lunes, 12 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 60

 Pedro tragó saliva y notó que se le aceleraba el corazón. Al ver la primera luz del día, Paula contuvo la respiración. Por algún motivo, aquella imagen la estaba emocionando. Comenzó a moverse, descendiendo por las rocas hasta la arena. Una vez allí, corrió por la playa hasta la orilla. Sentía que lo correcto era saludar al sol y no había nadie más para hacerlo. Nada más ver que asomaban los primeros rayos por el horizonte, sonrió. ¡Lo había conseguido! Había conseguido sobrevivir sola durante una noche. Y le había sentado de maravilla. Después de eso, podría regresar a casa y enfrentarse a todo lo que sucediera. Lo que no podía hacer era permanecer ahí quieta. Necesitaba moverse, dejar escapar todos los sentimientos que la invadían por dentro. Así que corrió por la playa e hizo una voltereta lateral, fijándose en las huellas de sus manos sobre la arena. Continuó saltando, girando, moviendo las piernas y los brazos. Entonces, sucedió algo extraño… Comenzó a llover. Miró hacia el cielo y vió que las nubes habían llegado desde el oeste, pero por el este, el sol seguía tiñendo el cielo de color rosa. Se detuvo un instante y contempló las huellas que había dejado en la arena. Su danza de alegría. No podía parar. A pesar de que las gotas caían cada vez con más fuerza. Giró una y otra vez, acompañando el movimiento con los brazos. Dió un salto, y después otro. Y así hasta que se sintió que era perfectamente capaz de volar. La voz de Simón se oyó a través del radiotransmisor.


—Todavía no la veo.


Pedro, Diego, Rafael y Sergio estaban en el centro de las ruinas, contemplando la cabaña que había hecho Paula. La lluvia caía sobre la hoguera y los troncos chisporroteaban. Pedro se volvió y se cubrió los ojos para que no lo deslumbrara el sol. Simón había llamado cinco minutos antes, mientras ellos se dirigían a las ruinas, para informar de que no podía ver a Paula en las pantallas. Ella no podía haberse ido muy lejos. La lluvia haría que regresara a la cabaña enseguida. Mientras Diego y Rafael grababan unas tomas de la cabaña, Pedro se dirigió al borde de las ruinas. Allí vió las huellas de Paula sobre la arena. Las siguió y, momentos más tarde, se quedó paralizado por la belleza de la escena que tenía delante. Y ni siquiera se había fijado todavía en lo bonito que estaba el amanecer. Ella estaba bailando. Tenía la ropa mojada por las gotas de lluvia y el cabello medio suelto, pero bailaba con plena libertad y de manera salvaje. Era precioso. Incluso cuando tropezó y cayó sobre la arena. Porque aquella danza no solo era movimiento, era algo mucho más real. Aquella danza era Paula. Y justo en ese momento, Pedro se percató de que él había alcanzado el punto final del viaje que había comenzado una semana antes. Tenía la sensación de que todo encajaba en su sitio, que algo permanente e inevitable acababa de suceder. 

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