viernes, 9 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 51

 Era mucho mejor de lo que había imaginado. Pedro la había besado de forma delicada, al principio, pero enseguida empezaron a besarse de forma apasionada. Ella se estremeció y él la abrazó para tranquilizarla. Después, se separó de ella, despacio. Le retiró el cabello de la cara y la miró fijamente a los ojos. Paula sonrió. Pedro sonrió también, pero con una sonrisa diferente a la habitual. Ella supo enseguida que estaba viendo una parte de él que casi nunca mostraba a los demás. En aquella sonrisa iba la imagen de un niño que nunca había podido asentarse en un lugar, pero que sin embargo había encontrado la manera de sobrevivir. Y la de un adolescente que había cambiado la adrenalina por las relaciones humanas. Y a ella le encantaba todo lo que veía. Y cada vez se sentía más unida a él. «Ve con cuidado. Despacio». Algo le indicaba que, a pesar de su inexperiencia, ella tendría que ser su guía, su maestra. Si él se lo permitía.


Paula se incorporó una pizca y lo besó en los labios. Pedro la abrazó contra su pecho, de forma protectora, y ella sintió que a su lado podría hacer cualquier cosa. Hubo otro relámpago y el trueno se oyó segundos más tarde. La tormenta estaba pasando rápidamente. Ambos miraron hacia fuera al mismo tiempo y se percataron de la pieza metálica que había colgada en un árbol. Oh, no. Se había olvidado de la cámara que estaba oculta entre la vegetación. ¿Había suficiente oscuridad como para que la cámara nocturna grabara lo que había sucedido entre ellos? El pánico se apoderó de ella. Miró a Pedro y vió que él también miraba a la cámara con suspicacia.


Paula se estremeció. Habían pasado gran parte de la tarde fuera del campamento y cuando regresaron no había más que brasas en la hoguera. Con la lluvia no habían sido capaces de reavivar el fuego. Y no podrían hacerlo hasta que parara de llover. Se estremeció de nuevo. Pedro se sentó detrás de ella y la abrazó por la espalda para calentarla. Permanecieron en silencio, contemplando la lluvia. Oscureció por completo. Continuaba lloviendo, pero la tormenta ya había pasado. Él se movió y se tumbó de lado, preparándose para dormir. Al ver que no se separaba de ella, Paula aceptó la invitación silenciosa y se tumbó a su lado, adoptando la misma postura que él. Pedro la abrazó, pero no la acarició. Ni hizo nada que no debiera hacer. Solo trató de darle calor. Ella se quedó dormida sintiendo el latido de su corazón contra la espalda.


Pedro despertó y vió que seguía abrazado a ella. Por el color del cielo supo que estaba a punto de amanecer. Y por fin había dejado de llover. Nunca había dormido así con Micaela durante toda una noche. Siempre terminaban separándose para buscar su propio espacio. Debía ponerse en marcha. Encender el fuego. Ninguno de los dos había cenado la noche anterior, pero no quería separarse de Paula. Sus cuerpos encajaban demasiado bien.  Aquella era la última oportunidad de estar a solas con ella, la última oportunidad de explorar las áreas desconocidas de su alma que había descubierto gracias a aquella bailarina. 

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