miércoles, 28 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 25

 –¿Tienes tú alguna mascota?

 

–No, pero si no tuviera que pasar tanto tiempo fuera, me gustaría tener una.

 

–Pensé que no te gustaban los perros ni los gatos.

 

–Sí me gustan, pero mi madre es alérgica –le explicó Pedro–. Uno de los chicos en la unidad de rescate tiene un husky siberiano precioso que se llama Daisy. Es genial.

 

–Hazte con un gato. Son independientes y es la mejor mascota para alguien que pasa mucho tiempo fuera. Sobre todo si tienes dos. Eso es al menos lo que dice mi jefe, Andrés.


 –No sé qué pensar de los gatos. Me gusta saber si mi mascota se alegra de tenerme cerca o no.

 

–A los gatos les importan sus dueños, aunque no lo demuestren.

 

–Pero, si no lo demuestran, ¿Para qué tenerlo?

 

Paula podría haberle hecho la misma pregunta sobre la conveniencia o no de tener un marido. Al principio le atrajeron la seriedad y estabilidad de Pedro. Era muy distinto a otros hombres con los que había estado. Hombres que la habían decepcionado y herido. Pero después de casarse se dió cuenta de que no era una persona espontánea ni mostraba sus emociones. Recordó que la única emoción que había sido capaz de transmitirle sin problemas era el deseo. No habían tenido ningún problema en ese terreno. No pudo evitar ruborizarse al recordarlo.


 –Estás mejor sin una mascota –le dijo poco después.

 

Pedro giró a la izquierda. Era una calle estrecha que se abría paso entre los árboles. Había casas y pequeñas cabañas intercaladas entre los pinos.

 

–¿Vives cerca de la calle principal? –comentó ella al ver que iban más despacio–. ¡Qué cómodo!

 

–Sí y muy cerca de la cervecería, que es más importante.

 

Recordaba que Pedro salía a tomar unas cervezas con sus compañeros del grupo de rescate de Seattle después de las misiones. Pensó que quizás fuera a ese bar con alguna amiga y no pudo evitar que todo su cuerpo se tensara. Le costaba imaginarlo con otras mujeres.


 –Eso te vendrá muy bien los fines de semana –le dijo ella. 


–Sí, es muy práctico.

 

–¿Con quién vas a la cervecería?


 –Sobre todo con los miembros del grupo de rescate y también con algunos bomberos.


 –¿Son tipos agradables?

 

–Sí, pero no son todos hombres.

 

Se quedó sin aliento. Sabía que no era de su incumbencia ni debía importarle. Metió el coche por un camino y se detuvo frente a una pequeña cabaña de una sola planta.


 –Ésta es.


 Sarah la miró con incredulidad. Había esperado algo más sencillo, no una cabaña salida de un cuento de hadas. Tenía vigas de madera y ventanas con macetas y flores de colores.


 –Es preciosa. Parece la casita de Blancanieves y los siete enanitos.

 

–Solían alquilarla a turistas, por eso es tan pintoresca, pero creo que exageras.

 

–Tienes que admitir que es una monada.

 

–Bueno, me sirve para lo que la necesito.


 –Estoy deseando verla por dentro –le dijo ella abriendo su puerta.

 

–¡Espera! –exclamó Pedro mientras iba a ayudarla a salir–. Apóyate en mí. 


Sus modales fueron una de las cosas que más le atrajeron al principio. No estaba acostumbrada a tanta caballerosidad y hacía que se sintiera especial, pero no había sido igual tras la boda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario