lunes, 5 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 45

 Su cuerpo anhelaba la rutina de la barra de baile y de una clase bien estructurada, así que decidió hacer su serie de calentamiento habitual. Miró a Pedro y vió que seguía dormido. ¿Había soñado todo lo que él le había dicho la noche anterior? ¿Había conseguido que se convirtiera en realidad a base de desearlo tanto? ¿Era cierto que no iba a casarse? «No seas tonta», pensó ella. «Solo porque no esté comprometido no significa que sea tuyo». Bajó de la cabaña y buscó un sitio con sombra para realizar sus ejercicios. Comenzó doblándose por la cintura para estirar la espalda y permaneció un momento con los brazos colgando hacia los pies. Después se incorporó de nuevo y repitió el movimiento varias veces, sintiendo el estiramiento de las piernas. Su cuerpo respondía agradecido, así que continuó enlazando un estiramiento tras otro…


—No pensaba que el cuerpo humano fuera capaz de hacer eso.


Paula soltó la pierna que sujetaba contra su oreja y volvió la cabeza. Tenía una mano apoyada en un árbol para mantener el equilibrio, así que fue bajando la pierna poco a poco hasta llevarla al suelo.


—Tienes razón —dijo ella—. Se supone que el cuerpo humano no debe hacer eso. Sin embargo, ninguno de los coreógrafos con los que he trabajado le han dado importancia a lo que es o no físicamente posible. A veces los bailarines tienen que buscar la manera de hacerlo de todos modos.


Pedro puso su sonrisa habitual.


—¡Sería un milagro si yo consiguiera hacer eso! 


Las palabras de Pedro hicieron que Paula sonriera. No lo imaginaba bailando ballet. Tenía demasiada energía, indomable y viril. Si decidiera dedicarse a bailar, habría montones de mujeres deseando ser su pareja. Allegra se sonrojó al pensar en ello y, rápidamente, ocultó la cabeza entre las rodillas fingiendo hacer otro estiramiento. Cuando se incorporó, vió que él estaba sentado en la arena mirándola.


—¿Qué? —preguntó ella.


—Esperaba que todos esos estiramientos fueran los preparativos para una actuación, pensaba que igual ibas a bailar… Quería ver si podía decidir si todavía te encanta o no.


Paula se cruzó de brazos y se abrazó la cintura.


—Oh, no —dijo ella—. No creo que esté preparada para eso todavía.


—Solo hay una manera de averiguarlo, ya sabes.


Lo sabía. Pero no estaba preparada. No estaba preparada para descubrir si cuando se marchara de aquella isla, y se separara de Pedro, la danza, lo único que había sido algo constante en su vida, estaría esperándola en casa. Eso, y el hecho de que no quería que la viera bailar. Se acercó hasta donde estaba él y se sentó a su lado.


—Lo sé —dijo, tratando de ocultar los dedos de sus pies para que él no viera cómo la danza se los había deformado—. Quizá mañana.


No podía permitir que él la viera bailar. Sería demasiado peligroso. Un par de semanas antes no la habría importado, porque entonces no tenía nada que ocultar… Pero ese día sentía que, si bailaba, se le escaparían todas las emociones que intentaba controlar. Y Pedro se daría cuenta.


—Muy bien —dijo él, dando una palmada y poniéndose en pie—. Si no vas a hacer ningún espectáculo, creo que es hora de que entrenes tus conocimientos para hacer fuego.


Paula se quejó en voz alta. A pesar de lo mucho que se había esforzado, todavía no lo había conseguido nunca. Pero por muy frustrante que fuera lo volvería a intentar, ya que era una actividad segura y, cuando se trataba de hacer algo con Pedro Alfonso, la seguridad era algo muy bueno. 

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