miércoles, 28 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 21

 –¿Queda mucho para Hood Hamlet? –le preguntó Paula.


 –No, solo unos veinticinco minutos si no hay mucho tráfico.

 

–¡Vaya! No esperaba una respuesta tan precisa.


 –Es que voy por esta carretera al hospital.

 

–Trabajas en Portland, ¿Verdad? –le preguntó ella.

 

–Sí, en Gresham. Al noreste de la ciudad.

 

–Está bastante lejos.

 

–Sí, pero no tengo que ir todos los días. Son turnos de doce horas cada uno –le recordó él.


 –Aun así, es mucho tiempo al volante –insistió Paula–. ¿Por qué vives tan lejos?


 –Me gusta Hood Hamlet. Es un sitio con mucho encanto.

 

–Pero tú nunca te has dejado engañar por esas cosas –le dijo ella–. Recuerdo muy bien lo que te pareció Leavenworth, una trampa para turistas de inspiración bávara. 


Sonrió al recordar su visita al pequeño pueblo al este de las montañas Cascades.

 

–Me gustaba escalar en esa zona, pero Hood Hamlet es diferente. Tiene algo casi mágico.

 

–¿Qué? –le dijo Paula riendo–. ¿Desde cuándo crees en la magia?

 

Entendía su incredulidad. Tras la muerte de Ignacio, había dejado de creer en cualquier tipo de magia. No creía en nada que no pudiera ver o tocar. Durante los últimos años, solo había tenido una cosa en su vida que había desafiado por completo la razón, su relación con Paula.


 –Es difícil no creer en la magia cuando estás allí. Y no soy el único que lo siente.

 

–Deben de haber puesto algo en el agua –bromeó Paula.

 

–Puede que tengas razón.

 

–Bueno. Sea lo que sea, espero que no sea contagioso –comentó Paula.

 

–Mientras no entre en erupción el monte Hood, creo que serás inmune a sus encantos.

 

Había esperado que ella lo contradijera, aunque solo fuera para discutir con él, pero no lo hizo.

 

–¿Qué más hace que ese pueblo sea tan mágico? –le preguntó Paula.

 

–La gente. Forman una comunidad extraordinaria.

 

Era algo de lo que había sido especialmente consciente tras el accidente de Paula.


 –Son muy acogedores con los que vienen de fuera. Por eso me mudé a este pueblo –le confesó–. Vine hasta el monte Hood un día y comí en la cervecería local. Fue entonces cuando conocí al propietario, Javier Porter. Cuando se enteró de que había trabajado con el equipo de rescate en Seattle, me habló de su unidad local. Me invitó a escalar con él y lo hicimos. Así conocí a otras personas. Me comentaron que se alquilaba una cabaña y poco después estaba firmando el contrato de alquiler para un año.

 

–Un año es todo un compromiso, yo prefiero renovar el contrato de mi piso cada mes.

 

–Siempre te gusta tener disponible una ruta de escape, ya me había dado cuenta –le dijo él.

 

–Es que yo prefiero no meterme en una situación en la que me pueda ver atrapada. 

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