miércoles, 21 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 7

 De repente, el temor se disipó y también el dolor. Se preguntó si Pedro le habría quitado la roca que había estado sintiendo sobre su pecho. Recordó lo bien que solía cuidar de ella. Lamentó que no hubiera sido también capaz de amarla como ella necesitaba ser querida.  Se sintió de repente como si flotara, como si fuera un globo lleno de helio. Subía hacia arriba, hacia las nubes blancas. Pero no quería irse todavía, no hasta que...


 –Pedro... –murmuró.

 

–Estoy aquí, Paula –le dijo al oído–. No me voy a ninguna parte, te lo prometo.

 

«Me lo promete», se dijo. También se habían prometido amarse y respetarse hasta que la muerte los separara, pero Pedro la había dejado poco a poco, dedicándose por completo a un trabajo que lo consumía. Le había parecido un hombre muy estable que la apoyaba en todo, pero había resultado ser un marido cerrado que no expresaba nunca sus sentimientos. Aun así, habían compartido momentos maravillosos. Habían vivido en Seattle un año lleno de excursiones, risas y amor. Pero al final, nada de eso había importado. Ella había mencionado la posibilidad de divorciarse como una excusa para que hablaran de su matrimonio. Pero Pedro se había limitado a decirle que le parecía buena idea y que se arrepentía de haberse casado de manera apresurada con ella. No había querido luchar por su relación y había sido el primero en abandonar el barco.  Por eso no podía creer que Pedro le acabara de prometer que iba a quedarse a su lado. Sabía que al final se iría de nuevo, dejándola sola con los recuerdos y una alianza de oro.  Y saber que iba a ocurrir le producía un dolor mucho más profundo y desgarrador que cualquier dolor físico que pudiera sentir en su cuerpo. Una parte de ella deseaba que permaneciera a su lado. Había soñado con que su boda hubiera sido algo más que unas palabras que intercambiaron frente a un tipo vestido como Elvis Presley. Una parte de ella deseaba que hubiera habido amor verdadero entre ellos. Pero se había dado cuenta de que era mejor no soñar con imposibles. Nada duraba y nadie se quedaba a su lado, aunque prometieran hacerlo. 



Pedro había perdido la noción del tiempo sentado al lado de Paula en el hospital. Sus amigos de Hood Hamlet habían estado pendientes de él en todo momento, con llamadas y mensajes. Su familia se había ofrecido a ir, pero él les había dicho que no era necesario. Creía que no necesitaban más dolor en sus vidas.  Esa pequeña habitación se había convertido en su mundo. Solo salía para bajar a la cafetería y para pasar unas horas cada noche en un hotel cercano. Su mundo giraba en torno a esa mujer. Todo era muy raro. Seguía casado con ella, pero había dejado de ser su esposa hacía ya casi un año. En Hood Hamlet, no le había hablado de ella a nadie, al menos hasta el accidente. Se levantó de la silla. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan inquieto.  No sabía por qué. Paula ya no estaba tan grave. Los antibióticos habían logrado curar una infección inesperada y ya no tenía fiebre. Le habían retirado la sonda nasogástrica de la nariz y los cortes que tenía empezaban a cicatrizar, igual que las incisiones de las operaciones. Incluso la lesión que tenía en la cabeza había ido a menos.  Le daba la impresión de que lo que había pasado era una señal de que debían hablar y aclarar las cosas. Quería poder cerrar ese capítulo en su vida.  La mujer que yacía en la cama de ese hospital no se parecía en nada a la bella escaladora que había conocido en el Red Rock, un festival anual de escalada que se celebraba cerca de Las Vegas, donde se habían casado dos días después. 

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