miércoles, 21 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 10

 –Bebe lentamente –le advirtió él.

 

Paula hizo lo que le pedía.

 

–¿Dónde estoy? –le preguntó después–. ¿Qué ha pasado?

 

Le despertó mucha ternura su ronquera. Agarró el vaso de agua para resistir la tentación de apartarle el pelo de la cara.

 

–Estás en un hospital de Seattle. Hubo una explosión de vapor en el cráter del Baker. Te golpeó una roca y te caíste.

 

–¿Continuó la explosión de vapor durante mucho tiempo? –le preguntó Paula.


 –No –le dijo él–. Pero hablé con Andrés Samson, que me dijo que era tu jefe, y cree que puede ser una señal de que pronto se producirá una erupción más importante.


 Vió cómo fruncía el ceño por debajo de la venda que tenía en la frente.


 –La verdad es que apenas recuerdo nada...

 

–Es normal. Sufriste una conmoción cerebral, pero ya estás mejor.

 

Vió que sus palabras no habían conseguido tranquilizarla, había pánico en sus ojos.


 –No estaba allí arriba sola, estaba con...

 

–Otras dos personas también resultaron heridas, pero ya han sido dadas de alta. Tú te llevaste la peor parte. Caíste a una distancia considerable cuando te golpeó esa roca.


Ya no le resultaba tan difícil pronunciar esas palabras, pero la imagen de Paula cuando la vió por primera vez en el hospital lo perseguía. Se había sentido tan impotente como cuando había tratado de ayudar a Ignacio, que lo culpaba de su adicción a las drogas, y de cuando intentó revivirlo cuandouna sobredosis le produjo un paro cardíaco. Había sido difícil tener que ver cómo otros se encargaban de ayudarla.

 

–Supongo que por eso me siento como si hubiera participado en uncombate de boxeo –le dijo.


Vió que no había perdido su sentido del humor. Eso y su inteligencia habían sido dos de las características más atractivas de Paula. Además de su bello cuerpo.


 –Bebe más –le pidió acercándole la pajita y el vaso.

 

–Ya es suficiente. Gracias –repuso ella después. 


–Te vendrá bien chupar trocitos de hielo para hidratar la garganta. ¿Tienes hambre?


 –No –contestó ella–. ¿Debería tenerla?

 

No parecía la misma mujer fuerte e independiente con la que se había casado. La vulnerabilidad que reflejaban su mirada y su voz hizo que le diera un vuelco el corazón. Le entraron ganas de abrazarla hasta que se sintiera mejor y desapareciera esa incertidumbre de su voz. Pero sabía que no era buena idea tocarla, aunque fuera solo por compasión.


 –Seguro que recuperas pronto el apetito.

 

–Supongo que a mi apetito no le gusta la comida de hospital –le dijo ella sonriendo.


 –Es que tu apetito es muy listo.


Paula sonrió de nuevo y él le devolvió el mismo gesto. Pensó que esa conversación estaba yendo mucho mejor de lo que había imaginado.

 

–Te traeré a escondidas comida de verdad, no te preocupes.

 

–Sé que debo comer, aunque no tenga ganas. Tengo trabajo pendiente en el instituto.


Sus palabras lo dejaron sin aliento y recordó entonces que Paula era, por encima de todo, una científica. El estudio de los volcanes no era un trabajo para ella, sino una pasión. Le habría gustado que pusiera el mismo esfuerzo en sus relaciones personales. Y en él.


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