miércoles, 28 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 24

 Después de pasar la infancia yendo de la casa de su madre a la de su padre, como si fuera un perro apestoso que nadie quería, no necesitaba demasiado. Nada grande ni lujoso, solo un lugar que pudiera ser su hogar, un sitio donde se sintiera amada. Había creído encontrarlo con Pedro, pero se había equivocado. Después de unos meses de matrimonio se había dado cuenta de que las cosas no iban bien y había decidido tomar las riendas y salir de esa situación antes de que volvieran a abandonarla. Él le tocó el antebrazo.

 

–Paula, estamos entrando en Hood Hamlet –le dijo Pedro.

 

Se sobresaltó al oír de repente su voz. Miró por la ventana. Estaban en una calle bastante ancha. Había muchos árboles en la parte izquierda de la carretera y vió unos cuantos tejados un poco más lejos. No creía en la magia, pero estaba deseando ver cómo era ese pueblo. Tomaron una curva y se quedó con la boca abierta cuando vió por fin Hood Hamlet. Era una maravilla, parecía una postal de Navidad. Casi podía imaginar que estaba en los Alpes suizos.

 

–Bienvenida a Hood Hamlet –le dijo Pedro.

 

No le extrañó que quisiera vivir allí. Vió una posada alpina que parecía sacada de un cuento. Había macetas con flores colgadas de todas las ventanas.

 

–Es muy pintoresco. Precioso...

 

Se fueron acercando a la parte más concurrida de la calle y disminuyó la velocidad. 


–Esta es la calle principal.

 

Vió una hilera de tiendas y restaurantes y mucha gente entrando y saliendo. Una mujer con tres niños saludó a Pedro y él le devolvió el gesto con una sonrisa.


 –Es Nadia Willingham con sus hijos, Victoria, Joaquín y Lucas. Su esposo, Sergio, es contable y el tesorero del equipo de rescate local.


 –Tenías razón. Hood Hamlet es un pueblo con encanto –reconoció ella.

 

–Si te gusta ahora, deberías ver este sitio en Navidad.

 

No le costó imaginarlo, parecía el entorno perfecto con sus montañas nevadas y los pinos. Le encantaría poder verlo en persona, pero sabía que no iba a ocurrir.


 –Debe de ser maravilloso.

 

–Sí –le dijo Pedro con un nuevo brillo en sus ojos–. Lo iluminan todo el día de Acción de Gracias, empezando por el árbol de la plaza y viene a verlo todo el mundo. Ponen coronas y guirnaldas en la calle principal y decoran las farolas como si fueran bastones de caramelo.

 

Le pareció que sonaba muy especial. Sus navidades nunca habían sido así.

 

–¿También hacen algo especial en Pascua?

 

–Sí, los niños salen con sus cestas para buscar huevos de chocolate escondidos por todas partes. Es incluso mejor que las fiestas que organizan mi madre y mis hermanas.

 

Le pareció increíble. La casa de sus padres parecía salida de una revista de decoración. Era agotador ver todo lo que hacían para preparar las casas de acuerdo a cada fiesta del año. Con los Alfonso se había dado cuenta de lo distinta que habían su infancia y su vida.  Sus padres no hacían nada especial en Navidad ni en Pascua. Las comidas se hacían delante del televisor o en el coche. No estaba acostumbrada a otro tipo de vida y no se veía capaz de ser tan buena anfitriona como la madre de Pedro. No creía que hubiera sido capaz de cumplir las expectativas de él ni las de su familia.

 

–Tienen muchas tradiciones –continuó Pedro–. En Navidad, todo el mundo viene a la plaza principal para que los niños y los animales domésticos se hagan una foto con Santa Claus. 

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