viernes, 30 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 30

 –Si intentara servirme la comida, acabaría haciendo un desastre tremendo que después tendrías que limpiar tú.

 

Pedro sentía que eso mismo era lo que había tenido que hacer con el divorcio. Paula había dejado que fuera él quien se encargara de arreglarlo todo. Sentía una gran amargura de la que no conseguía librarse.

 

–Haces bien en servir tú la comida –continuó Paula.

 

–Solo trato de ayudar.


 –Te lo agradezco mucho.

 

Mientras comían, se preguntó si de verdad se lo agradecería porque creía que Paula no había apreciado como se merecía todo lo que había hecho por ella mientras estuvieron juntos. Creía que había sido una suerte que no llegaran a tener un hijo. Ya era bastante duro tener que divorciarse sin que tuvieran que pasar por una batalla legal por la custodia de un niño.


 –La verdad es que solo trato de ser práctico. No tengo tiempo esta noche para limpiar más de la cuenta. Mañana tengo turno de noche en el hospital.


 Esperaba poder dormir mejor ya de vuelta en su casa y en su cama.

 

–¿Quién va a cuidar de mí? –le preguntó Paula.

 

–He encontrado a la niñera perfecta.


 Paula le sacó la lengua al oírlo.


 –Bueno, si quieres la podemos llamar enfermera. Se quedará contigo Brenda Thomas –le dijo él–. La conozco del grupo de rescate y es paramédica.


 –Pues sí, parece la persona perfecta.

 

–Y confío plenamente en ella. Estarás en buenas manos.


 –Ya estoy en buenas manos –le dijo Paula.


Agradeció las palabras, pero sentía que la había fallado esa tarde cuando se mareó.


 –Solo trato de hacerlo lo mejor posible.


 –Y lo estás haciendo. No sé cómo podré nunca pagarte por todo esto.


 –No tienes que hacerlo –le dijo con sinceridad.

 

Y era verdad. No quería nada de ella, solo necesitaba que finalizaran el divorcio cuando antes.

 

–Además sé muy bien cómo es tener el brazo roto.

 

–¿Sí? –le preguntó Paula.

 

–Me lo fracturé por dos sitios cuando tenía once años. Estaba jugando al fútbol. Marqué un gol y un niño bastante grande me empujó. Recuerdo cuánto lloré por culpa del dolor.

 

–¿Tú lloras? –le preguntó ella fingiendo sorpresa.

 

–Lloré, fíjate en que lo digo en tiempo pasado.

 

–Ya sabes que bromeaba, Pedro. Llorar no tiene nada de malo, sea cual sea tu edad.


 –Solo si eres un hombre algo afeminado y demasiado emocional – repuso él.


 –Vaya, no quería ofenderte. Que quede muy claro que eres muy hombre.


 –Así es –replicó Pedro–. El caso es que me lo rompí en julio y pasé todo el verano con escayola. Fue horrible.


 –Entonces es vedad, sabes cómo me siento.

 

Él asintió con la cabeza.


 –No podía nadar ni montar en bicicleta o en monopatín. Tampoco me dejaron subirme a las atracciones durante las fiestas del condado.

 

–Seguro que fue el peor verano de tu vida.

 

Paula se equivocaba. Había sido mucho más duro el verano anterior, tratando de olvidarla, y el verano después de la muerte de su hermano.

 

–No fue divertido, pero sobreviví –le dijo–. Y tú también lo harás. 


Se lo dijo con algo de frialdad, sin una pizca de compasión. Se dió cuenta de que tenía que esforzarse más y disculparse. Estaba siendo muy duro tenerla allí. Había conseguido que volvieran a la superficie sentimientos y emociones muy fuertes que había preferido ignorar durante el último año.  Sabía lo peligroso que era perder el control. A su hermano Ignacio le había costado la vida y no iba a permitir que a él le sucediera lo mismo.  Se quedaron en silencio. Era una situación incómoda y no sabía qué hacer. De hecho, nunca había sabido qué hacer con Paula y solo se le ocurría besarla y llevarla en brazos hasta su cama. Era lo único que tenía en mente, pero sabía que no era una opción. Aunque una parte de él lo deseara más que nada en el mundo.


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