miércoles, 14 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 62

 La sinceridad de sus palabras lo pilló por sorpresa y Pedro dió otro paso atrás.


—Me dijiste que hiciera una elección —dijo ella—. Y te he elegido a tí.


Él negó con la cabeza.


—Eso es imposible.


Paula esbozó una sonrisa.


—Creía que contigo tenía que esperar lo imposible. ¿No eres capaz de cumplir con tu manera de anunciarte?


«Ni siquiera un poco», pensó él. Y había llegado el momento de que ella se enterara. Paula continuó hablando. Finn cerró los ojos. Él deseaba que se callara.


—Siento que ahora puedo hacer lo imposible, gracias a tí —añadió ella.


Pedro sintió que una chispa se encendía en su interior. Esa era su escapatoria. En situaciones de supervivencia uno siempre debía tener una escapatoria. Miró hacia las ruinas y vio que Sergio y Diego lo estaban mirando desde las rocas. Diego tenía la cámara sobre el hombro.


—Tú no me quieres —dijo él—. No puede ser. Es demasiado pronto…


Ella dejó de sonreír y lo miró asombrada.


Pedro continuó:


—Huiste de tu vida porque buscabas una escapatoria, y me encontraste. No puedo permitir que te ates a mí. No estaría bien.


Ella negó con la cabeza.


—No puedo ser tu vía de escape, Paula. No puedo rescatarte.


—Pero sé que tú sientes lo mismo. Yo…


—No puedo —dijo él—. Has sido una compañía estupenda durante esta semana, pero es todo lo que podemos tener. No es un cuento de hadas en el que yo pueda enamorarme inmediatamente de otra persona, cambiar de pareja y volar hacia el amanecer. 


Pedro percibió el momento en el que sus palabras envenenadas alcanzaban su mirada.


—La vida real es dura —dijo él—. Uno hace lo que puede para sobrevivir.


Igual que él estaba haciendo en esos momentos.


—Lo siento —dijo él.


Y lo decía en serio, pero sus palabras parecían superficiales y vacías. Ella lo miró. La tristeza, la rabia y la nostalgia impregnaban su rostro mojado. Él no tenía nada más que decir, así que se volvió y regresó por la playa hasta donde lo esperaba el resto del equipo, dejándola sola, mirando cómo la lluvia llenaba la huella de sus pisadas y formando pequeños charcos.  




Charcos. Algo muy típico de Londres», pensó Paula mientras su avión aterrizaba en la pista de Heathrow. Por la ventana podía ver el cielo gris. Y el asfalto gris. Incluso el agua de los charcos era gris. «Bienvenida a casa, Paula». Sentía la tentación de quedarse en la terminal y escapar de nuevo, comprar un billete a cualquier sitio bonito y olvidarse de todo. De todos. Y sobre todo, de una persona concreta. Pedro y ella habían pasado una noche en el mismo hotel antes de separarse. No habían hablado de lo que había sucedido en la playa, ni durante la noche de la tormenta. De hecho, apenas habían hablado. Ella tenía la sensación de que él la había estado evitando. Después, ella había viajado hasta Londres y Pedro hacia algún sitio del oeste. No le había dicho adónde. No importaba. Ella sentía que parte de su ser se había marchado con él. No era justo. Ella habría sido capaz de dejarlo marchar si hubiese creído realmente que eso era lo que él quería, pero había visto cómo la miraba mientras la rechazaba. 

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