el escenario. Cerró los ojos y trató de respirar despacio. Deseaba que aquella actuación saliera bien. En parte porque todo el mundo estaría pendiente de ella y, en parte, porque había sido ella quien había decidido continuar haciendo ballet. No por quién había sido su madre. Tampoco por el sufrimiento de su padre ni por sus expectativas. Ni siquiera porque era lo único que sabía hacer. Sino porque era parte de sí misma y le encantaba. Los ensayos de los últimos días le habían confirmado lo que había empezado a descubrir en la playa. Era curioso que hubiera tenido que huir para reencontrarse con ello otra vez.


La música empezó a sonar y sus compañeros pasaron a su lado hacia el escenario. Una vez más, su cerebro se llenó de imágenes mientras esperaba el momento de entrar. Pero esa vez, no eran las imágenes de la televisión, pertenecían a su propio banco de recuerdos vividos. La sonrisa de Pedro cada vez que preparaba un fuego. La manera en que la había abrazado la noche de la tormenta. La vulnerabilidad de su mirada. Todo lo que su mirada le había contado antes de que se retirara y comenzara a mentir. Los violines empezaron a tocar la pieza que indicaba su entrada. Era hora de deslumbrar al público, aunque se sentía como si sus piernas fueran a fallar. La última vez que había estado allí creía que lo sabía todo acerca de la nostalgia. Qué ilusa. Qué ciega había estado. No sabía nada al respecto. Solo tenía una vaga idea de lo que podía llegar a ser, pero ese día conocía lo que significaba a la perfección. La nostalgia tenía un nombre. Pedro Alfonso. «Y solo hay una manera de enfrentarse a ella», pensó mientras se ponía de puntillas y corría hasta el escenario. Esa noche no tenía voz. Quizá ni siquiera tuviera alma. Pero eso no significaba que no tuviera nada que decir. Solo porque no fuera a vender su historia a los periódicos, no significaba que no tuviera una. Así que, mientras alzaba los brazos sobre su cabeza y empezaba a mover los pies, comenzó a contarla.




Pedro subió corriendo por la escalera vacía y miró la entrada que llevaba en la mano. Galería 97. Asiento 1. Todas las entradas estaban agotadas pero, afortunadamente, Simón tenía contactos en todos sitios. Afortunadamente, los taxistas de Londres también sobrepasaban la velocidad permitida si se les daba una buena propina al salir de Heathrow. Había llegado casi puntual, pero no había podido vestirse como el resto de los asistentes y seguía llevando la ropa del viaje. 

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